Por: Maximiliano Catalisano
En las escuelas de hoy, gran parte de la vida social de los estudiantes transcurre en pantallas que no siempre muestran lo que realmente está ocurriendo. Las agresiones digitales ya no aparecen solo como insultos explícitos o publicaciones violentas; a veces se esconden en gestos pequeños, casi invisibles, que lastiman igual o más que un ataque directo. El llamado bullying digital silencioso crece sin hacer ruido, opera en grupos privados, en omisiones intencionales, en mensajes que nunca llegan y en miradas digitales que excluyen sin decir una palabra. Saber detectarlo y comprender cómo enfrentarlo se vuelve indispensable para docentes, familias y estudiantes. Esta nota propone una mirada profunda y actual sobre un fenómeno que está transformando la convivencia escolar en el mundo digital.
El bullying digital silencioso se manifiesta en acciones que, por su sutileza, suelen pasar desapercibidas para los adultos. No se trata de un insulto escrito en voz alta, sino de conductas más escondidas: dejar afuera a alguien de un grupo de WhatsApp, ignorar mensajes de manera deliberada, no etiquetar a un compañero en una foto grupal a propósito, difundir chistes privados que solo algunos entienden o utilizar emojis en forma irónica para molestar. Son micro agresiones que, repetidas con frecuencia o en determinados contextos, generan malestar emocional, inseguridad, ansiedad y sensación de aislamiento. Lo silencioso no lo hace menos dañino; simplemente lo vuelve más difícil de reconocer.
La escuela suele identificar con mayor facilidad los casos en los que hay insultos explícitos o publicaciones ofensivas en redes sociales. Pero el bullying digital silencioso se mueve en otros lugares: en aquellos donde las plataformas permiten manipular la visibilidad, en los algoritmos que potencian los grupos cerrados y en la comunicación fragmentada entre estudiantes. La exclusión en línea tiene la particularidad de no dejar siempre pruebas evidentes, por lo que requiere una observación más cuidadosa. A veces, un estudiante no sabe cómo expresar lo que está viviendo, porque no hay una agresión directa que pueda describir. Solo siente que «algo pasa» y no logra ponerlo en palabras.
Uno de los escenarios más frecuentes donde aparece este tipo de bullying son los grupos de mensajería. Allí se deciden cosas importantes: invitaciones, chistes, debates, fotos, tareas y conversaciones cotidianas. Cuando alguien es ignorado sistemáticamente, cuando sus mensajes se pasan por alto o cuando se lo elimina sin razón clara, el impacto emocional puede ser profundo. La exclusión digital duele porque confirma la sensación de no pertenecer, algo que en la adolescencia adquiere una intensidad particular.
También aparecen micro agresiones en redes sociales, donde la lógica de los «me gusta», las reacciones y los comentarios genera dinámicas complejas. No reaccionar ante las publicaciones de un compañero cuando sí se hace con el resto del grupo, comentar con ironía, usar memes para señalar indirectas o invisibilizar el trabajo de alguien son formas de maltrato que, aunque pequeñas, dejan huellas. El contexto transforma una acción aparentemente banal en una señal clara de rechazo.
Cómo identificar el bullying digital silencioso
Detectarlo requiere prestar atención a señales emocionales más que a evidencias explícitas. Cambios en el comportamiento, retraimiento, desinterés por actividades que antes disfrutaban, miedo a revisar el celular o ansiedad ante notificaciones pueden indicar que algo ocurre en la vida digital de un estudiante. También puede manifestarse en forma de baja autoestima, aislamiento en el aula o dificultades para relacionarse con el grupo. Muchos chicos prefieren callar por miedo a que intervenir empeore la situación, sobre todo cuando se trata de acciones que parecen “mínimas”.
Los docentes y las familias necesitan generar espacios de conversación donde los estudiantes se sientan seguros para contar lo que viven en línea. No basta con preguntar “¿Te insultaron?”, porque muchas veces no hubo insulto. Es más útil indagar sobre la dinámica del grupo, sobre cómo se sienten al participar o no participar de ciertas conversaciones y sobre si alguna acción mínima les hizo sentir mal. Cuando se habilita ese diálogo, emergen historias que estaban invisibles.
El rol de la escuela y la formación digital
La escuela tiene un papel central en la prevención del bullying digital silencioso. No se trata solo de advertir sobre los peligros de internet, sino de formar en habilidades que permitan reconocer y gestionar situaciones de micro agresión. La alfabetización digital ya no puede limitarse al uso técnico de herramientas; también debe incluir una dimensión ética, emocional y social. Enseñar a interpretar intenciones, a cuidar la comunicación, a identificar el impacto de las acciones digitales y a comprender cómo funcionan los entornos virtuales es fundamental.
Una estrategia valiosa es trabajar con ejemplos reales pero despersonalizados. Analizar situaciones ficticias donde alguien es excluido de un grupo, debatir sobre qué sienten las personas involucradas o reflexionar sobre cómo actuar ante una micro agresión ayuda a que los estudiantes tomen conciencia de su comportamiento en línea. También es útil promover normas claras de convivencia digital que complementen las reglas tradicionales de la escuela.
Asimismo, es necesario incluir actividades que desarrollen empatía digital. Muchas veces, quienes realizan micro agresiones no son plenamente conscientes del daño que causan. El entorno virtual genera una sensación de distancia emocional que puede desinhibir conductas que nunca ocurrirían cara a cara. Ayudar a los estudiantes a comprender esa brecha y a identificar cómo se sienten los demás contribuye a construir entornos más respetuosos.
El acompañamiento adulto es determinante. Los docentes pueden observar dinámicas del grupo, conversar con los estudiantes y trabajar desde el aula situaciones que surgen en la vida digital. Las familias, por su parte, pueden fomentar un uso saludable de los dispositivos, supervisar sin invadir y construir confianza para que los chicos hablen cuando lo necesitan. La presencia adulta no consiste solo en controlar, sino en acompañar y guiar.
El bullying digital silencioso nos recuerda que el mundo en línea es tan real como el presencial. Allí los estudiantes construyen amistades, exploran su identidad, se comunican y se relacionan con el grupo. Por eso, comprender estas dinámicas y actuar a tiempo es clave para cuidar la salud emocional y social de cada estudiante. La invisibilidad no debe ser sinónimo de desinterés; al contrario, exige una mirada más atenta.
Reconocer estas formas de maltrato silencioso permite que la escuela y las familias trabajen juntas para generar entornos digitales más seguros. Acompañar, escuchar y formar son las herramientas que permiten que cada estudiante crezca en un mundo donde lo digital juega un papel decisivo en su vida cotidiana. La construcción de una convivencia sana también ocurre detrás de las pantallas, y asumirlo es el primer paso para transformar la forma en que navegamos la vida digital.
