Por: Maximiliano Catalisano
En cada aula se repite la misma escena: estudiantes que miran por la ventana, que se distraen con sus dispositivos, que conversan entre ellos o que parecen estar físicamente presentes, pero mentalmente lejos de lo que se propone. La dispersión no es nueva, pero en los últimos años se intensificó por múltiples factores, desde la sobreexposición a pantallas hasta la falta de interés por métodos tradicionales que no logran conectar con la realidad de los jóvenes. Ante este escenario, surge una pregunta inevitable: ¿cómo recuperar la atención de alumnos dispersos sin caer en imposiciones vacías y logrando que realmente se involucren en el proceso de aprendizaje?
La atención es un recurso limitado y, al mismo tiempo, indispensable. Cuando se pierde, la clase se fragmenta y la enseñanza pierde fuerza. No se trata de culpar a los alumnos por no concentrarse, sino de entender qué condiciones favorecen o dificultan que puedan sostener la mirada en lo que ocurre dentro del aula. La dispersión suele ser una señal de que algo en la propuesta educativa no está generando conexión suficiente, o de que los estímulos externos resultan más atractivos que la actividad escolar.
Comprender las causas de la dispersión
Antes de pensar en estrategias para recuperar la atención, es necesario preguntarse por qué los estudiantes se dispersan. Muchas veces, la causa está en la falta de sentido: si el contenido no se relaciona con sus intereses, lo viven como algo lejano o poco útil. Otras veces, la dispersión surge del cansancio, de la sobrecarga de información o de la falta de hábitos de concentración.
También influyen los cambios en los modos de aprender. Los jóvenes están acostumbrados a consumir información rápida, fragmentada y visual. Frente a eso, las clases largas, centradas en la exposición, se vuelven poco atractivas y difíciles de sostener. No significa renunciar a la enseñanza de contenidos profundos, pero sí implica repensar las formas de presentarlos.
La importancia de captar la atención desde el inicio
El primer momento de la clase es decisivo. Si no se logra captar la atención al comienzo, resulta mucho más difícil recuperarla después. Una anécdota, una pregunta provocadora, una situación cercana a la vida cotidiana de los alumnos o un recurso visual pueden funcionar como disparadores. Lo fundamental es que el inicio despierte curiosidad y abra la puerta a la participación.
Cuando los estudiantes sienten que lo que se plantea tiene relación con su mundo, la disposición cambia. El desafío está en evitar rutinas que se vuelven predecibles y en animarse a variar las propuestas para que el interés se mantenga vivo.
Participación activa y sentido de pertenencia
Nada sostiene más la atención que la participación real. Si los estudiantes solo escuchan pasivamente, la dispersión aparece con rapidez. En cambio, cuando tienen un rol activo, cuando opinan, debaten, resuelven problemas en grupo o crean producciones propias, la atención se refuerza de manera natural.
La participación no se limita a levantar la mano para responder, implica sentirse parte de la construcción de la clase. Esto genera un sentido de pertenencia que transforma la actitud frente al aprendizaje. El aula deja de ser un lugar donde “hay que estar” para convertirse en un espacio donde “quiero estar porque puedo aportar”.
El rol de la emoción y la motivación
La atención no se sostiene únicamente con disciplina externa. Está íntimamente ligada a la motivación y a la emoción. Un estudiante motivado presta atención casi sin esfuerzo, porque el contenido despierta su interés. Aquí entra en juego la capacidad de relacionar los temas con experiencias significativas: desde ejemplos actuales hasta problemáticas que atraviesan la vida cotidiana de los jóvenes.
La emoción también cumple un papel central. Cuando la enseñanza sorprende, conmueve o conecta con los sentimientos, la atención se potencia. El aprendizaje no es solo un proceso intelectual, también es un proceso afectivo.
Estrategias concretas para sostener la concentración
Más allá de los factores generales, existen recursos prácticos que ayudan a recuperar la atención de alumnos dispersos. Fraccionar la clase en segmentos breves evita la monotonía y permite alternar momentos de explicación con actividades prácticas. Variar el uso de la voz, el movimiento dentro del aula y los recursos visuales también ayuda a mantener la energía del grupo.
Los espacios de pausa son igualmente importantes. Dar unos minutos para relajarse, cambiar de actividad o incluso moverse contribuye a que los estudiantes vuelvan a concentrarse con mayor disposición. La atención no puede sostenerse de manera continua durante mucho tiempo, por eso es clave organizar la dinámica teniendo en cuenta estos tiempos.
Construir un clima de respeto y confianza
La dispersión no siempre se debe solo al desinterés. Muchas veces está vinculada al clima de la clase. Si un estudiante no se siente cómodo, seguro o escuchado, difícilmente logre concentrarse. La construcción de un ambiente basado en el respeto y la confianza favorece que los alumnos puedan poner su atención en las actividades sin miedo a la burla o al juicio constante.
La relación docente-estudiante es determinante. Cuando los alumnos perciben que el docente se interesa genuinamente por ellos, responden con mayor disposición. La atención se convierte entonces en un gesto recíproco: se presta porque hay alguien del otro lado que escucha y que valora cada participación.
Hacia una enseñanza que conecte con los estudiantes
Recuperar la atención de alumnos dispersos no se resuelve con fórmulas mágicas ni con imposiciones autoritarias. Requiere comprender que cada grupo es distinto, que cada contexto tiene sus particularidades y que lo fundamental es generar un puente entre los contenidos y la vida de los estudiantes.
La dispersión, más que un problema aislado, es una oportunidad para revisar las prácticas de enseñanza, animarse a innovar y construir experiencias más cercanas y significativas. Una escuela que logra captar la atención de sus alumnos no solo enseña contenidos, sino que deja huellas en la manera en que esos jóvenes se relacionan con el aprendizaje a lo largo de su vida.