Por: Maximiliano Catalisano
En un mundo donde las rutinas cambian rápido, las familias atraviesan tensiones nuevas y los alumnos se enfrentan a desafíos que no existían hace una década, la escuela se vuelve un lugar que trasciende lo académico. Muchos chicos llegan cada día buscando algo más que contenidos: buscan un sitio donde sentirse seguros, escuchados, valorados y parte de una comunidad. La escuela, cuando cumple esa función, se transforma en un espacio que sostiene y acompaña, ofreciendo un marco estable en medio de una realidad que a veces resulta incierta. Esta nota propone una mirada profunda sobre cómo construir escuelas que no solo enseñen, sino que también den sentido y contención en cada etapa del camino educativo.
La contención no se reduce a un gesto afectivo; es una construcción diaria que requiere atención a los vínculos, al clima institucional y a las necesidades concretas de los estudiantes. Una escuela que cuida es aquella que reconoce la singularidad de cada alumno y crea las condiciones para que puedan aprender sin sentirse solos. Para muchos chicos, especialmente en contextos vulnerables, la escuela es el único lugar donde encuentran continuidad, rutinas saludables y adultos capaces de orientarlos. Ese rol, lejos de sobrecargar a la institución, la posiciona como un pilar fundamental para el bienestar de la comunidad.
Crear un espacio de contención implica mirar más allá de lo académico. Implica observar cómo llegan los alumnos, cómo se relacionan entre ellos, qué les preocupa, qué los entusiasma y qué necesitan para sentirse seguros. El aula, el patio, los pasillos y los talleres son escenarios donde los estudiantes expresan emociones, inquietudes y modos de ver el mundo. Cuando los adultos están atentos, pueden detectar señales de malestar, prevenir situaciones complejas y generar oportunidades de encuentro que fortalezcan la convivencia.
La escuela también ofrece sentido cuando es capaz de conectar lo que se aprende con la vida cotidiana. Cuando un alumno siente que lo que hace en clase tiene valor, que sirve para comprender el mundo y que le permite proyectarse hacia el futuro, la experiencia educativa se vuelve más profunda. El sentido surge cuando los saberes se integran con experiencias concretas, cuando las actividades tienen propósito y cuando los docentes construyen puentes entre los contenidos y la realidad de cada estudiante.
La importancia de un clima institucional que abrace
Un clima institucional cuidado es la base para que la escuela funcione como espacio de contención. Esto incluye la forma en que se organizan las normas, el trato entre adultos, la comunicación con las familias y la manera en que se resuelven los conflictos. Cuando los estudiantes perciben coherencia entre lo que la escuela dice y lo que hace, se sienten más seguros. Esa coherencia les permite confiar en los adultos y abrirse emocionalmente cuando atraviesan momentos difíciles.
La escucha es fundamental en esta construcción. Escuchar a los alumnos no significa solo atender sus palabras, sino también observar los gestos, los silencios y los cambios de comportamiento. La escucha activa permite intervenir a tiempo y evitar que los problemas se agraven. Además, cuando un estudiante siente que puede hablar sin ser juzgado, se fortalece su autoestima y su capacidad para enfrentar situaciones complejas.
El trabajo en equipo es otro pilar. Preceptores, docentes, directivos y equipos de orientación cumplen roles diferentes pero complementarios. Cuando las decisiones se toman de manera articulada, la escuela logra respuestas más integrales frente a las necesidades de los estudiantes. Y aunque cada institución tiene sus particularidades, los vínculos saludables entre los adultos se reflejan inmediatamente en el clima general.
La comunicación con las familias también es parte de este proceso. Las familias necesitan sentir que la escuela es un aliado, no un juez. Cuando existe confianza entre ambas partes, se construye una red de sostén más amplia. La escuela no reemplaza a la familia, pero sí puede ser un lugar que acompaña, orienta y comparte herramientas para mejorar el bienestar de los chicos.
La contención también se vincula con la presencia de rutinas claras y previsibles. Los adolescentes, especialmente, encuentran tranquilidad en saber qué esperar: horarios, normas, evaluaciones, dinámicas de trabajo. Las rutinas no deben ser rígidas, pero sí lo suficientemente estables como para que los estudiantes sientan que hay un orden que los sostiene. Esta estabilidad emocional se traduce en mayor concentración, mejor convivencia y una actitud más positiva hacia el aprendizaje.
Cómo construir una escuela que dé sentido
Dar sentido es un desafío más profundo. Requiere que la escuela no sea un espacio aislado de la realidad, sino un lugar donde los alumnos puedan interpretar lo que viven, formular preguntas y encontrar caminos posibles. El sentido aparece cuando el aprendizaje se conecta con la vida.
Para ello, es necesario que las propuestas pedagógicas tengan un propósito claro. Invitarlos a debatir temas actuales, vincular los contenidos con problemas reales, promover proyectos donde se sientan protagonistas y permitir que expresen sus intereses convierte el aprendizaje en una experiencia con impacto. Una escuela que da sentido permite que los alumnos entiendan por qué estudian lo que estudian y cómo ese conocimiento puede transformar su manera de ver el mundo.
El acompañamiento emocional también se integra con la construcción de sentido. Un estudiante que se siente cuidado aprende mejor, porque su mente está más disponible para concentrarse y explorar. La contención no reduce las exigencias académicas; las hace más alcanzables, porque permite que los chicos encuentren confianza en sus capacidades.
Además, construir sentido implica trabajar con la diversidad. Cada alumno llega con una historia, un ritmo y una forma de aprender. Cuando la escuela reconoce esa diversidad y la convierte en una oportunidad para dialogar, los estudiantes sienten que pertenecen a una comunidad donde sus diferencias son valoradas.
Las experiencias significativas también ayudan a dar sentido: talleres, proyectos interdisciplinarios, actividades artísticas, acciones comunitarias, espacios de reflexión. Estas propuestas no solo enriquecen el aprendizaje, sino que también fortalecen la identificación afectiva de los estudiantes con la institución. Una escuela que ofrece experiencias variadas permite que cada alumno encuentre un lugar propio donde desarrollarse.
Finalmente, la escuela cobra sentido cuando los estudiantes perciben que los adultos creen en ellos. Cuando sienten que su voz importa, que sus inquietudes son escuchadas y que sus logros son celebrados, la experiencia escolar se vuelve transformadora. El reconocimiento no es un premio, sino un modo de construir seguridad emocional. Y la seguridad emocional es la base para que un alumno pueda crecer sin miedo a equivocarse.
La escuela como espacio de contención y sentido no es una utopía. Es una construcción diaria, sostenida por gestos pequeños, decisiones coherentes y vínculos que se fortalecen con el tiempo. Cuando la escuela asume este rol, no solo mejora el aprendizaje: mejora la vida de los chicos y se convierte en un lugar indispensable para toda la comunidad.
