Por: Maximiliano Catalisano

Cuando la escuela se llena de rutinas que parecen no tener fin, algo empieza a perderse en el camino: la motivación. Las actividades repetitivas, aunque pueden tener un propósito pedagógico, muchas veces terminan generando aburrimiento, desinterés y una sensación de que lo aprendido no tiene verdadero sentido. No se trata de negar el valor de la práctica, sino de preguntarnos qué sucede cuando esa práctica se vuelve mecánica y no despierta ningún desafío. La motivación, que es el motor del aprendizaje, puede apagarse silenciosamente si el alumno siente que siempre está haciendo más de lo mismo.

La repetición en sí misma no es negativa. De hecho, la memoria necesita repaso y los estudiantes requieren consolidar los contenidos con ejercicios similares. El problema aparece cuando la dinámica se convierte en un ciclo previsible, donde el estudiante ya sabe qué esperar y no encuentra ninguna sorpresa ni novedad que lo impulse a seguir adelante. En esos casos, lo que era un recurso para afianzar termina funcionando como un obstáculo para crecer.

El impacto en la motivación

Cuando una actividad se repite demasiadas veces sin variantes, el cerebro la interpreta como una tarea automática. Pierde el carácter de reto y se convierte en algo mecánico. Los alumnos, en lugar de sentirse motivados, comienzan a desconectarse porque no ven un beneficio claro en repetir lo que ya saben hacer. Esta desconexión se refleja en actitudes como falta de participación, entrega de trabajos sin compromiso o simplemente apatía frente a las propuestas escolares.

La motivación se alimenta del desafío y la curiosidad. Cuando el estudiante percibe que una actividad lo lleva un paso más allá, que le permite descubrir algo nuevo o aplicar lo que aprendió en un contexto diferente, se involucra con entusiasmo. En cambio, si lo que encuentra es la reiteración del mismo formato y las mismas consignas, la motivación se resiente y con ella se afecta el rendimiento.

El valor de la variedad

Para evitar que la repetición consuma la motivación, la clave está en la variedad. Una misma competencia o contenido puede ejercitarse de múltiples formas: un problema matemático no siempre debe resolverse en el cuaderno, puede trabajarse con juegos, proyectos, simulaciones o incluso con debates. Una lectura no tiene por qué evaluarse siempre con preguntas de opción múltiple; puede transformarse en un análisis en grupo, una dramatización o una producción creativa.

La variedad no implica abandonar la práctica, sino darle nuevas formas que mantengan el interés del alumno. En este sentido, el docente tiene la posibilidad de transformar lo repetitivo en algo atractivo, de manera que la constancia no se perciba como monotonía, sino como un proceso dinámico.

La percepción del sentido

Otra dimensión importante es el sentido. Cuando una actividad se repite sin explicación de su propósito, los estudiantes suelen verla como una obligación vacía. En cambio, si se les explica que repetir un procedimiento tiene como objetivo ganar seguridad, rapidez o confianza, la percepción cambia. El problema no siempre es la repetición, sino la falta de claridad sobre el porqué de esa repetición.

Dar contexto es esencial. Si un alumno entiende que repasar diez veces una operación matemática le dará la soltura necesaria para avanzar a un problema más complejo, aceptará mejor la tarea. La motivación se sostiene cuando se sabe que el esfuerzo tiene una dirección concreta.

El riesgo de la desmotivación prolongada

Cuando la repetición excesiva se prolonga en el tiempo, puede generar consecuencias más profundas. No solo aparece el aburrimiento, también se instala la idea de que la escuela no ofrece desafíos reales. Esto puede derivar en una desconexión general con la experiencia escolar, donde los estudiantes cumplen por cumplir, sin entusiasmo ni interés genuino.

En ese escenario, no solo se afecta el aprendizaje, también se debilita el vínculo emocional con el acto de aprender. La motivación es lo que impulsa a un estudiante a seguir explorando por cuenta propia, a preguntarse más allá de lo obligatorio. Si esa chispa se apaga, se pierde la curiosidad, y con ella, una parte esencial de la formación.

Transformar la repetición en oportunidad

La pregunta entonces no es si hay que repetir o no, sino cómo hacerlo. La repetición puede transformarse en una gran oportunidad si se plantea con creatividad y se integra en proyectos más amplios. Un mismo contenido puede revisarse desde ángulos diferentes, con actividades que despierten la imaginación, la colaboración o el juego. Lo importante es que el alumno sienta que cada repetición aporta algo nuevo, que no está atrapado en un círculo, sino avanzando en espiral hacia un nivel superior de comprensión.

Al final, la repetición de actividades no debería ser vista como un obstáculo inevitable, sino como un recurso que, bien utilizado, refuerza la confianza y consolida aprendizajes. El desafío está en no dejar que se convierta en monotonía, porque es allí donde la motivación se desgasta. La escuela que logra equilibrar práctica con novedad, repetición con creatividad, termina despertando en los estudiantes una energía que no solo los impulsa a rendir mejor, sino que también los ayuda a disfrutar del camino del aprendizaje.