Por: Maximiliano Catalisano

Cómo Frenar la Deserción Escolar con Acciones Accesibles

La deserción escolar después de la pandemia se transformó en uno de los mayores desafíos para los sistemas educativos de América Latina. Miles de estudiantes dejaron de asistir a la escuela por razones que van desde la pérdida del empleo familiar hasta la falta de conectividad, la necesidad de trabajar, la presión emocional y la sensación de desconexión con el entorno escolar luego de un largo período de interrupción. Para muchos, volver a la rutina educativa no solo implicó regresar a un edificio, sino reconstruir hábitos, vínculos y motivaciones que la pandemia dejó debilitados. El resultado es un escenario donde la asistencia diaria se volvió inestable y donde los factores socioeconómicos, más presentes que nunca, definen quién continúa estudiando y quién queda afuera. Entender estas causas y delinear estrategias accesibles, sostenibles y aplicables en el presente es una de las tareas más necesarias para recuperar el futuro de millones de jóvenes.

Entre los factores que impulsan la deserción escolar, el contexto económico ocupa un lugar central. La pandemia dejó a muchas familias sin ingresos estables, y en ese marco, adolescentes y jóvenes tuvieron que insertarse en trabajos informales para ayudar en el hogar. Esta incorporación temprana al mundo laboral, que muchas veces ocurre sin protección ni proyección, se convirtió en un obstáculo para continuar la escuela. Cuando la urgencia económica se impone, la educación pasa a un segundo plano. Este fenómeno es especialmente visible en zonas rurales y en barrios donde el empleo informal ya era una realidad previa a la crisis sanitaria.

La falta de dispositivos y conectividad durante la educación remota también generó un quiebre importante. Los estudiantes que quedaron desconectados por meses o incluso años tuvieron mayores dificultades para reincorporarse al sistema. El rezago académico, la vergüenza de volver sin haber podido participar y el sentimiento de estar atrasados respecto del resto del grupo provocaron que muchos optaran por abandonar antes que enfrentar esa frustración. En otros casos, la ausencia prolongada debilitó la relación con docentes y compañeros, y esa pérdida de vínculo afectivo hizo que el regreso se sintiera ajeno.

La salud emocional también desempeña un papel considerable. La pandemia dejó secuelas en la autoestima, en la confianza personal y en la capacidad de sostener rutinas. Muchos estudiantes experimentaron ansiedad, tristeza, desmotivación o pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban. La escuela, en algunos casos, se percibe como un espacio demasiado demandante, especialmente cuando no existen apoyos para acompañar a quienes regresan con dificultades. Este componente emocional, aunque no siempre visible, es determinante para explicar por qué tantos adolescentes interrumpieron su trayectoria escolar.

Por otro lado, la falta de transporte, los largos trayectos, la inseguridad en ciertos territorios y los costos asociados a la asistencia diaria (uniformes, materiales, comida) representan barreras adicionales que complican el regreso. Aunque estos factores existían antes de la pandemia, el deterioro económico profundizó su impacto. Para algunas familias, enviar a un hijo a la escuela implica gastos que, en contextos de vulnerabilidad, resultan difíciles de sostener.

A pesar de este panorama complejo, existen estrategias accesibles que pueden contribuir de manera efectiva a disminuir la deserción escolar sin requerir grandes inversiones. Una de las primeras medidas consiste en desarrollar sistemas de seguimiento temprano para identificar señales de alerta: ausencias repetidas, baja participación, cambios en el rendimiento o desconexión emocional. Las escuelas que implementan estos mecanismos pueden actuar antes de que un estudiante abandone definitivamente, ofreciendo apoyo oportuno a las familias.

El acompañamiento personalizado también resulta fundamental. Asignar referentes escolares, tutores o docentes que acompañen a grupos reducidos de estudiantes facilita el seguimiento académico y emocional. No se trata de crear nuevas estructuras costosas, sino de reorganizar tiempos institucionales para priorizar el contacto cercano, la escucha activa y la detección de obstáculos. Incluso encuentros breves, planificados semanalmente, pueden tener un impacto significativo en la continuidad escolar.

Otra estrategia accesible es la flexibilización pedagógica. Permitir que los estudiantes avancen a ritmos diferenciales, ofrecer espacios de refuerzo y diseñar actividades que tomen en cuenta el rezago académico ayuda a neutralizar la sensación de fracaso que aparece en quienes volvieron después de largas ausencias. Esta medida no requiere inversión adicional, sino una planificación más sensible a las trayectorias reales.

Las alianzas comunitarias también han demostrado ser una herramienta poderosa. Organizaciones sociales, clubes barriales, centros culturales y grupos de voluntariado pueden brindar apoyo en tareas escolares, talleres, actividades recreativas y espacios de contención emocional. Estas iniciativas fortalecen el vínculo entre la escuela y el entorno y ofrecen alternativas para que los estudiantes vuelvan a sentirse parte de una comunidad.

El fortalecimiento del vínculo con las familias es indispensable. Muchas veces, la deserción no se debe a una decisión explícita, sino a la falta de información o de acompañamiento en el hogar. Visitas domiciliarias, encuentros informales, llamadas telefónicas y redes de apoyo entre familias pueden incrementar la permanencia escolar sin necesidad de grandes recursos. El diálogo constante permite comprender las razones que están detrás de cada ausencia y construir soluciones compartidas.

Otro camino posible es ajustar los horarios o modalidades de cursada para estudiantes que trabajan. En vez de exigir la misma asistencia que a quienes no tienen responsabilidades laborales, algunas escuelas han encontrado soluciones mediante turnos alternativos, clases combinadas o espacios de estudio autónomo supervisado. Estas medidas permiten que los jóvenes continúen estudiando sin renunciar a sus obligaciones familiares.

Para que estas estrategias sean efectivas, es indispensable fortalecer la motivación estudiantil. Esto implica recuperar el sentido de la escuela como un lugar de encuentro, crecimiento y oportunidades. Actividades culturales, deportivas o de participación juvenil pueden reconstruir el interés por permanecer en el sistema. La motivación no surge únicamente de los contenidos académicos, sino del ambiente general que la escuela logra generar.

La deserción escolar después de la pandemia es una señal de alerta que no puede ignorarse. Cada estudiante que deja la escuela representa un proyecto interrumpido, un talento que se pierde y un futuro que queda suspendido. Sin embargo, también es una oportunidad para repensar cómo acompañar las trayectorias de manera más humana, flexible y realista. Con medidas accesibles, trabajo comunitario y una escuela abierta al diálogo, es posible reconstruir el camino educativo de miles de jóvenes que hoy están al borde de abandonar definitivamente. El desafío es grande, pero los pasos concretos pueden comenzar hoy, sin esperar grandes inversiones ni transformaciones complejas.