Por: Maximiliano Catalisano

En una escuela, las decisiones no se toman en abstracto: se construyen en la interacción cotidiana entre quienes dirigen y quienes sostienen la tarea pedagógica en las aulas. Sin embargo, cuando esa interacción se ve interrumpida, cuando las palabras dejan de circular y el diálogo se convierte en un terreno vacío, la vida escolar se resiente de inmediato. La falta de comunicación entre directivos y docentes no solo complica la gestión de lo académico, sino que además erosiona los vínculos, genera tensiones invisibles y debilita el sentido de pertenencia. Hablar de diálogo en la escuela es hablar de un puente que, si se rompe, deja a ambos lados desconectados y con menos posibilidades de construir un proyecto común.

El diálogo entre directivos y docentes es mucho más que una cuestión de organización. No se trata únicamente de pasar información o distribuir tareas, sino de crear un espacio donde se puedan compartir miradas, expresar preocupaciones y construir acuerdos. Cuando este intercambio fluye, la escuela gana coherencia, porque todos los actores conocen el rumbo y pueden aportar a él. En cambio, cuando se limita a órdenes unilaterales o a silencios prolongados, aparece un clima de desconexión que afecta tanto a la enseñanza como al ánimo general.

Uno de los efectos más visibles de la falta de diálogo es la aparición de malentendidos. Un docente que no conoce con claridad las decisiones institucionales puede interpretar mensajes contradictorios, actuar sin respaldo o sentirse desorientado. Lo mismo ocurre con los directivos que, al no escuchar de primera mano las inquietudes de sus equipos, terminan desconectados de la realidad del aula. Este desajuste genera un círculo de desconfianza donde cada parte siente que la otra no comprende sus necesidades.

El silencio también impacta en la motivación. Los docentes que no encuentran canales de comunicación para expresar sus ideas suelen percibir que su trabajo no es valorado. Eso puede derivar en apatía, resistencia a nuevas propuestas o incluso en el desgaste profesional. De igual manera, los directivos que no logran transmitir con claridad sus expectativas terminan frustrados, porque ven que las iniciativas no se concretan o se implementan de forma parcial. La falta de palabras abre paso al desánimo y al desencuentro.

Otro aspecto clave es el manejo de los conflictos. En toda institución escolar surgen diferencias: sobre cómo evaluar, cómo organizar actividades o cómo abordar situaciones de convivencia. Si no existen espacios de diálogo, estos conflictos se acumulan y estallan en momentos inoportunos, desgastando los vínculos. El diálogo permite anticipar, negociar y encontrar puntos de acuerdo; sin él, cada conflicto se transforma en una batalla personal más que en un problema compartido a resolver.

Hoy, más que nunca, el diálogo es necesario porque los contextos escolares son cambiantes y complejos. Las demandas de las familias, los nuevos desafíos pedagógicos y el impacto de la tecnología requieren respuestas colectivas. Ningún directivo ni docente puede afrontarlos en soledad: necesitan escucharse, complementarse y construir respuestas conjuntas. La falta de comunicación en este escenario no solo retrasa soluciones, sino que limita la capacidad de la escuela para adaptarse a nuevas realidades.

El diálogo también tiene un efecto directo sobre los estudiantes. Aunque muchas veces no participen de estas conversaciones, los alumnos perciben de inmediato el clima institucional. Una escuela donde directivos y docentes se muestran unidos transmite seguridad y coherencia; en cambio, cuando se evidencian tensiones y falta de comunicación, los estudiantes lo leen como desorganización y se ven afectados en su motivación. La manera en que los adultos dialogan entre sí se convierte en un modelo de cómo afrontar las diferencias y construir acuerdos.

Construir un verdadero espacio de comunicación no requiere grandes discursos, sino gestos concretos. Reuniones periódicas, espacios de escucha activa, retroalimentación clara y la disposición a considerar las miradas del otro son prácticas que fortalecen el puente entre la gestión y la enseñanza. No se trata de evitar los desacuerdos, sino de darles un marco que permita resolverlos sin que se transformen en grietas irreparables.

La falta de diálogo entre directivos y docentes afecta a todos los niveles de la vida escolar: debilita la organización, desgasta a los equipos, bloquea la innovación y repercute en los estudiantes. Recuperar la palabra compartida es recuperar el sentido de la escuela como proyecto común, donde cada voz tiene valor y donde las diferencias se convierten en oportunidades para crecer juntos. Una escuela con diálogo es una escuela que aprende de sí misma y que puede proyectarse hacia el futuro con mayor solidez.