Por: Maximiliano Catalisano
Cada año se vuelve más evidente que el cambio climático ya no es un tema del futuro, sino una realidad que golpea directamente a las comunidades educativas. Inundaciones que obligan a suspender clases durante semanas, olas de calor que afectan la concentración de los alumnos, tormentas que dañan infraestructura escolar y sequías que alteran incluso la disponibilidad de agua potable. En este escenario, las escuelas se ven frente a un desafío enorme: seguir funcionando, enseñar, proteger y contener a sus estudiantes mientras enfrentan condiciones cada vez más impredecibles. Eso exige pensar la educación desde otro lugar, uno que no solo reaccione ante las emergencias, sino que prepare a las próximas generaciones para comprender y actuar frente a un planeta que está cambiando.
Las escuelas resilientes al cambio climático buscan justamente eso: anticiparse, adaptarse y funcionar en entornos donde los eventos extremos serán más frecuentes. Esta idea no involucra únicamente reparar techos o reforzar paredes, sino transformar de manera profunda la cultura escolar. Se trata de integrar el cuidado ambiental en el aprendizaje diario, de repensar la organización escolar e incluso de incorporar tecnologías que permitan seguir enseñando cuando las condiciones no acompañan. En muchos países, estas transformaciones ya están en marcha, aunque con diferentes niveles de avance y recursos disponibles.
Construir una escuela resiliente implica comprender que el clima afecta todos los aspectos de la vida escolar. No se trata solo de infraestructura física: el calor extremo impacta el rendimiento cognitivo, las lluvias intensas interrumpen el transporte escolar y los eventos climáticos violentos generan ansiedad y estrés en muchos estudiantes. Una institución preparada reconoce estas realidades y ajusta su funcionamiento para que el aprendizaje no dependa exclusivamente de condiciones favorables. La resiliencia climática es, en esencia, la capacidad de las escuelas de sostener su misión educativa incluso cuando el contexto se vuelve desafiante.
Infraestructura pensada para un clima diferente
El primer paso hacia la resiliencia pasa por la infraestructura. Las escuelas de muchas regiones ya están adaptando sus edificios para resistir tormentas más intensas, temperaturas más altas y períodos prolongados de sequía. Esto incluye sistemas de ventilación natural que reduzcan la dependencia del aire acondicionado, techos reflectantes que disminuyan el calor en las aulas, cisternas para almacenar agua de lluvia, paneles solares que aseguren energía incluso en cortes prolongados y materiales más resistentes a condiciones extremas.
Pero no todo depende de grandes inversiones. En algunos contextos, pequeñas reformas generan cambios significativos: mejorar la sombra en los patios, colocar cortinas térmicas, instalar ventiladores más eficientes, organizar los horarios de clases para evitar los momentos de mayor exposición al calor o definir planes de evacuación claros para episodios de tormentas. La infraestructura escolar se convierte así en un espacio dinámico que responde al clima y protege a quienes lo habitan.
Educación ambiental como parte central del aprendizaje
Una escuela resiliente también forma estudiantes capaces de comprender su entorno y actuar de manera responsable frente a los desafíos globales. Muchos sistemas educativos están incorporando proyectos que promueven la conciencia ambiental desde edades tempranas. Actividades como huertas escolares, análisis del uso del agua, proyectos de reciclaje, experimentos meteorológicos o debates sobre consumo responsable ayudan a que los alumnos desarrollen habilidades que van mucho más allá del aula.
El cambio climático no puede quedar reducido a una unidad aislada dentro de un libro de ciencias. Requiere una enseñanza transversal que involucre múltiples áreas: la matemática para interpretar datos climáticos, la geografía para analizar comportamientos atmosféricos, la tecnología para diseñar soluciones, las ciencias sociales para comprender el impacto en las comunidades, la lengua para comunicar ideas que puedan transformar realidades. Integrar estos contenidos permite que los estudiantes construyan una mirada amplia y crítica sobre los fenómenos que transforman el planeta.
Adaptaciones pedagógicas para garantizar continuidad educativa
A medida que los eventos climáticos interrumpen la actividad escolar, los sistemas educativos necesitan nuevas estrategias para garantizar la continuidad de los aprendizajes. La pandemia aceleró la transición hacia modelos híbridos y hoy muchas escuelas utilizan esa experiencia para sostener clases en momentos de emergencias ambientales. Plataformas virtuales, cuadernos digitales, materiales descargables, radios escolares o encuentros sincrónicos breves se han convertido en opciones posibles para mantener el contacto entre docentes y estudiantes cuando el clima impide la presencialidad.
Sin embargo, la continuidad educativa no depende solo de la tecnología. También requiere un enfoque pedagógico flexible, capaz de priorizar contenidos, ajustar tiempos y acompañar emocionalmente a los estudiantes en períodos de incertidumbre. En zonas con dificultades de conectividad, las escuelas han recurrido a materiales impresos, entrega de módulos de estudio en los hogares, actividades radiales y tutorías comunitarias. Estas soluciones, aunque diversas, comparten un objetivo común: que los alumnos no queden desconectados de su proceso educativo por situaciones climáticas que escapan a su control.
El rol de la comunidad en la resiliencia escolar
Una escuela no puede transformarse sin el apoyo de su comunidad. Familias, organizaciones barriales, voluntarios, gobiernos locales y empresas colaboran para fortalecer la adaptación climática desde múltiples frentes. En muchas localidades rurales se han organizado sistemas de alerta temprana para proteger a los estudiantes ante crecidas repentinas de ríos o tormentas intensas. En otras regiones, la comunidad participa de la construcción de techos, la plantación de árboles que generen sombra, la instalación de cisternas o la recolección de materiales reutilizables.
Este trabajo conjunto ayuda a que las escuelas se conviertan en espacios que no solo enseñan, sino que también protegen y acompañan a todos los actores de su entorno. Además, fortalece el sentido de pertenencia, ya que las familias sienten que forman parte activa de la solución y no simples observadores de las dificultades. La resiliencia se vuelve entonces un objetivo compartido, sostenido por el compromiso colectivo.
Mirar el futuro con una nueva perspectiva escolar
El calentamiento global obliga a repensar cómo se planifica, se gestiona y se vive la escuela. Las instituciones educativas tienen el desafío de preparar a niños y jóvenes para enfrentar un mundo más cambiante, más vulnerable y más exigente. Una escuela resiliente no es solo aquella que resiste un temporal, sino la que aprende de él, que se transforma, que escucha a su comunidad y que se adelanta a los desafíos que vendrán. Esta perspectiva no es una opción: es una necesidad que determinará el bienestar de las próximas generaciones.
La capacidad de las escuelas para adaptarse al clima que cambia marcará la diferencia entre aquellas que podrán continuar enseñando y aquellas que, inevitablemente, quedarán expuestas a las interrupciones permanentes. Pensar en resiliencia escolar es pensar en futuro. Un futuro donde la educación no se detenga, donde los estudiantes estén preparados para comprender su entorno y donde las escuelas sean espacios seguros, flexibles y conectados con la realidad ambiental del planeta.
