Por: Maximiliano Catalisano
Cada vez que llega el momento de escribir los informes escolares, aparece una mezcla de cansancio, compromiso y búsqueda. ¿Qué decir? ¿Cómo decirlo? ¿Qué merece ser resaltado? La hoja en blanco se transforma en un reto: redactar observaciones auténticas, respetuosas y útiles para las familias y para los propios estudiantes. Más que un trámite de cierre, los informes pedagógicos personalizados pueden convertirse en verdaderas oportunidades para reconocer procesos, nombrar logros, orientar con respeto y construir puentes entre el aula y el hogar.
Escribir un buen informe no es fácil. Requiere atención, tiempo y una mirada pedagógica atenta. Pero también exige un uso del lenguaje que invite a pensar, que no encasille, que no repita frases vacías y que refleje el recorrido real del estudiante. Un informe bien redactado no se queda en lo obvio ni se limita a repetir los contenidos del programa. Va más allá. Muestra la forma en que cada estudiante transitó su aprendizaje, con sus ritmos, desafíos y avances.
Una primera clave para redactar buenos informes es partir siempre de lo que el estudiante sí logró. Incluso cuando se trata de trayectorias con dificultades, siempre hay algo para destacar. Una buena frase puede ser: “Participó activamente en las actividades orales, especialmente en debates y puestas en común”, en lugar de “No participa en clase”. Cambiar el enfoque transforma el mensaje. No se trata de maquillar la realidad, sino de mirar con otra lente.
Cuando es necesario mencionar aspectos en construcción, conviene evitar los rótulos fijos o los adjetivos negativos. En lugar de escribir “Tiene muchas dificultades para redactar textos”, es más preciso decir: “Se encuentra en proceso de afianzar la estructura narrativa en sus producciones escritas, especialmente en el uso de conectores”. Esta forma de redactar evita encasillar y señala un camino de mejora.
Otro aspecto importante es hablar de conductas, no de personalidades. Decir “es inquieto” congela, rotula. En cambio, “Durante las actividades grupales, tiende a cambiar frecuentemente de foco, lo que interfiere en la continuidad del trabajo” permite observar sin juzgar. El informe tiene que describir lo que sucede en el aula, no emitir valoraciones personales.
Los verbos también hacen la diferencia. Elegí aquellos que permiten describir procesos: “inicia”, “explora”, “reconoce”, “propone”, “requiere acompañamiento”, “resuelve con ayuda”, “se encuentra en proceso de…”. Los verbos son los que marcan si estamos hablando de acciones en movimiento o de sentencias estáticas. Un mismo contenido puede sonar respetuoso o desalentador, según los verbos que usemos.
Además, un buen informe debe reconocer los cambios, aunque sean pequeños. Es muy valioso cuando una frase permite ver que hubo un proceso, como por ejemplo: “En el último trimestre, logró mayor autonomía para resolver consignas escritas, especialmente en matemática”. Esos detalles ayudan a las familias a entender que sus hijos están aprendiendo, aunque no todos al mismo ritmo.
No hay que olvidar que los informes también pueden hablar de aspectos sociales, emocionales y actitudinales. Frases como “Se mostró predispuesto a colaborar con sus compañeros en actividades grupales” o “Expresó sus ideas con respeto y claridad” también tienen un gran valor. No todo lo que se aprende en la escuela se mide con contenidos.
En los informes más extensos, como los de fin de ciclo o de nivel, puede ser útil incluir recomendaciones breves que orienten la continuidad. Por ejemplo: “Se sugiere seguir acompañando la lectura diaria con textos diversos y adecuados a su edad” o “Es recomendable reforzar el uso de las tablas de multiplicar con juegos y situaciones cotidianas”. Estas sugerencias pueden marcar un rumbo para las familias sin imponer exigencias.
También es importante evitar el uso de frases repetidas o copiadas de modelos. Si bien es práctico contar con algunas fórmulas base, cada estudiante merece una observación pensada y escrita para él o ella. Leer en un informe algo como “demuestra interés por las ciencias naturales, especialmente en actividades experimentales” tiene mucho más valor que una fórmula genérica como “cumple con las consignas propuestas”.
En cuanto a la extensión, no hay una única regla. Lo importante no es cuántas líneas tenga el informe, sino que contenga información real, escrita con honestidad y respeto. En muchos casos, dos o tres párrafos bastan para comunicar lo que hace falta, siempre que estén redactados con claridad y con intención pedagógica.
Finalmente, recordá que el lenguaje construye realidades. Los informes que nombran con cuidado, que describen sin juzgar, que orientan sin etiquetar, son herramientas valiosas para fortalecer los vínculos entre docentes, estudiantes y familias. Son, también, una forma de enseñar con palabras. Porque redactar un informe no es solo evaluar: es acompañar.