Por: Maximiliano Catalisano
En la vida escolar no todo se transmite a través de libros, clases o exámenes. Hay un lenguaje silencioso que habla cada día, en cada pasillo, en cada aula: los gestos. Un saludo, una mirada de aprobación, una sonrisa ante un logro o incluso un silencio incómodo pueden decir tanto como una lección escrita en el pizarrón. Los gestos cotidianos de docentes y alumnos son mensajes invisibles que construyen la cultura de la escuela, que moldean los vínculos y que dejan aprendizajes muchas veces más profundos que los contenidos académicos.
Los gestos no necesitan palabras para enseñar. Cuando un docente saluda a cada alumno al ingresar, transmite respeto y reconocimiento. Cuando un estudiante escucha con atención a su compañero, muestra disposición para aprender en comunidad. Estos actos, aunque pequeños, se convierten en señales poderosas que marcan la experiencia escolar. La enseñanza no ocurre únicamente en los contenidos programados: también se da en la forma en que las personas se miran, se tratan y se hacen sentir dentro del espacio compartido.
El impacto de los gestos en la confianza escolar es inmenso. Un docente que levanta la vista y sonríe al responder una pregunta genera en sus alumnos la seguridad de que sus dudas son válidas. Por el contrario, una mueca de fastidio o un gesto de indiferencia puede desmotivar al estudiante y hacerlo sentir invisible. En este sentido, los gestos actúan como espejos: refuerzan o debilitan la confianza, potencian o apagan la motivación, construyen o destruyen la convivencia.
Los alumnos también enseñan con sus gestos. Un aplauso espontáneo al finalizar una exposición, una mirada de complicidad en un trabajo grupal o un gesto de apoyo cuando un compañero se equivoca reflejan valores que trascienden los contenidos académicos. Los jóvenes aprenden de sus pares tanto como de sus profesores, y muchas veces son los gestos entre ellos los que marcan la manera en que entienden la solidaridad, la empatía o el respeto mutuo.
Los gestos cotidianos tienen además un papel central en la convivencia. No siempre se recuerda lo que un docente explicó en detalle, pero sí queda grabada la sensación de cómo lo hizo sentir. Un alumno puede olvidar la fecha exacta de un hecho histórico, pero difícilmente olvide el gesto de un profesor que lo animó en un momento de inseguridad. La escuela, en este sentido, enseña tanto con palabras como con actos no verbales que se repiten día a día y construyen un clima particular.
La enseñanza silenciosa de los gestos
Hablar de gestos cotidianos es hablar de un currículum oculto, aquel que no aparece en los programas pero que forma a los estudiantes como personas. Los alumnos aprenden observando la coherencia entre lo que los adultos dicen y lo que hacen. Si un docente habla de respeto, pero interrumpe a sus alumnos con brusquedad, el mensaje que queda es contradictorio. En cambio, cuando las palabras coinciden con los gestos, se produce una enseñanza mucho más poderosa que cualquier contenido teórico.
Los gestos también permiten trabajar emociones dentro del aula. La manera en que un docente gesticula al explicar un tema puede transmitir entusiasmo, aburrimiento o incluso desinterés. Un simple gesto de aprobación puede motivar más que una larga explicación, y una mirada de paciencia puede dar la calma necesaria para que un estudiante se atreva a intentar nuevamente. Los gestos, entonces, no solo acompañan la enseñanza, sino que son parte constitutiva de ella.
El valor de lo cotidiano en la cultura escolar
La repetición de gestos cotidianos construye la cultura de la escuela. Un centro educativo donde se practica el saludo diario, donde se respetan los turnos para hablar y donde se felicitan los logros colectivos tendrá un clima distinto al de una institución en la que predominan los gestos de desinterés o indiferencia. Esa cultura no se escribe en los documentos institucionales: se vive, se siente y se refuerza a través de los actos diarios.
Además, los gestos cotidianos preparan a los estudiantes para la vida más allá de la escuela. Aprenden que la forma en que miran, escuchan y acompañan a los demás también comunica, incluso más que las palabras. Esta lección silenciosa los acompaña en sus relaciones familiares, laborales y sociales. Un alumno que aprende a dar las gracias, a respetar turnos de palabra o a tender una mano en un momento difícil incorpora hábitos que le servirán toda la vida.
La escuela enseña de muchas maneras, pero quizás la más constante y sutil sea a través de los gestos. Docentes y alumnos construyen con ellos un lenguaje invisible que sostiene la confianza, la convivencia y el aprendizaje. Los gestos cotidianos revelan valores, transmiten emociones y marcan la huella que deja la experiencia escolar. Reconocer su importancia es recordar que educar no es solo dar clases, sino también vivir y compartir día a día con coherencia y respeto.