Por: Maximiliano Catalisano

En el aula, la habilidad de preguntar es tan importante como la de responder. Saber formular preguntas no solo demuestra comprensión, sino que también potencia el pensamiento crítico, la creatividad y la autonomía de los estudiantes. Sin embargo, muchos alumnos no saben cómo expresar sus dudas o cómo profundizar en un tema de manera efectiva, lo que limita su aprendizaje. Enseñar a los estudiantes a elaborar buenas preguntas es, en realidad, enseñarles a aprender, a explorar ideas y a involucrarse activamente en su educación.

La base para desarrollar esta habilidad está en cambiar la percepción de la pregunta. No se trata solo de interrogar al docente sobre un dato puntual, sino de generar cuestionamientos que inviten a reflexionar, comparar, relacionar conceptos y plantear hipótesis. Una buena pregunta abre caminos, mientras que una formulación pobre puede cerrar posibilidades. Por eso, desde los primeros años escolares es importante modelar y practicar distintos tipos de preguntas, desde las más simples hasta las que requieren análisis y razonamiento profundo.

Enseñar por imitación y práctica

Los docentes pueden comenzar mostrando cómo se formula una pregunta clara. Por ejemplo, en lugar de aceptar un “¿Esto sirve para el examen?”, se puede guiar al estudiante a reformularla en algo más productivo: “¿Cómo se relaciona este concepto con lo que vimos la semana pasada?”. Esta práctica de reformulación enseña a pensar antes de preguntar y a identificar el objetivo de la duda. Cuando los estudiantes observan ejemplos concretos y los practican ellos mismos, aprenden gradualmente a construir preguntas más precisas y significativas.

La práctica constante también es fundamental. Se pueden implementar ejercicios breves al inicio o al final de una clase, invitando a los alumnos a escribir tres preguntas sobre el tema trabajado. Luego, se analizan en conjunto, destacando cuáles invitan a la reflexión y cuáles requieren ajustes. Con el tiempo, los estudiantes internalizan criterios de calidad en la formulación de preguntas, aprendiendo a cuestionar sin miedo y a indagar con profundidad.

La importancia del entorno de confianza

Un aspecto clave para que los estudiantes se atrevan a preguntar es el clima del aula. Los alumnos que temen ser juzgados por su pregunta suelen callar, perdiendo oportunidades de aprendizaje. Crear un espacio donde se valore la curiosidad, se celebren los cuestionamientos y se reconozca el esfuerzo de pensar es fundamental. Cada pregunta, aunque imperfecta, debe ser considerada una oportunidad para aprender y dialogar. Esto no solo mejora la habilidad de preguntar, sino también fortalece la participación y la motivación.

Utilizar la curiosidad como motor

Una estrategia efectiva es partir de la curiosidad natural del estudiante. Cuando se plantea un tema interesante o controvertido, es más fácil que surjan preguntas espontáneas. El docente puede animar a los alumnos a explorar desde sus intereses, formulando preguntas que conecten con su vida cotidiana. De esta manera, el aprendizaje se vuelve más relevante y las preguntas más auténticas, fomentando un pensamiento independiente y comprometido.

Guiar sin imponer

Es importante que el docente actúe como guía, no como corrector constante. Esto significa ofrecer pistas, ejemplos y marcos para mejorar la calidad de las preguntas, sin imponer la forma que deben tener. Preguntar “¿Qué más podrías agregar a esta pregunta para que sea más clara?” permite que el estudiante participe activamente en el proceso de refinamiento. La autonomía en la formulación de preguntas desarrolla confianza y capacidad de análisis, elementos esenciales del pensamiento crítico.

Integrar la evaluación de preguntas

Las buenas preguntas pueden formar parte del proceso de evaluación. Pedir a los alumnos que formulen preguntas sobre un tema antes de un examen o proyecto, y analizarlas en clase, permite valorar su comprensión y capacidad de razonamiento. Al mismo tiempo, este enfoque enseña que aprender no es solo acumular información, sino también saber indagar, cuestionar y conectar ideas. Incorporar la calidad de las preguntas como criterio de progreso refuerza su importancia y motiva a los estudiantes a mejorar esta habilidad.

Enseñar a los estudiantes a formular buenas preguntas es invertir en su pensamiento crítico y su aprendizaje autónomo. Requiere práctica constante, ejemplos claros, un clima de confianza y la valoración de la curiosidad como motor de exploración. Cuando los alumnos aprenden a preguntar de manera efectiva, no solo obtienen respuestas más útiles, sino que también desarrollan habilidades que los acompañarán más allá del aula: la capacidad de analizar, de relacionar conceptos, de reflexionar y de involucrarse activamente en su propia educación. Una escuela donde se fomenta la pregunta es un lugar donde se aprende a pensar, a descubrir y a crecer.