Por: Maximiliano Catalisano

Hay momentos en los que la escuela parece atravesar más preguntas que respuestas, y en ese escenario el rol del docente cobra una dimensión aún más profunda. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de sostener climas, acompañar procesos, leer emociones y gestionar múltiples desafíos que se superponen. Frente a esta realidad, la resiliencia docente no es una cualidad extraordinaria ni un ideal lejano: es una construcción diaria que permite que quienes enseñan puedan atravesar los cambios, adaptarse, recuperarse y seguir adelante sin perder sentido. Esta nota propone una mirada honesta, humana y práctica sobre cómo formar docentes resilientes desde la formación inicial, la capacitación continua y el trabajo cotidiano en las escuelas.

Comprender la resiliencia como un proceso y no como un atributo fijo

Cuando se habla de resiliencia docente, a veces se la presenta como una característica personal que algunos tienen y otros no. Sin embargo, la resiliencia no es un rasgo innato, sino un proceso que se desarrolla con acompañamiento, práctica y reflexión. Implica aprender a enfrentar situaciones complejas sin que esas experiencias definan para siempre la manera de enseñar o de vincularse con los estudiantes.

Formar docentes resilientes supone incluir en la formación inicial espacios donde se hable de emociones, incertidumbre, frustración, límites y autocuidado. Muchas veces los profesorados se enfocan apenas en lo pedagógico, dejando de lado la dimensión afectiva del trabajo docente. Sin embargo, la capacidad de recuperarse frente a un conflicto en el aula, una crítica, un cambio institucional o una carga laboral intensa se aprende, se entrena y se fortalece igual que cualquier otra habilidad.

Aceptar que la resiliencia es un proceso también libera a los docentes de sentirse responsables por no «poder con todo». Enseñar es un trabajo profundamente humano, y como tal requiere tiempo para construir recursos internos que permitan sostenerlo en el largo plazo.

La importancia de los vínculos como red de sostén emocional

Ningún docente atraviesa el año escolar en soledad, aunque a veces así lo viva. Los vínculos con colegas, directivos, familias y estudiantes son una fuente constante de experiencias que pueden fortalecer o debilitar el ánimo. Formar docentes resilientes implica ayudarlos a reconocer qué vínculos los sostienen, cuáles los desgastan y cómo construir relaciones sanas que les permitan sentirse acompañados.

Las escuelas que promueven espacios de encuentro entre docentes —no formales, sino reales y humanos— generan una cultura de apoyo que fortalece la resiliencia colectiva. Un comentario amable en la sala de profesores, una conversación sincera después de una clase difícil o la posibilidad de compartir recursos y estrategias entre colegas son actos simples que construyen una red emocional imprescindible.

Los vínculos positivos también permiten que los docentes recuperen perspectiva. Cuando un problema se comparte, deja de ser una carga individual y se vuelve un desafío abordable. La resiliencia crece cuando nadie se siente solo frente a lo que le pasa.

El rol del autocuidado como parte de la profesión docente

Hablar de autocuidado no es hablar de indulgencia ni de descanso ocasional. Es asumir que el cuerpo y la mente del docente son herramientas de trabajo y que, si se desgastan, todo lo que depende de ellas también se resiente. Formar docentes resilientes implica enseñarles a reconocer señales de agotamiento, establecer límites claros y desarrollar rutinas que los protejan del desgaste emocional.

El autocuidado puede tomar formas diversas: desconectar cuando la jornada termina, organizar el tiempo para evitar acumulaciones, pedir ayuda cuando es necesario, crear momentos breves de pausa o practicar actividades que recuperen energía. También implica abandonar la exigencia interna de «estar siempre disponible». La resiliencia no surge del sacrificio extremo, sino de la capacidad de sostener el trabajo sin perder la salud ni la identidad personal.

Muchas veces el docente cree que debe responder a cada demanda inmediata. Sin embargo, parte de la resiliencia consiste en distinguir lo urgente de lo importante, atender lo que corresponde y permitir que el resto espere. Esta habilidad, que parece menor, es clave para disminuir tensiones y evitar la saturación.

Estrategias pedagógicas que fortalecen la resiliencia en el aula

La resiliencia docente también se construye desde la práctica pedagógica. Cuando un maestro cuenta con estrategias que le permiten adaptarse a contextos cambiantes, manejar conflictos o reorganizar una clase cuando algo no sale como esperaba, su confianza profesional crece.

Algunas estrategias que fortalecen la resiliencia incluyen diseñar propuestas flexibles que puedan adaptarse a diferentes ritmos, anticipar posibles dificultades sin dramatizar, crear rutinas claras que ordenen el clima del aula y desarrollar una escucha activa que permita comprender lo que necesitan los estudiantes.

La resiliencia también se alimenta del sentido. Cuando un docente reconoce el impacto de su tarea, encuentra satisfacción en pequeños logros y observa avances reales en sus estudiantes, la adversidad pierde fuerza. Revisar experiencias positivas —aunque sean pequeñas— ayuda a sostener la motivación incluso en momentos difíciles.

Formación continua: un camino para seguir construyendo resiliencia                                      

La resiliencia no se aprende de una vez y para siempre. Necesita actualización, reflexión y nuevas herramientas a lo largo de toda la trayectoria profesional. La formación continua ofrece espacios para revisar prácticas, descubrir otros enfoques y comprender que los desafíos que se presentan hoy pueden requerir soluciones distintas a las de hace unos años.

Contar con instancias de formación donde se trabaje sobre manejo emocional, resolución de conflictos, comunicación respetuosa, bienestar en el aula y estrategias de recuperación frente al desgaste es fundamental para que los docentes no solo aprendan, sino que se sientan acompañados. La resiliencia se fortalece cuando el aprendizaje profesional incluye lo emocional, lo humano y lo relacional.

La actualización permanente también permite que los docentes comprendan que la educación cambia, que las demandas sociales evolucionan y que su rol requiere adaptarse sin perder identidad. En ese equilibrio entre lo que permanece y lo que cambia, la resiliencia se vuelve una brújula interna.

Resiliencia docente: una construcción personal, profesional y colectiva

Formar docentes resilientes implica comprender que ninguna persona puede sostener el trabajo educativo sola. La resiliencia surge del equilibrio entre el cuidado personal, el acompañamiento institucional y la colaboración entre colegas. Cada dimensión aporta algo distinto y necesario.

Cuando los docentes desarrollan recursos internos, se sienten acompañados y cuentan con herramientas para enfrentar los desafíos cotidianos, la escuela se vuelve un entorno más estable y armonioso. Y cuando los maestros están bien, todo lo que sucede en el aula mejora.