Por: Maximiliano Catalisano

En el aula se construyen más que conocimientos: se tejen vínculos, se comparten emociones y se aprenden maneras de decir y de escuchar. Enseñar los diferentes estilos de comunicación es una de las tareas más valiosas de la escuela moderna, porque de esa comprensión depende la calidad de las relaciones que los estudiantes mantendrán en su vida personal, académica y laboral. No se trata solo de expresarse bien, sino de reconocer cómo las palabras, los gestos y los tonos pueden unir o alejar a las personas. En tiempos donde todo se dice rápido, enseñar a comunicarse con respeto, empatía y claridad se vuelve una herramienta para la convivencia, el trabajo en equipo y la construcción de comunidad.

La comunicación no es solo hablar; es un proceso de intercambio donde intervienen pensamientos, emociones y contextos. En la escuela, ese proceso se multiplica cada día: entre docentes y alumnos, entre compañeros, entre familias y la institución. Por eso, enseñar los distintos estilos de comunicación permite comprender que no todos nos expresamos del mismo modo y que las diferencias, si se comprenden, pueden enriquecer el diálogo.

Los estilos de comunicación y su impacto en la convivencia escolar

Existen tres grandes estilos de comunicación: pasivo, agresivo y asertivo. Cada uno refleja una manera particular de vincularse y responder ante las situaciones cotidianas. Enseñarlos en el aula no significa encasillar, sino ayudar a los estudiantes a reconocer sus propios modos y a desarrollar estrategias para comunicarse mejor.

El estilo pasivo se caracteriza por la dificultad para expresar opiniones, necesidades o desacuerdos. Quienes se comunican así suelen ceder ante los demás, evitar conflictos o callar por miedo a molestar. En la escuela, estos alumnos pueden pasar inadvertidos, pero su silencio muchas veces esconde inseguridad o falta de confianza.

El estilo agresivo, en cambio, se manifiesta con imposición, tono elevado o falta de escucha. La persona intenta dominar la conversación y hacer prevalecer su punto de vista, sin considerar al otro. Este tipo de comunicación genera tensión, malentendidos y distancia.

El estilo asertivo, por último, combina respeto, claridad y empatía. Quien se comunica de manera asertiva expresa sus ideas sin atacar ni someterse, reconoce los derechos del otro y busca acuerdos. Enseñar este estilo desde edades tempranas permite prevenir conflictos, fortalecer la autoestima y construir relaciones más sanas.

Enseñar a comunicarse también es educar en emociones

La comunicación está estrechamente ligada a las emociones. Un tono brusco puede nacer de la frustración, un silencio puede esconder miedo o tristeza, y una palabra amable puede abrir puertas al entendimiento. Por eso, enseñar los estilos comunicativos implica también trabajar sobre el reconocimiento emocional.

Cuando los estudiantes aprenden a identificar lo que sienten antes de hablar, logran expresarse con mayor claridad y empatía. Pueden decir “no estoy de acuerdo” sin herir, o “me siento mal” sin culpar. Esa capacidad de poner palabras a las emociones no solo mejora la convivencia, sino que también favorece el aprendizaje. Un clima comunicativo sano crea un ambiente donde todos se sienten escuchados y valorados.

Los docentes cumplen un rol clave al modelar la comunicación que desean fomentar. El modo en que dan una consigna, corrigen un error o resuelven un conflicto comunica tanto como sus palabras. Promover el diálogo abierto, el respeto por las diferencias y la escucha activa son formas concretas de enseñar sin necesidad de teorizar demasiado.

Estrategias para trabajar los estilos de comunicación en el aula

Incorporar este tema en la escuela puede hacerse a través de pequeñas dinámicas cotidianas. Una de ellas consiste en analizar ejemplos de frases comunes y debatir cómo suenan dependiendo del tono o la intención. Otra posibilidad es dramatizar situaciones y reflexionar qué estilo de comunicación aparece en cada caso. Estas actividades ayudan a los alumnos a identificar comportamientos propios y ajenos, y a descubrir cómo pequeñas modificaciones pueden cambiar por completo el resultado de una interacción.

También se pueden realizar proyectos interdisciplinarios que integren esta temática. En lengua, por ejemplo, se puede trabajar la diferencia entre diálogo, discusión y debate; en educación emocional, se pueden abordar las habilidades sociales y la regulación del enojo; en tutorías, se pueden crear acuerdos de convivencia basados en la comunicación asertiva. Cada espacio puede aportar una mirada complementaria para fortalecer este aprendizaje.

Es fundamental que la enseñanza de los estilos comunicativos no se limite a una clase aislada, sino que sea una práctica constante. En la medida en que los estudiantes experimenten que ser escuchados y escucharse entre sí tiene valor, internalizarán esa forma de vincularse más allá del aula.

La comunicación como puente para la vida

Enseñar los diferentes estilos de comunicación no solo mejora la convivencia escolar, sino que prepara a los estudiantes para el mundo. En la familia, en el trabajo o en las redes sociales, las habilidades comunicativas marcan la diferencia entre un diálogo constructivo y una confrontación estéril. Saber expresar lo que uno piensa sin herir, pedir lo que necesita sin temor y escuchar sin interrumpir son aprendizajes que acompañan toda la vida.

Además, comprender los estilos comunicativos ayuda a los jóvenes a desarrollar una mirada más empática hacia los demás. Reconocer que alguien se comporta de forma agresiva por inseguridad o que alguien calla por timidez permite responder con paciencia y comprensión, en lugar de juzgar. Esa mirada más humana y reflexiva fortalece los lazos y contribuye a una sociedad más dialogante y respetuosa.

El desafío educativo no está solo en enseñar contenidos, sino en formar personas que sepan comunicarse con conciencia. Cuando una escuela se convierte en un espacio donde hablar, escuchar y comprender son valores compartidos, se está construyendo mucho más que conocimiento: se está sembrando la base de una convivencia solidaria y madura.