Por: Maximiliano Catalisano

Cuando un estudiante se siente motivado desde su interior, el aprendizaje deja de ser una obligación y se transforma en una experiencia que despierta ganas, preguntas y entusiasmo. Esa chispa que lo impulsa a investigar por su cuenta, a preguntar más allá del aula y a comprometerse con su propio proceso no se logra solo con premios o calificaciones, sino generando un entorno que alimente su curiosidad natural.

Para lograr esto, es fundamental que las propuestas de enseñanza conecten con intereses reales. Los temas abstractos, si no se relacionan con lo que el estudiante vive, siente o sueña, se vuelven distantes. En cambio, si el contenido toca algo de su mundo cotidiano o despierta sorpresa, inmediatamente se activa el deseo de saber más. Las preguntas abiertas, las situaciones problemáticas reales o los desafíos creativos son excelentes disparadores para esto.

También es clave dar lugar a la exploración. Si todo está definido de antemano, no hay margen para la búsqueda. Por eso, ofrecer caminos múltiples, permitir elecciones dentro de la tarea o habilitar espacios para investigar libremente son formas de invitar al compromiso genuino. Esto no significa desorden, sino abrir el juego para que cada estudiante encuentre su propia manera de entrar al conocimiento.

Otra estrategia poderosa es dar valor al error como parte del camino. Cuando se crea un clima de confianza donde equivocarse no se castiga, sino que se analiza y se aprende, las ganas de intentar aumentan. La curiosidad necesita permiso para equivocarse, para probar, para construir paso a paso.

Los modelos de referencia también tienen un rol importante. Si el docente transmite entusiasmo, muestra su propio interés por lo que enseña y comparte preguntas personales o hallazgos inesperados, contagia esa actitud exploradora. El entusiasmo se transmite, se ve, se siente. Y eso puede ser más potente que cualquier plan estructurado.

Por último, no subestimemos el poder de las sorpresas. Romper la rutina con una consigna inesperada, una historia impactante o una dinámica distinta puede reactivar la atención y renovar el interés. A veces, una pequeña variación basta para abrir una nueva puerta al aprendizaje.

Motivar intrínsecamente no es convencer, sino habilitar. No se trata de forzar, sino de proponer caminos donde las ganas surjan solas. Cada estudiante tiene dentro de sí la capacidad de asombrarse: solo hay que saber cómo invitarlo a usarla.