Por: Maximiliano Catalisano
En cada aula siempre hay un desafío silencioso: aquellos estudiantes que prefieren mantenerse al margen cuando llega el momento de trabajar en grupo. Mientras algunos se entusiasman con la idea de intercambiar, compartir y debatir, otros se refugian en el silencio, buscan excusas para no involucrarse o incluso muestran rechazo a la propuesta. Esta situación puede generar incomodidad tanto en los compañeros como en el docente, que se pregunta cómo lograr que la experiencia colectiva sea enriquecedora sin forzar ni dejar a nadie afuera. Entender las razones detrás de esta actitud es clave para diseñar estrategias que hagan del trabajo grupal un espacio de aprendizaje real para todos.
La resistencia a participar en grupo no siempre responde a falta de interés. Puede tener múltiples causas: timidez, miedo a equivocarse, inseguridad frente a los demás, experiencias previas negativas o incluso el deseo de no perder el control de la tarea. En otros casos, surge de la percepción de que el trabajo grupal no es justo, porque algunos se esfuerzan más que otros. Identificar el origen del rechazo ayuda a elegir la forma de abordarlo, porque no es lo mismo acompañar a un alumno inseguro que motivar a uno que desconfía del valor del grupo.
Comprender antes de actuar
El primer paso es escuchar y observar. Muchas veces, los estudiantes que no participan esconden detrás de su silencio un pedido de ayuda. Forzarlos a integrarse sin atender a lo que sienten puede generar el efecto contrario: más resistencia y mayor rechazo. Es importante darles la posibilidad de expresar por qué no se sienten cómodos. Esa escucha no solo muestra respeto, también abre la puerta para construir confianza.
Ofrecer distintos roles
El trabajo en grupo no siempre significa hablar mucho o exponerse frente a todos. Existen roles diversos que pueden ajustarse a diferentes personalidades: coordinador, relator, encargado de materiales, investigador, sintetizador de ideas. Permitir que cada estudiante elija o descubra el rol en el que se siente más cómodo es una manera de incluir sin presionar. Con el tiempo, al ganar confianza, podrán animarse a ocupar otros lugares dentro del grupo.
Empezar de a poco
Quienes no se sienten cómodos trabajando en grupo suelen reaccionar mejor si el proceso comienza de manera gradual. Antes de integrarlos en equipos grandes, se puede probar con parejas o tríos, donde la exposición es menor y el vínculo más cercano. También puede ser útil asignar tareas breves y concretas, que den sensación de logro y reduzcan la ansiedad. Lo importante es que experimenten que la participación es posible y que no siempre implica sentirse juzgado.
Valorar cada aporte
Cuando un estudiante que habitualmente se mantiene al margen logra involucrarse, aunque sea de manera mínima, es fundamental reconocerlo. No se trata de elogiar en exceso, sino de mostrar que su aporte es valioso y necesario. Este reconocimiento refuerza la autoestima y motiva a volver a intentarlo en futuras ocasiones. Si los compañeros también aprenden a valorar la contribución de todos, se construye un clima donde nadie queda excluido.
Transformar el sentido del trabajo grupal
En algunos casos, la resistencia surge porque los estudiantes no encuentran sentido en trabajar con otros. Perciben que podrían hacer lo mismo por su cuenta o que el grupo ralentiza su ritmo. Para contrarrestar esta percepción, es necesario diseñar actividades que solo tengan valor si se realizan colectivamente. Proyectos donde cada parte dependa del otro, tareas que requieran combinar talentos distintos o desafíos que solo puedan resolverse en conjunto ayudan a mostrar que el grupo no es un trámite, sino un recurso.
Construir confianza en el aula
La participación grupal está directamente relacionada con el clima general del aula. Si los estudiantes sienten que serán juzgados o ridiculizados, difícilmente se animen a hablar. En cambio, en un espacio donde se respeta cada opinión, se cuidan los turnos de palabra y se valora la diversidad, el miedo a participar se reduce. Trabajar sobre la confianza es tan importante como diseñar buenas actividades. Sin un clima seguro, ningún intento de integrar a los más retraídos tendrá verdadero efecto.
El desafío de trabajar con estudiantes que no quieren participar en grupo no se resuelve con una fórmula mágica, sino con paciencia, creatividad y escucha. La meta no es que todos hablen todo el tiempo, sino que cada uno encuentre una manera de sentirse parte, de descubrir que en el intercambio también hay oportunidades para crecer. La inclusión en el grupo no debe vivirse como imposición, sino como descubrimiento: ese momento en que un estudiante entiende que sus ideas pueden tener valor para los demás y que los demás también pueden enriquecer las suyas.