Por: Maximiliano Catalisano

Cuando pensamos en el juego simbólico, solemos asociarlo a la infancia, a esos años en los que los niños transforman una caja en una nave espacial o una escoba en un caballo. Pero el juego simbólico no desaparece cuando crecemos. Cambia de forma, se vuelve más sutil, más emocional, y continúa siendo una herramienta poderosa para construir identidad, expresar emociones y comprender la realidad. En la adolescencia, ese momento en que todo se transforma, el juego simbólico sigue siendo una vía profunda de exploración del yo y del entorno. Entenderlo y promoverlo puede abrir puertas inesperadas al aprendizaje, la creatividad y la convivencia escolar.

Durante la adolescencia, el juego simbólico deja de ser evidente, pero sigue vivo en múltiples formas: en la escritura de historias, en los videojuegos, en la música, en los disfraces, en las representaciones teatrales, en las redes sociales, en el humor y en las conversaciones imaginarias que los jóvenes crean para entender sus sentimientos. En cada una de esas expresiones hay algo de ficción y algo de verdad. El adolescente, al jugar simbólicamente, experimenta roles, se proyecta en otros, y prueba maneras de ser sin exponerse del todo. Es un ensayo emocional y social, una práctica que lo prepara para enfrentarse al mundo adulto.

El juego como espejo y refugio

El juego simbólico en la adolescencia cumple una función esencial: permite representar y procesar lo que no siempre se puede decir directamente. A través de una historia inventada, un dibujo, una broma o un video, los adolescentes comunican miedos, deseos, frustraciones y sueños. Juegan a ser otros para entender quiénes son. Este tipo de juego les ofrece la posibilidad de construir sentido, de reordenar sus experiencias, de transformar lo que duele en algo que puede pensarse o compartirse.

Además, el juego simbólico es un refugio. En una etapa donde las emociones son intensas y las presiones externas aumentan, imaginar y representar ofrece alivio. El adolescente que se disfraza, que interpreta un personaje o que crea un mundo ficticio en un videojuego, está buscando un lugar donde tener control, donde decidir y experimentar sin miedo al juicio. Lejos de ser una pérdida de tiempo, es una forma de elaboración emocional y cognitiva.

La importancia del juego simbólico en la escuela

En la escuela secundaria, el juego simbólico puede convertirse en un recurso pedagógico invaluable. Permite conectar los contenidos con la experiencia personal, fomenta la creatividad y genera participación genuina. Actividades como dramatizaciones, debates simulados, producción de cortometrajes, creación de perfiles ficticios o escritura de diarios de personajes permiten que los estudiantes se involucren desde lo emocional y simbólico, no solo desde la razón.

Cuando un adolescente representa una escena histórica, interpreta a un personaje literario o crea una identidad ficticia en una red social educativa, está haciendo mucho más que cumplir una consigna. Está reflexionando, explorando emociones y ejercitando su empatía. Al ponerse en el lugar de otro, aprende a comprender realidades distintas a la suya. El juego simbólico, en este sentido, no es un descanso del aprendizaje, sino una vía para hacerlo más profundo.

También favorece la convivencia y el trabajo grupal. Los adolescentes que juegan juntos aprenden a negociar, a escuchar, a construir acuerdos. A través del juego, se fortalecen vínculos y se desarrolla la confianza. Por eso, las escuelas que habilitan espacios de expresión simbólica —ya sea en el teatro, en talleres de improvisación, en proyectos audiovisuales o en actividades interdisciplinarias— no solo enseñan contenidos, sino también habilidades sociales y emocionales fundamentales para la vida.

El juego simbólico y la identidad adolescente

La adolescencia es un tiempo de búsqueda. Los jóvenes se preguntan quiénes son, qué quieren, cómo los ven los demás. En esa construcción de identidad, el juego simbólico aparece como un laboratorio interno donde pueden ensayar respuestas sin consecuencias reales. Representar, imaginar, actuar o crear mundos alternativos les permite probar distintas versiones de sí mismos. Cada personaje o historia que inventan contiene algo de su verdad.

Además, el juego simbólico estimula la creatividad, la imaginación y el pensamiento crítico. Un adolescente que inventa un guion, que improvisa una escena o que crea un personaje en línea está desarrollando capacidades narrativas, expresivas y reflexivas. Lejos de ser un simple entretenimiento, es una práctica que fortalece la autonomía intelectual y emocional.

Imaginación como herramienta de crecimiento

Reconocer el poder del juego simbólico en la adolescencia implica valorar la imaginación como una forma de conocimiento. Los adolescentes necesitan imaginar para comprender, crear para procesar, jugar para aprender. Cuando los adultos —docentes, familias o tutores— entienden esto, dejan de ver el juego como algo infantil y comienzan a reconocerlo como una práctica vital.

Promover espacios donde los adolescentes puedan jugar simbólicamente no significa infantilizarlos, sino ofrecerles un canal para explorar emociones, ideas y posibilidades. Un aula donde se actúa, se escribe, se crea y se imagina se vuelve un lugar más humano, donde aprender y ser van de la mano.

El juego simbólico es, en el fondo, una forma de seguir soñando despierto. Y soñar —aun en la adolescencia— es una manera de ensayar el futuro. En tiempos donde muchas experiencias se viven desde lo digital o lo inmediato, recuperar el valor del juego imaginativo es una forma de resistir la velocidad, de dar lugar al pensamiento, a la emoción y al deseo.

Educar también es permitir que los adolescentes sigan jugando, no para volver atrás, sino para seguir creciendo. Porque mientras se juega, se imagina. Y mientras se imagina, se aprende a mirar el mundo de otra manera.