Por: Maximiliano Catalisano
Hay momentos en que la escuela parece perder su esencia y se transforma en un trámite más dentro de la vida cotidiana. Se vuelve parte de una lista de obligaciones: asistir, cumplir horarios, entregar tareas, aprobar exámenes. Los estudiantes lo sienten como un paso obligatorio para llegar a otro lugar, los docentes como un deber que deben sostener, y las familias como una rutina que hay que cumplir. En ese escenario, se diluye el sentido más profundo de la educación, ese que conecta con el descubrimiento, el crecimiento y la curiosidad. Preguntarnos qué pasa cuando la escuela se convierte en trámite es fundamental para repensar cómo se vive la experiencia escolar y qué podemos hacer para que recupere su lugar como un espacio de transformación.
Cuando la escuela es vista únicamente como un requisito formal, los vínculos que allí se generan se tornan superficiales. Los estudiantes buscan terminar rápido las tareas, memorizar lo mínimo para aprobar y esperar el timbre de salida. Los docentes, por su parte, pueden caer en la tentación de dar clases para cumplir con un programa, sin tiempo para detenerse en lo que realmente despierta interés. Las familias, inmersas en la dinámica diaria, terminan valorando más la asistencia y las calificaciones que las experiencias significativas. La escuela, en ese punto, corre el riesgo de convertirse en un lugar de paso y no en un espacio de aprendizaje verdadero.
La rutina como obstáculo y oportunidad
La rutina escolar es necesaria para dar un marco, pero cuando se vuelve rígida y mecánica, pierde sentido. El exceso de controles, planillas y formalidades muchas veces termina desplazando lo más importante: el encuentro entre personas y la construcción de conocimiento. El peligro de que la escuela se convierta en trámite está en que la rutina se imponga sobre la experiencia. Sin embargo, también puede ser una oportunidad. Si se logra dar vida a la rutina con proyectos, debates y actividades que inviten a pensar, la repetición se transforma en estructura y no en peso.
El impacto en los estudiantes
Cuando los alumnos sienten que todo se reduce a trámites, aparece el desinterés. Asisten porque “hay que ir”, hacen la tarea porque “hay que entregarla”, estudian porque “hay que aprobar”. En este círculo, el aprendizaje se vacía de significado. Lo que debería ser un descubrimiento se convierte en un requisito. Esa mirada no solo afecta los resultados académicos, también influye en la forma en que los jóvenes entienden su relación con el conocimiento: dejan de verlo como una herramienta para crecer y lo perciben como una obligación pasajera.
La falta de motivación es una consecuencia directa de este proceso. Si el alumno no encuentra una razón personal para comprometerse con lo que aprende, difícilmente se entusiasme. Y una escuela que solo ofrece trámites genera, inevitablemente, desconexión emocional con el estudio.
El rol de los docentes
Para los docentes, la escuela que se vive como trámite también trae consecuencias. La burocracia, las exigencias administrativas y la presión por cumplir plazos muchas veces dejan poco espacio para la creatividad. El riesgo es que la tarea docente quede reducida a transmitir contenidos de manera mecánica, perdiendo el contacto con lo más valioso: el vínculo humano.
Sin embargo, los docentes también son quienes tienen la posibilidad de darle otro sentido a lo cotidiano. Una clase puede convertirse en trámite si solo se centra en completar ejercicios, pero también puede transformarse en una experiencia enriquecedora si abre preguntas, si conecta con la realidad de los alumnos o si permite que cada uno se sienta parte activa del proceso.
Las familias y la mirada externa
Las familias, en ocasiones, refuerzan la idea de la escuela como trámite cuando solo se enfocan en las notas o en la asistencia. Sin proponérselo, transmiten el mensaje de que lo importante es “cumplir” y no “aprender”. Es necesario que también desde el hogar se valore el esfuerzo, la curiosidad y el interés, más allá de los resultados inmediatos. La escuela cobra otro sentido cuando la familia acompaña, pregunta, se interesa por lo que los hijos piensan y sienten, y no únicamente por lo que rinden en un boletín.
Recuperar el sentido
La pregunta clave es cómo evitar que la escuela quede atrapada en la lógica del trámite. La respuesta no está en eliminar rutinas ni en abandonar las formalidades, porque son necesarias, sino en darles un propósito que trascienda. Cada tarea puede tener un sentido más allá de la obligación: una consigna puede abrir un debate, un examen puede ser un momento para demostrar crecimiento y una clase puede transformarse en un espacio de reflexión.
Cuando la escuela recupera su sentido, deja de ser un trámite y vuelve a ser un lugar donde se aprende a pensar, a convivir y a soñar. Se convierte en un espacio vivo, donde lo importante no es solo cumplir, sino construir algo que tenga impacto en la vida presente y futura de los estudiantes.
La diferencia entre una escuela-trámite y una escuela-experiencia está en el modo en que se vive cada momento. Lo mismo que hoy puede sentirse como rutina, mañana puede ser recordado como el instante en que un alumno descubrió algo que lo marcó para siempre. El desafío es que esos momentos no se pierdan entre papeles, horarios y formalidades, sino que se conviertan en la esencia misma de lo que significa educar.