Por: Maximiliano Catalisano

Un nuevo docente llega al equipo y, con él, se abren expectativas, preguntas, miedos, oportunidades. No solo para quien se suma, sino también para quienes ya están. El ingreso de alguien nuevo no es un trámite administrativo: es una experiencia que puede fortalecer al grupo o generar tensiones innecesarias. Acompañarlo no significa darle instrucciones rígidas ni corregirlo a cada paso, sino permitir que pueda desplegar su tarea, integrarse, sentirse parte, y también aportar su mirada. Saber acompañar sin invadir, escuchar sin imponer, invitar sin presionar, es una habilidad que muchas veces se aprende caminando. Y el modo en que se realiza ese acompañamiento puede marcar la diferencia entre alguien que se queda y se compromete, y alguien que se va en cuanto puede.

Integrar sin borrar lo propio

Uno de los riesgos más comunes es exigir que el docente nuevo se adapte al estilo del equipo sin cuestionar nada. Si bien es importante sostener acuerdos, formatos y pautas comunes, también lo es permitir que esa persona traiga su forma de hacer, su mirada, su experiencia. El equilibrio está en no imponerle que repita lo que ya se hace, pero tampoco dejarlo completamente solo. Integrar no es asimilar: es dar lugar a lo nuevo sin perder lo que funciona.

La bienvenida no es un acto simbólico

Un error frecuente es creer que con una reunión de bienvenida alcanza. Acompañar implica mucho más. Es estar disponible para las dudas, para los primeros errores, para los momentos de inseguridad. Es explicar lo que se da por sabido, compartir materiales, contar la historia de la escuela, narrar lo que se hace en determinados momentos del año. Cada institución tiene un modo particular de hacer las cosas, y quien llega necesita claves para interpretarlas. El lenguaje, las dinámicas internas, los vínculos con las familias, todo eso lleva tiempo entenderlo si nadie lo explica.

No es solo su problema

Cuando un docente nuevo tiene dificultades, muchas veces se lo deja resolver solo. Se piensa que con el tiempo “se acomodará”. Pero acompañar también es detectar señales de alerta, intervenir a tiempo, hacer lugar al diálogo. No se trata de señalar errores, sino de ofrecer alternativas. A veces, solo con preguntar “¿cómo te estás sintiendo?”, se habilita un espacio que permite crecer. No alcanza con evaluar su trabajo: hay que acompañar su inserción como parte del proceso institucional.

El rol de quien acompaña

Algunas escuelas designan un “docente acompañante”, pero esa figura no siempre funciona si se limita a lo formal. Acompañar implica estar, escuchar, respetar los tiempos del otro. No se trata de ser un supervisor encubierto ni de controlar todo lo que hace, sino de ayudar a leer el clima institucional, a anticipar situaciones, a entender el porqué de ciertas decisiones. A veces alcanza con tomar un café después de clase, con pasar por su aula a ver cómo va, con ofrecerse para planificar juntos si hace falta. No se trata de ocupar todos los espacios, sino de estar cuando se necesita.

Cómo generar pertenencia sin forzarla

Un nuevo integrante no se siente parte solo porque se lo invita a una reunión. La pertenencia se construye en los vínculos cotidianos, en los gestos, en la confianza que se genera con el tiempo. Si se lo juzga desde el primer día o se lo expone a comparaciones, es probable que se cierre. En cambio, si se respeta su ritmo, si se reconoce su tarea, si se lo incluye de manera genuina, es más probable que se quede, que construya, que aporte. La pertenencia no se exige: se cultiva.

Cuando el acompañamiento falla

A veces, el acompañamiento no se da o se da mal. El nuevo docente se siente solo, desorientado, juzgado. En esos casos, es común que se generen conflictos, que aparezca la frustración, que aumente la rotación. Revisar cómo se recibe a quienes llegan debería ser una tarea institucional constante. No para armar protocolos rígidos, sino para pensar cómo mejorar. Lo que para algunos es obvio, para otros es completamente nuevo. Tener eso presente puede cambiar el tono de un año entero.

Dar lugar a lo que trae

Quien se suma a un equipo no llega vacío. Llega con trayectorias, con ideas, con preguntas. No siempre coincidirá con lo que se viene haciendo, y eso no es necesariamente un problema. A veces, una mirada nueva permite revisar prácticas que se daban por hechas. Escuchar lo que trae, sin ponerse a la defensiva, puede enriquecer al grupo entero. El desafío está en hacer lugar sin desdibujar la identidad del equipo. En reconocer al otro sin perder lo que se viene construyendo.

Trabajar juntos no es pensar igual

Integrar a un nuevo docente no implica que todo el equipo esté de acuerdo en todo. La diversidad de enfoques puede ser una riqueza si se gestiona con respeto. A veces, el conflicto aparece cuando se espera que el otro piense igual o actúe igual. En realidad, construir un buen clima de trabajo implica aceptar diferencias, discutir sin descalificar, y encontrar puntos de encuentro en lo común. Quien se siente escuchado y respetado, aunque no coincida en todo, tiene más chances de comprometerse con el grupo.

El tiempo también acompaña

Por más acompañamiento que se ofrezca, adaptarse a una escuela lleva tiempo. No todo se puede resolver en las primeras semanas. Algunos docentes necesitan varios meses para sentirse cómodos, para encontrar su tono, para manejar la dinámica institucional. Respetar ese proceso es parte del acompañamiento. No se trata de apurarlos, sino de caminar a su lado hasta que puedan hacerlo solos. Y ese momento llega, si se sienten cuidados desde el comienzo.