Por: Maximiliano Catalisano
En un clima social donde todo parece dividirse en bandos y donde las discusiones terminan muchas veces en confrontaciones estériles, enseñar a debatir se convierte en una oportunidad educativa invaluable. Los estudiantes conviven en redes sociales con opiniones extremas, frases impulsivas y respuestas cargadas de tensión que se multiplican sin pausa. Por eso, cuando la escuela ofrece espacios para debatir de forma respetuosa y fundamentada, no solo promueve la reflexión: también enseña a convivir, a escuchar y a comprender perspectivas que no coinciden con las propias. La enseñanza del debate ya no es un contenido aislado, sino una herramienta para navegar un mundo que exige pensamiento crítico y sensibilidad social.
El desafío actual es que la polarización se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. Los jóvenes reciben mensajes contundentes, rápidas conclusiones y discursos que fomentan la idea de “nosotros vs. ellos”. En este escenario, la escuela tiene la responsabilidad de construir espacios donde sea posible disentir sin lastimar, argumentar sin descalificar y exponer ideas sin temor a quedar en minoría. Enseñar a debatir en este contexto requiere paciencia, claridad pedagógica y una planificación que contemple tanto lo académico como lo emocional.
Por qué enseñar debate hoy
Debatir no es simplemente hablar frente a otros. Implica seleccionar información, organizar el pensamiento, anticipar objeciones y sostener una idea con fundamentos. Pero en tiempos de polarización, debatir también significa aprender a manejar emociones, reconocer los sesgos propios y comprender que no todas las discusiones tienen como objetivo convencer al otro. A veces, el aporte más valioso es abrir preguntas nuevas.
Las aulas actuales necesitan formar estudiantes que puedan reconocer la complejidad de los temas públicos. Con información que circula a velocidades cada vez mayores, el debate se vuelve un ejercicio formativo para discriminar entre argumentos sólidos y frases llamativas sin sustento. Los jóvenes que aprenden a debatir desarrollan herramientas para evaluar discursos, cuestionar fuentes dudosas y comprender que una conversación profunda no puede resolverse con respuestas rápidas.
Construir un clima que permita disentir
Antes de enseñar técnicas específicas, la escuela debe generar un ambiente en el cual sea posible debatir sin miedo. Esto implica establecer acuerdos básicos: escuchar sin interrumpir, evitar burlas, cuidar el lenguaje y permitir que todos tengan voz. Las reglas claras no son un obstáculo, sino la base que permite que cada estudiante pueda expresarse sin sentirse expuesto.
Crear este clima también significa que el docente se vuelva un modelo de diálogo respetuoso. Su rol no es imponer una postura, sino sostener el espacio para que las ideas circulen y los estudiantes puedan tomar distancia de sus emociones iniciales. Las aulas donde la docente calma tensiones, frena agravios y propone volver al argumento generan aprendizajes duraderos. Los jóvenes descubren que disentir no es atacar, y que una conversación firme puede ser tan valiosa como un acuerdo.
Estrategias para enseñar debate en un contexto polarizado
Una estrategia efectiva es comenzar con temas que no generen fuertes divisiones. Esto permite practicar técnicas sin la presión emocional que provocan ciertos asuntos públicos. A medida que el grupo aprende a escuchar, argumentar y preguntar, es posible avanzar hacia cuestiones más complejas.
Otra estrategia es enseñar a reconocer falacias, exageraciones o afirmaciones sin evidencia. Los estudiantes se sorprenden al descubrir cuántos discursos mediáticos y mensajes virales sostienen ideas poco sólidas. Esta habilidad fortalece su autonomía intelectual y reduce la influencia de mensajes polarizantes.
También es importante promover el rol del moderador. Cuando los estudiantes aprenden a conducir el debate, a ordenar turnos y a pedir aclaraciones, se convierten en sujetos activos del proceso. El moderador no toma partido: facilita la conversación y permite que los argumentos se desarrollen con claridad.
Integrar momentos de reflexión posterior es otra práctica valiosa. Después de un debate, los estudiantes pueden revisar qué ideas cambiaron, qué argumentos los sorprendieron y qué emociones aparecieron. Esta instancia es clave porque transforma la actividad en un aprendizaje integral que involucra pensamiento y autoconciencia.
El valor formativo del desacuerdo
El desacuerdo puede ser una fuente inmensa de crecimiento. Cuando un estudiante escucha una postura contraria a la suya y la analiza con apertura, amplía sus perspectivas y mejora su capacidad de tomar decisiones informadas. En un mundo donde se premia la respuesta rápida y la lealtad al propio grupo, aprender a valorar el desacuerdo es casi un acto de madurez.
La escuela debe transmitir la idea de que cambiar de opinión no es una derrota, sino una señal de crecimiento. También es importante enseñar que uno puede sostener una convicción personal sin caer en descalificaciones ni tensiones innecesarias. El debate se vuelve una práctica que fortalece la autonomía y ayuda a los estudiantes a construir opiniones propias en lugar de repetir discursos ajenos.
Hacia una cultura escolar donde debatir sea un camino, no un combate
Para que el debate forme parte de la cultura escolar, la institución debe incorporarlo de manera sostenida, no como una actividad aislada. Esto incluye propuestas transversales, proyectos interdisciplinarios y momentos donde las distintas materias puedan aportar temas y enfoques. El debate puede aparecer en clases de literatura, ciencias sociales, historia, ética, formación ciudadana y hasta en ciencias naturales cuando se analizan problemas socioambientales.
Cuando debatir se convierte en una práctica habitual, los estudiantes aprenden a expresarse con mayor seguridad y a escuchar con mayor profundidad. Descubren que las opiniones tienen matices, que los argumentos se construyen con tiempo y que una discusión productiva puede transformar su forma de ver el mundo. Esta experiencia no elimina la polarización social, pero les ofrece herramientas para navegarla con mayor claridad y responsabilidad.
En un contexto donde las conversaciones públicas están marcadas por la tensión y los extremos, la escuela puede convertirse en un espacio donde el diálogo recupera su valor. Enseñar habilidades de debate es apostar por una generación que no tema pensar distinto, que comprenda que el respeto es irrenunciable y que sepa que la palabra puede unir tanto como puede dividir. Esa es la gran oportunidad educativa que tenemos por delante.
