Por: Maximiliano Catalisano
En cada aula hay al menos un estudiante que se va apagando de a poco. Deja de participar, no entrega tareas, evita cámaras y micrófonos, responde con monosílabos o directamente desaparece. En un contexto donde la presencialidad y la virtualidad se entrelazan, acompañar a quienes se desconectan emocional o pedagógicamente es uno de los desafíos más sensibles para cualquier docente. Y también uno de los más importantes para sostener los aprendizajes y el sentido de pertenencia.
Lo primero es reconocer las señales. A veces, el alejamiento no se da de un día para el otro, sino en pequeños gestos: una cámara apagada sin explicación, una tarea que no se entrega, aunque el alumno antes era cumplidor, un mensaje que no se responde. Observar estos cambios es el primer paso para intervenir a tiempo. En lugar de insistir con exigencias, es mejor acercarse con una pregunta simple: ¿cómo estás?, ¿hay algo en lo que te pueda ayudar?
El segundo paso es diversificar los canales de contacto. No todos los estudiantes se sienten cómodos con los medios institucionales. A veces un correo personalizado, un audio por WhatsApp o incluso una llamada pueden marcar la diferencia. La clave está en mostrar presencia y disponibilidad, sin invadir ni presionar. Ofrecer opciones para retomar el ritmo, recuperar contenidos o volver a integrarse al grupo es una forma de abrir la puerta sin juzgar.
También es fundamental construir redes dentro de la comunidad escolar. A veces, la desconexión no se resuelve solo desde lo pedagógico. Por eso es importante compartir la situación con el equipo de orientación, con preceptores, directivos o con las familias, para pensar estrategias conjuntas. Nadie acompaña solo, y muchas veces una mirada compartida ayuda a encontrar nuevas formas de acercamiento.
El aula tiene que ser un espacio donde desconectarse no sea un castigo irreversible. Al contrario, se trata de mostrar que siempre se puede volver, que hay lugar para retomar el camino, sin culpas ni reproches. El vínculo que se construye día a día, con palabras, silencios, gestos y paciencia, es la herramienta más potente para sostener a quienes sienten que ya no pueden seguir.