Por: Maximiliano Catalisano

En el aula, el manual suele ser el punto de partida. Es una guía que organiza, orienta y muchas veces resuelve la planificación del día a día. Sin embargo, quienes transitan las aulas saben que no todo entra en sus páginas. Enseñar no es seguir instrucciones al pie de la letra. Es, en cambio, crear experiencias, despertar preguntas, conectar contenidos con la vida real de los estudiantes. Por eso, cada vez más docentes se preguntan cómo alejarse del manual sin perder rumbo, cómo construir propuestas auténticas, valiosas y propias. Este artículo invita a pensar esa transición: del manual como eje a la enseñanza como construcción personal y contextual.

El manual escolar tiene su valor. Es una herramienta ordenada, pensada para brindar un recorrido posible, secuencias didácticas y actividades que aseguran un cierto equilibrio entre los contenidos obligatorios y los tiempos del año. Pero esa estructura, que en principio tranquiliza, puede volverse una trampa si se convierte en el único mapa posible. Las aulas reales son diversas, cambiantes, dinámicas, y muchas veces necesitan algo más que una serie de páginas impresas. Necesitan una mirada docente que se anime a modificar, adaptar y hasta romper la propuesta del libro.

Una enseñanza centrada solo en el manual corre el riesgo de volverse predecible, desvinculada del contexto. Los chicos y chicas no siempre se reconocen en los ejemplos que allí aparecen, no todas las propuestas se ajustan a sus intereses, ni todos los problemas que enfrentan pueden ser abordados con las herramientas estandarizadas del libro. Es ahí donde el rol docente cobra una dimensión mayor. No se trata de descartar el manual, sino de convertirlo en un recurso más dentro de una paleta más amplia de estrategias y materiales.

El primer paso para soltar el manual es confiar en la propia mirada. Docentes que conocen a sus estudiantes, que leen las situaciones del aula con sensibilidad y que se detienen a observar qué funciona y qué no, están en condiciones de crear alternativas más potentes. Usar noticias actuales, relatos locales, canciones, cortos audiovisuales o situaciones de la vida cotidiana permite que los contenidos cobren vida y sentido. La enseñanza se vuelve así un acto creativo, una experiencia en la que se combinan saberes disciplinares con realidades concretas.

Otro aspecto importante es recuperar el diálogo entre colegas. Muchas veces, compartir una experiencia distinta, una secuencia que surgió de una inquietud, una clase que salió distinta, genera ideas nuevas. No se necesita ser “original” todo el tiempo, sino atreverse a mirar más allá de lo que el manual ofrece. Construir redes docentes es una manera de enriquecer la práctica y animarse a innovar sin sentirse solo en ese intento.

También es necesario animarse a resignificar los contenidos. Un tema del manual puede transformarse si se lo aborda desde otro enfoque o se lo vincula con algo que esté sucediendo en la comunidad. La geografía puede conectarse con los recorridos cotidianos de los estudiantes. La historia puede hilarse con las memorias familiares. La matemática puede aparecer en la organización de un proyecto escolar o en la interpretación crítica de los datos de una encuesta. Enseñar sin depender del manual no es improvisar, sino planificar con flexibilidad, teniendo en cuenta lo que sucede dentro y fuera del aula.

Las tecnologías abren otro campo posible para superar las limitaciones del libro. Internet permite acceder a materiales actualizados, herramientas interactivas y propuestas que dialogan con el lenguaje de los estudiantes. Integrar estos recursos, con criterio pedagógico y sin caer en modas pasajeras, amplía el horizonte de la enseñanza. No se trata de llenar la clase de dispositivos, sino de hacerlos dialogar con el contenido, de encontrar nuevos caminos para llegar a lo mismo, pero desde lugares más cercanos a quienes aprenden.

A veces, el apego al manual está vinculado con el miedo a “no llegar” o a “hacer las cosas mal”. Es importante construir una idea de enseñanza menos rígida, donde la exploración y el error también formen parte del proceso. Enseñar sin depender del manual implica asumir un rol activo, pero también vulnerable, en el que el docente puede decir “esto no funcionó” y reformular sin culpa. Esa flexibilidad no debilita la enseñanza, sino que la vuelve más genuina.

Por último, enseñar sin depender del manual también es una manera de defender la autonomía docente. En un contexto donde muchas veces se imponen formatos únicos y estructuras cerradas, elegir cómo enseñar es también una decisión política y pedagógica. Es decir: enseñar con libertad no es solo una cuestión de creatividad, sino de compromiso con una práctica que escucha, se adapta y se transforma.

No se trata de abandonar el manual de un día para el otro, ni de rechazarlo. Se trata, más bien, de no quedar presos de él. De recuperar la capacidad de decidir qué, cómo y para qué enseñar. Porque lo que más impacta en la experiencia educativa no es la página que se abre, sino el modo en que se construye sentido con los estudiantes. Enseñar sin depender del manual es un camino posible y necesario. Un camino que se recorre con mirada crítica, sensibilidad, escucha y coraje.