Por: Maximiliano Catalisano
El regreso a clases después del receso invernal no es una simple continuación del calendario. Marca un punto de inflexión. La primera parte del año deja aprendizajes, tensiones, logros y pendientes. La segunda mitad llega con nuevos desafíos y, muchas veces, con la sensación de que “hay que cerrar todo” en poco tiempo. En ese contexto, hacer ajustes en la gestión escolar no solo es posible, sino necesario. No se trata de cambiar todo, sino de revisar con atención qué necesita fortalecerse, qué debe reorganizarse y qué puede dejarse atrás para abrir paso a lo importante. Un buen ajuste a tiempo permite evitar el desgaste, recuperar el rumbo y proyectar con más claridad el resto del ciclo lectivo.
Comenzar este tramo implica volver a mirar los objetivos institucionales. En muchas escuelas, los propósitos definidos a principio de año se fueron desdibujando con el ritmo cotidiano. Releer esos acuerdos iniciales, revisar las acciones planificadas y contrastarlas con lo que efectivamente se logró ayuda a ordenar prioridades. No todo se puede hacer en los pocos meses que quedan, pero sí es posible tomar decisiones concretas que aporten sentido a lo que resta. Ajustar la gestión implica jerarquizar tareas, poner el foco en lo que impacta realmente en los aprendizajes y dejar de lado lo accesorio.
Otra dimensión clave es la comunicación interna. Las primeras semanas luego del receso suelen estar cargadas de urgencias, pero también son una oportunidad para retomar vínculos con el equipo docente, personal administrativo y auxiliar. Espacios breves de encuentro para intercambiar percepciones, repasar acuerdos y proyectar juntos lo que viene pueden marcar una gran diferencia. Muchas veces, los problemas en la gestión no provienen de grandes errores, sino de pequeñas descoordinaciones que se acumulan. Alinear expectativas y roles desde el principio permite evitar malentendidos y distribuir mejor el trabajo.
También es momento de revisar los sistemas de registro y seguimiento. Las libretas, las planillas de trayectoria, las actas de reuniones, los partes diarios y otros documentos institucionales deben estar al día para que la toma de decisiones tenga base real. Si durante la primera mitad del año hubo rezagos en la carga de información, este es el momento de ponerse al día. No como una tarea burocrática, sino como una herramienta que permita mirar el recorrido de cada estudiante y planificar acciones posibles. Una gestión que conoce sus datos puede actuar con más precisión.
Los dispositivos de acompañamiento también necesitan ser evaluados. Si hay estudiantes con trayectorias intermitentes o en riesgo, la segunda etapa del año es clave para sostener su permanencia. Pero no siempre se trata de inventar nuevos dispositivos. Muchas veces, el ajuste consiste en fortalecer los que ya existen: reforzar el vínculo con referentes adultos, flexibilizar horarios, diversificar formas de participación o reorganizar las propuestas pedagógicas. Este seguimiento exige coordinación con los equipos de orientación, los docentes y las familias, y una actitud abierta a replantear lo que no funcionó.
En cuanto a lo pedagógico, no siempre se puede “dar todo” lo planificado a comienzos de año. Por eso, revisar las planificaciones institucionales y didácticas también es parte del ajuste. Analizar qué se enseñó, qué se aprendió, y qué conviene priorizar para los próximos meses es un ejercicio imprescindible. A veces, una gestión escolar valiosa es la que habilita a revisar sin culpas ni presiones. No se trata de apurar, sino de hacer que lo que se enseña tenga sentido, continuidad y profundidad. Permitir que el equipo docente repiense sus estrategias, reorganice secuencias y ajuste sus tiempos también forma parte de una gestión comprometida con los procesos reales.
Otra cuestión central es la convivencia escolar. La segunda mitad del año puede traer tensiones acumuladas, conflictos no resueltos o vínculos que necesitan ser reconstruidos. Reforzar los acuerdos institucionales de convivencia, retomar campañas o proyectos que favorezcan el buen trato, y generar espacios de escucha activa puede evitar situaciones mayores. Ajustar la gestión también es cuidar el clima escolar. Cuando se trabaja en un entorno donde el respeto y la escucha se sostienen, los procesos pedagógicos fluyen con mayor naturalidad.
Además, conviene revisar la planificación de actos escolares, salidas educativas, encuentros con las familias y actividades institucionales. Muchas veces, la segunda parte del año se llena de eventos, lo que puede sobrecargar a los equipos. Planificar con anticipación, coordinar fechas entre niveles y distribuir responsabilidades permite que esas actividades se vivan como oportunidades formativas, y no como obstáculos. Una gestión que ajusta a tiempo es una gestión que prevé, ordena y prioriza sin saturar.
El rol del equipo directivo, administrativo y docente se vuelve especialmente importante en este tramo. Acompañar a los docentes, sostener la palabra con las familias, y mantener canales de comunicación abiertos con todos los sectores de la comunidad educativa no es tarea sencilla. Pero es lo que permite que la institución funcione como un espacio donde cada actor sabe qué hacer, a dónde dirigirse y cómo aportar a los objetivos comunes. Ajustar la gestión no significa hacer más, sino hacer mejor con lo que se tiene.
En definitiva, comenzar la segunda mitad del año escolar no debería vivirse como una carrera contra el tiempo. Es una etapa con desafíos propios, pero también con posibilidades. Si se ajusta con mirada estratégica, sentido común y disposición al diálogo, el cierre del año puede construirse con mayor solidez. Lo importante es no dejar que el calendario imponga el ritmo, sino tomar las riendas con realismo y compromiso, para que el trabajo cotidiano conserve su sentido hasta el último día.