Por: Maximiliano Catalisano
En cada aula, más allá de los cuadernos, los pizarrones y las evaluaciones, conviven emociones. Alegría, enojo, frustración, entusiasmo, miedo o sorpresa se entrelazan todos los días entre quienes aprenden y quienes enseñan. Sin embargo, en la mayoría de las escuelas, las emociones aún son tratadas como un aspecto secundario, algo que interrumpe el aprendizaje o que se debe controlar. Enseñar la gestión emocional en grupo es una de las tareas más importantes que puede asumir la escuela del siglo XXI, porque detrás de cada vínculo y de cada conflicto se esconden oportunidades para aprender a convivir, a comprenderse y a cuidar del otro. Educar las emociones en colectivo no solo mejora el clima escolar, sino que enseña a los estudiantes a reconocer lo que sienten, a expresarlo de manera respetuosa y a transformar las diferencias en experiencias de crecimiento compartido.
La escuela no puede desentenderse de la vida emocional de sus alumnos. Las emociones están presentes en cada aprendizaje: cuando un estudiante se siente escuchado, se atreve a participar; cuando se siente inseguro, se bloquea; cuando siente entusiasmo, aprende con más profundidad. En este sentido, enseñar la gestión emocional en grupo implica crear un entorno donde las emociones puedan ser reconocidas, nombradas y comprendidas. No se trata de “evitar” las emociones intensas, sino de aprender a habitarlas sin lastimar ni ser lastimado. Y eso solo puede aprenderse en convivencia, compartiendo experiencias con otros.
El aula como espacio para aprender a sentir juntos
Cada grupo de estudiantes tiene su propia dinámica emocional. Hay grupos más expresivos, otros más reservados; algunos se fortalecen en la cooperación, otros deben aprender a resolver sus tensiones internas. Por eso, el aula es un laboratorio vivo donde las emociones circulan constantemente y donde el docente tiene la posibilidad de orientar ese flujo hacia el aprendizaje. Enseñar gestión emocional en grupo no consiste en impartir una clase teórica sobre las emociones, sino en incorporar la reflexión emocional en las rutinas cotidianas: después de un conflicto, antes de comenzar una actividad o al cerrar la jornada.
Hablar sobre cómo se sintieron ante una situación, compartir lo que cada uno necesita o pensar juntos cómo mejorar la convivencia, son ejercicios que ayudan a transformar lo que se vive en el aula en una experiencia formativa. Estas prácticas, además, fortalecen la empatía y la cohesión del grupo. Cuando los alumnos aprenden a reconocer el impacto de sus palabras o acciones sobre los demás, desarrollan una conciencia colectiva que los prepara para una vida social más respetuosa y responsable.
El rol del docente en la gestión emocional colectiva
El docente tiene un papel clave en este proceso, no como juez de las emociones, sino como acompañante y guía. Su tarea es ayudar a los alumnos a poner en palabras lo que sienten y ofrecer estrategias para canalizar esas emociones de manera constructiva. Esto requiere sensibilidad, observación y también autoconocimiento. No se puede enseñar gestión emocional sin reconocer las propias emociones. Cuando el docente logra mantener la calma en momentos de tensión, muestra con el ejemplo que es posible regularse, pensar antes de reaccionar y cuidar el clima del grupo.
Incluir momentos de conversación emocional en el aula no significa dejar de lado los contenidos académicos, sino darles un contexto más humano. Si un grupo atraviesa un conflicto o una pérdida, detenerse a hablar de lo ocurrido no es una pérdida de tiempo, es una inversión en aprendizaje emocional. La gestión emocional no se enseña solo en los momentos difíciles: también se aprende al celebrar logros, al reconocer esfuerzos o al expresar gratitud. Cada una de esas experiencias fortalece la inteligencia emocional del grupo y refuerza los lazos entre sus miembros.
Herramientas para enseñar gestión emocional en grupo
Una forma efectiva de trabajar la gestión emocional es a través del diálogo guiado. Espacios como la “asamblea de aula” o los “círculos de palabra” permiten que los alumnos se escuchen, se expresen y busquen juntos soluciones a los problemas de convivencia. Estas instancias deben tener reglas claras: respeto por la palabra, confidencialidad y escucha activa. El objetivo no es juzgar, sino comprender.
También pueden utilizarse recursos creativos, como el teatro, la música o la escritura, que ayudan a los estudiantes a poner en escena sus emociones de manera simbólica. El arte ofrece un canal seguro y liberador para expresar aquello que a veces no puede decirse con palabras. Del mismo modo, las dinámicas cooperativas, los juegos de confianza y las actividades grupales que promuevan el trabajo en equipo fortalecen la empatía y la comunicación emocional.
El docente puede acompañar estas experiencias con un registro visual o verbal de los estados emocionales del grupo: un mural de emociones, un diario colectivo o una “escala del ánimo” diaria, donde los estudiantes expresen cómo se sienten. Estas herramientas, aunque simples, ayudan a que las emociones se vuelvan visibles y, por lo tanto, más manejables.
Educar emociones es educar humanidad
Enseñar la gestión emocional en grupo es, en el fondo, enseñar humanidad. Es ayudar a los estudiantes a reconocer que sentir no es una debilidad, sino una forma de estar en el mundo con autenticidad. Cuando un grupo logra expresar sus emociones sin temor al juicio, se genera un clima de confianza que favorece el aprendizaje y la convivencia.
La escuela, como espacio social por excelencia, tiene la oportunidad de ofrecer un modelo de convivencia emocionalmente saludable. Allí se aprende que no todas las emociones son agradables, pero todas tienen valor. El enojo puede transformarse en energía para cambiar una situación injusta, la tristeza en empatía por el otro, la alegría en motor para aprender. Lo importante no es eliminar las emociones, sino aprender a escucharlas y darles un cauce positivo.
Si queremos formar personas capaces de construir vínculos sanos y comunidades más justas, debemos empezar por el aula. Enseñar gestión emocional en grupo es sembrar respeto, comprensión y serenidad. Es, también, apostar por una educación más humana, donde el conocimiento y la sensibilidad se encuentren.