Por: Maximiliano Catalisano

Hablar de derechos humanos en la infancia no es un tema reservado para fechas conmemorativas ni para materias específicas. Es una tarea que atraviesa todo el quehacer educativo y que debería comenzar desde los primeros años de la vida escolar. Enseñar derechos humanos desde la infancia no significa dictar conceptos complejos, sino mostrar, en cada gesto y situación cotidiana, que cada persona tiene un valor, una voz y un lugar en el mundo. La escuela, por su carácter formativo y social, es el escenario perfecto para sembrar esta conciencia desde temprano, no como una lección más, sino como una manera de convivir y aprender con otros.

Cuando los niños descubren que tienen derechos, también aprenden que los demás los tienen. Esa comprensión sencilla, pero profunda, transforma la manera en que se relacionan. Entienden que todos merecen ser tratados con respeto, que la diversidad es parte de la riqueza humana y que las normas no son castigos, sino acuerdos para garantizar la convivencia. La educación en derechos humanos, cuando se inicia en la infancia, construye bases sólidas para una sociedad más justa y solidaria, donde los valores no se repiten de memoria, sino que se practican.

El aula como primer espacio de ciudadanía

La escuela primaria es, muchas veces, el primer lugar donde los niños experimentan la vida en comunidad. Allí comparten, debaten, acuerdan y descubren que su accionar tiene consecuencias. Es también el espacio donde se pueden sembrar las primeras nociones sobre respeto, justicia y responsabilidad. Enseñar derechos humanos desde esta etapa no implica solo hablar de ellos, sino vivirlos en la práctica diaria: escuchar, incluir, acompañar y respetar las diferencias.

El aula puede convertirse en un laboratorio de convivencia democrática. Cada vez que se resuelve un conflicto dialogando, que se vota una decisión en grupo o que se trabaja en proyectos solidarios, los alumnos aprenden que sus opiniones cuentan y que pueden mejorar su entorno. Así, la educación en derechos humanos se construye desde lo cotidiano, no como teoría abstracta, sino como experiencia vivida.

Educar para reconocer al otro

Uno de los mayores desafíos de enseñar derechos humanos es lograr que los niños comprendan que todos, sin excepción, tienen los mismos derechos. En la infancia, esto se traduce en gestos simples: no reírse del que se equivoca, compartir con quien está solo, cuidar los materiales comunes, respetar las diferencias físicas o culturales. Cada una de estas acciones es una oportunidad para construir empatía, un valor que será clave en su vida adulta.

Los docentes tienen un papel esencial en este proceso. Son quienes pueden poner en palabras lo que los niños sienten, ayudarles a resolver conflictos de manera justa y acompañar la construcción de su mirada sobre el mundo. Un maestro que escucha, que explica con paciencia y que enseña con el ejemplo está transmitiendo mucho más que conocimientos: está mostrando cómo se ejerce el respeto.

Los derechos como parte del aprendizaje integral

Incorporar los derechos humanos a la enseñanza no requiere nuevos programas, sino una mirada transversal. Se pueden trabajar desde todas las áreas y momentos del día. En literatura, al analizar personajes que enfrentan injusticias. En ciencias sociales, al comprender la historia de las luchas por los derechos. En arte, al expresar la diversidad cultural. Incluso en educación física, al valorar el juego limpio y la cooperación.

La idea es que los derechos no sean un tema aislado, sino parte del aprendizaje integral. De este modo, los alumnos entienden que los derechos humanos no son una lista lejana de normas, sino principios que influyen en su vida cotidiana. Cuando un niño aprende a reconocer una injusticia, a pedir ayuda, a defender lo correcto o a acompañar a quien sufre, está aprendiendo ciudadanía.

Familias y escuela, una alianza necesaria

El trabajo con los derechos humanos no termina en el aula. Las familias cumplen un papel indispensable al reforzar los valores de respeto y empatía en casa. Cuando la escuela y el hogar comparten el mismo mensaje, los niños encuentran coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Escuchar, contener y dialogar son prácticas que también educan en derechos.

Las reuniones con padres, los proyectos comunitarios o las actividades solidarias conjuntas pueden convertirse en espacios de aprendizaje compartido. En ellos, los niños ven que el respeto y la solidaridad no son solo palabras, sino acciones concretas que transforman su entorno.

Educar para un futuro más humano

Enseñar derechos humanos desde la infancia es invertir en el futuro. Los niños que crecen entendiendo que el respeto y la justicia son pilares de la convivencia se convierten en adultos más comprometidos con su comunidad. Comprenden que sus decisiones pueden afectar a otros y que la paz se construye con pequeñas acciones diarias.

El desafío está en hacer de la escuela un espacio donde se respire ese espíritu. Donde cada niño sepa que tiene voz, que puede expresar lo que siente y que su palabra tiene valor. Donde las normas se expliquen con sentido, y no solo se impongan. Donde el aprendizaje no se limite al contenido, sino que abarque la manera en que se vive con los demás.

Educar en derechos humanos desde la infancia es, en definitiva, enseñar a vivir juntos. Es sembrar en cada niño la certeza de que todos merecemos respeto, oportunidades y cuidado. Y que, desde su lugar, también pueden ser parte del cambio hacia un mundo más justo y más humano.