Por: Maximiliano Catalisano

La secundaria es una etapa llena de preguntas, emociones e intereses diversos. Y justamente por eso, es el momento ideal para proponer experiencias de aprendizaje que conecten saberes, que integren distintas materias y que ayuden a los estudiantes a encontrarle sentido a lo que estudian. Los proyectos interdisciplinarios bien pensados pueden transformar la rutina escolar en una aventura donde cada alumno aporta lo suyo, cada docente suma desde su disciplina, y el conocimiento se construye de forma viva.

Pensar un proyecto interdisciplinario no es juntar actividades sueltas de distintas materias. Es diseñar una propuesta común, con un eje claro, que pueda abordarse desde varias áreas sin perder profundidad. El desafío está en encontrar temas amplios, actuales y atractivos, que permitan conexiones reales entre saberes y que generen entusiasmo en los estudiantes.

Un punto de partida posible es trabajar con problemas del entorno. Por ejemplo, una propuesta centrada en el consumo responsable permite que desde biología se estudien los impactos ambientales, desde economía se analicen los hábitos de consumo, desde lengua se desarrollen campañas de concientización, y desde matemática se interpreten datos estadísticos sobre el reciclaje o el gasto familiar. Todo eso puede integrarse en un producto final: una feria, una página web o una presentación para la comunidad.

Otra alternativa es explorar temas históricos desde múltiples enfoques. Por ejemplo, un proyecto sobre la Segunda Guerra Mundial puede incluir el análisis de causas y consecuencias desde historia, el estudio de textos literarios de la época desde lengua, la reflexión sobre propaganda y medios desde comunicación, y la representación de mapas y estadísticas desde geografía y matemática. Los estudiantes pueden crear un podcast narrado por ellos mismos, con entrevistas simuladas a personajes de la época o relatos ficcionales basados en testimonios reales.

También funcionan muy bien los proyectos basados en situaciones reales o desafíos científicos. Imaginar cómo sería diseñar una ciudad del futuro, una escuela ideal o un sistema de transporte sustentable. En estos casos, cada asignatura aporta herramientas: ciencias naturales para pensar fuentes de energía, plástica para construir maquetas, tecnología para planificar estructuras, informática para desarrollar presentaciones, y lengua para redactar informes o eslóganes.

El arte y la música también pueden integrarse en propuestas más amplias. Un proyecto sobre la identidad cultural puede incluir la composición de canciones originales, la investigación de ritmos regionales, la producción de una muestra fotográfica y la escritura de relatos personales que conecten con la historia familiar. Así, se promueve una mirada sensible y crítica, a la vez que se trabaja en colaboración.

Los temas de ciudadanía, derechos humanos y participación social suelen ser excelentes ejes para conectar materias. Un proyecto que proponga crear una campaña contra el bullying, por ejemplo, puede incluir encuestas desde matemática, debates y dramatizaciones desde lengua y teatro, investigaciones jurídicas desde formación ética, y producción audiovisual desde TIC.

Otra idea muy poderosa es la construcción de un museo escolar. Cada grupo puede encargarse de una sala temática: evolución tecnológica, alimentación a lo largo de los siglos, movimientos sociales, inventos argentinos, entre otros. El trabajo integra historia, arte, ciencias y escritura, y se concreta en una muestra interactiva que involucra a toda la comunidad educativa.

El uso de tecnologías también enriquece este tipo de propuestas. Herramientas como Canva, Genially, Padlet o Google Sites permiten presentar los resultados de forma atractiva y colaborativa. Además, las redes sociales pueden convertirse en aliadas para difundir los proyectos y que los estudiantes sientan que sus ideas circulan más allá del aula.

Para que un proyecto interdisciplinario funcione, es clave que los docentes coordinen entre sí, definan un cronograma común y sostengan una comunicación fluida. No hace falta que todo esté perfectamente cerrado desde el inicio. Lo importante es abrir el juego, animarse a salir de la estructura tradicional y confiar en que los estudiantes también pueden proponer ideas, caminos, preguntas.

Una buena idea es comenzar con un proyecto pequeño, de pocas semanas, para probar dinámicas y ajustar tiempos. Con el tiempo, se pueden planificar propuestas más ambiciosas, incluso que abarquen todo un trimestre o semestre.

Lo más valioso de estos proyectos no es solo el contenido aprendido, sino el proceso: la organización en grupo, la toma de decisiones, el diálogo entre perspectivas, el uso creativo del conocimiento. Son aprendizajes que quedan para toda la vida.

Los proyectos interdisciplinarios permiten que cada estudiante se sienta parte, encuentre su lugar y desarrolle habilidades que a menudo no emergen en las tareas tradicionales. Y sobre todo, ayudan a descubrir que el saber no está fragmentado, que el mundo se comprende mejor cuando miramos con ojos de distintas disciplinas al mismo tiempo.