Por: Maximiliano Catalisano
En más de una clase, tanto alumnos como docentes se encuentran con un mismo interrogante: ¿para qué sirve esto? Matemáticas abstractas, fechas históricas, teorías científicas o fórmulas gramaticales muchas veces se sienten ajenas al presente del estudiante, generando la sensación de estar frente a un saber inútil o demasiado lejano para su vida diaria. Sin embargo, el valor de esos contenidos no reside solo en su aplicación inmediata, sino en el modo en que se presentan, en la capacidad de tender puentes entre el aula y el mundo real, y en el desafío de transformar lo que parece distante en una herramienta significativa para pensar, comprender y actuar.
La necesidad de un puente entre lo escolar y lo cotidiano
Los contenidos que resultan abstractos no pierden valor por sí mismos, lo que sucede es que se presentan como fragmentos desconectados. El estudiante no encuentra la relación entre esa información y su día a día. Cuando un tema no logra vincularse con la vida, pierde sentido y se memoriza de manera mecánica. Dar sentido implica abrir caminos de conexión, mostrar que detrás de un concepto o una fórmula hay un problema humano, una construcción cultural o una herramienta práctica que en algún momento podrá ser útil.
Ejemplos que iluminan lo abstracto
Un modo de acercar lo lejano es mostrar ejemplos concretos. Hablar de estadística puede parecer árido, pero si se lo vincula con la lectura de encuestas sobre temas actuales o con los resultados de un campeonato deportivo, el estudiante comprende que esos números explican fenómenos reales. Una fecha histórica puede ser vista como un número más en la memoria, hasta que se la sitúa en relación con un hecho cultural o una experiencia social que todavía impacta en la vida cotidiana. Incluso una fórmula matemática puede cobrar sentido al aplicarse en un cálculo sencillo sobre el consumo de datos móviles o en el diseño de un videojuego.
El papel de la emoción y la curiosidad
Dar sentido a los contenidos no es solo cuestión de ejemplos prácticos, también requiere despertar emociones y preguntas. Un contenido se vuelve significativo cuando logra interpelar al estudiante, cuando despierta su interés o lo desafía. Plantear problemas, dejar espacio para la duda, invitar a imaginar qué ocurriría en determinados escenarios, son estrategias que permiten pasar de la repetición a la reflexión. La curiosidad funciona como motor de aprendizaje: cuando un estudiante se siente intrigado, busca, conecta y recuerda de otra manera.
Cuando el docente se convierte en narrador
Otra manera poderosa de dar sentido a lo lejano es a través de la narración. Un buen relato tiene la capacidad de transformar datos en experiencias, teorías en historias y conceptos en imágenes. Una narración que sitúe al alumno en un contexto, que le permita visualizar los conflictos, las personas o las decisiones detrás de un hecho, convierte lo abstracto en algo cercano. El contenido deja de ser un conjunto de palabras o fórmulas para transformarse en un fragmento de la experiencia humana.
La importancia de mostrar la utilidad futura
Muchas veces los contenidos que parecen lejanos se valoran recién cuando el estudiante los necesita en etapas posteriores de su formación o en su vida adulta. Por eso es importante anticipar ese horizonte, explicando que ciertos saberes abren puertas a carreras, profesiones y modos de pensar. La matemática enseña a razonar con rigor, la literatura a comprender la complejidad humana, la historia a reconocer de dónde venimos y cómo se toman decisiones colectivas. Aunque en el presente no lo vean, esos contenidos forman una base que más adelante permitirá resolver situaciones de mayor envergadura.
un trabajo compartido
Dar sentido a los contenidos no es solo responsabilidad de los docentes. También es clave que la escuela, como institución, piense cómo conectar sus propuestas con los intereses de los estudiantes y con las problemáticas del entorno social. Los alumnos, por su parte, deben aprender a hacer el esfuerzo de encontrar valor incluso en lo que no parece atractivo de inmediato, porque la formación implica atravesar también momentos de paciencia y de confianza en que el saber se completará más adelante.
Los contenidos que parecen lejanos no son inútiles: solo requieren un puente, un vínculo que los acerque a la experiencia del estudiante. Cuando se logran construir esas conexiones, el aprendizaje deja de ser una acumulación de información para transformarse en un camino de comprensión. El desafío de dar sentido es, en el fondo, el corazón de la enseñanza: ayudar a que cada estudiante descubra que aquello que parece abstracto tiene un lugar en su vida, en su presente y en su futuro.