Por: Maximiliano Catalisano

En la vida cotidiana, en la escuela, en el trabajo e incluso en la familia, el reconocimiento cumple un papel decisivo. Todos necesitamos sentir que lo que hacemos tiene sentido, que alguien lo observa y lo valora. Sin embargo, no siempre se trata de aplaudir en público o de destacar logros de manera visible para todos. Existe un matiz más profundo: el reconocimiento privado. Ese gesto discreto, íntimo, que no busca exposición sino transmitir a la persona que su esfuerzo no pasó desapercibido. La gran pregunta es qué rol cumple este tipo de reconocimiento frente al público y cómo ambos pueden complementarse para enriquecer las relaciones humanas y fortalecer la motivación.

El reconocimiento privado tiene un poder especial porque se centra en la persona y no en la mirada de los demás. Cuando alguien recibe un comentario positivo en privado, lo percibe como un gesto sincero, libre de formalidades o de expectativas externas. Es ese docente que llama aparte al estudiante y le dice que confía en él, ese jefe que felicita en su oficina por la constancia, o ese padre que agradece en voz baja a su hijo por un gesto cotidiano. En esas situaciones, el reconocimiento se vuelve personal, sin comparaciones ni competencia, y crea un vínculo de confianza que muchas veces dura más que un aplauso multitudinario.

Ahora bien, el reconocimiento público también cumple un papel fundamental. Mostrar ante los demás que alguien ha logrado un objetivo o se ha esforzado es una manera de dar visibilidad a los valores que queremos destacar. No se trata solo de la persona premiada, sino de enviar un mensaje a todo el grupo. Por ejemplo, cuando en una escuela se reconoce a un alumno por su perseverancia, el mensaje también llega a los compañeros, que entienden que ese esfuerzo es valorado en esa comunidad. De la misma forma, en un trabajo, resaltar públicamente un logro permite contagiar motivación y marcar un rumbo colectivo.

Lo interesante es que ambos tipos de reconocimiento no se excluyen, sino que se potencian cuando se aplican con criterio. El privado ofrece cercanía y autenticidad, mientras que el público brinda visibilidad y refuerza los valores compartidos. Sin embargo, es importante saber cuándo elegir uno u otro. Si un estudiante atraviesa dificultades, probablemente un reconocimiento privado le dé más confianza sin exponerlo ante los demás. En cambio, si ha logrado superar una meta muy significativa, hacerlo visible frente a todos puede darle el impulso emocional que necesita y al mismo tiempo inspirar al grupo.

Otro aspecto clave está en la autenticidad. Tanto el reconocimiento público como el privado pierden fuerza si se transforman en gestos rutinarios o forzados. No se trata de felicitar por todo, sino de resaltar lo que realmente vale la pena, de manera genuina. El exceso de reconocimientos públicos, por ejemplo, puede hacer que pierdan sentido y terminen siendo percibidos como una formalidad. En cambio, una palabra a tiempo en privado, aunque sea breve, puede convertirse en un recuerdo imborrable.

El contexto también marca la diferencia. En un aula, es común que los docentes deban equilibrar ambos reconocimientos. Algunos estudiantes disfrutan recibir elogios delante de sus compañeros, pero otros se sienten incómodos o incluso ridiculizados. Ahí es donde la sensibilidad del educador entra en juego: saber cuándo el reconocimiento público servirá de motivación y cuándo el privado será una forma de apoyo más adecuada. Lo mismo ocurre en entornos laborales, donde no todos buscan la exposición, y a veces una nota personal o un gesto discreto genera mayor satisfacción que un anuncio frente a todo el equipo.

Además, hay un efecto psicológico interesante. El reconocimiento privado suele reforzar la motivación intrínseca, es decir, aquella que nace del deseo personal de superarse. Como no hay espectadores, la persona siente que el valor de su acción se mide en términos personales y no en comparación con otros. El reconocimiento público, en cambio, tiende a reforzar la motivación extrínseca, vinculada al entorno, a las recompensas y al prestigio social. Ambos son necesarios, pero es importante no caer en el error de depender únicamente del aplauso de los demás, ya que la motivación debería sostenerse incluso cuando no hay escenario.

Si pensamos en el largo plazo, el reconocimiento privado tiene la virtud de consolidar vínculos. Un alumno recordará para siempre las palabras de un profesor que lo alentó en un momento de dificultad, aunque nunca se lo haya dicho frente a toda la clase. Un trabajador valorará la confianza de su jefe cuando lo felicita en privado, aunque no reciba un premio visible. Esas instancias crean lealtad, seguridad y una relación humana que va más allá de los resultados inmediatos.

El reconocimiento público, por su parte, se asocia más a los momentos de celebración. Es necesario, inspira y motiva, pero no siempre alcanza para generar compromiso duradero. Por eso, combinar ambos tipos de reconocimiento es una estrategia poderosa: la visibilidad colectiva cuando corresponde y la palabra personal cuando se necesita cercanía.

El rol del reconocimiento privado frente al público es el de equilibrar y complementar. Ambos son importantes, pero cumplen funciones diferentes. Uno sostiene la confianza íntima, el otro impulsa la energía grupal. Enseñar a usarlos con sensibilidad es una tarea que involucra a docentes, familias, jefes y cualquier persona que busque motivar de manera genuina. Porque al final, lo que más perdura no es el aplauso masivo, sino la certeza de que alguien nos miró a los ojos y nos dijo: “Lo que hiciste vale la pena”.