Por: Maximiliano Catalisano
Hay algo que preocupa a muchos docentes y también a las familias: ¿qué hacer cuando un estudiante parece desmotivado, sin ganas de participar ni avanzar? La falta de interés puede volverse un obstáculo difícil de abordar, sobre todo cuando las estrategias habituales dejan de funcionar. Sin embargo, existen formas de recuperar el vínculo con el aprendizaje, despertar curiosidad y reactivar el deseo de estar presente. Esta nota reúne ideas prácticas y realistas para motivar a estudiantes desinteresados, sin fórmulas mágicas pero con herramientas concretas que ya se usan en escuelas de todo el mundo.
La motivación no se impone. Tampoco aparece de un día para otro. Se construye con paciencia, con pequeños gestos, con momentos compartidos. Muchas veces, detrás del desinterés hay una historia de frustración, miedo al error, falta de confianza, o simplemente el cansancio de no encontrarle sentido a lo que se propone. Por eso, el primer paso es observar, escuchar, acercarse. La mirada atenta y sin juicio es clave para detectar por qué un estudiante dejó de involucrarse.
Una estrategia potente es permitir que el estudiante tenga algo para decir sobre lo que aprende. Dar opciones dentro de una consigna, invitar a elegir temas o formatos, proponer desafíos con cierto grado de libertad. Cuando se sienten parte del proceso, el entusiasmo empieza a volver. Por ejemplo, en vez de pedir un informe obligatorio sobre un tema, podés proponer distintos modos de presentarlo: una maqueta, una entrevista ficticia, una historieta o un video corto.
El aula también puede convertirse en un espacio donde se reconozcan los pequeños logros. Celebrar avances, por mínimos que sean, genera confianza. Un comentario positivo, una devolución que valore el esfuerzo o una frase como “sé que esto te costaba y lo estás logrando” tiene más impacto que cualquier calificación. La motivación se alimenta de sentirse capaz.
El juego es otra herramienta poderosa. Las dinámicas lúdicas no solo sirven en la primaria: en secundaria y hasta en educación superior pueden funcionar para recuperar la energía y el interés. Juegos de preguntas, desafíos en grupo, competencias creativas o escape rooms temáticos son una excusa para aprender sin darse cuenta.
La tecnología también puede ser aliada. Algunos estudiantes se conectan mejor con aplicaciones, plataformas interactivas o recursos digitales que se alejan de lo tradicional. Hay herramientas gratuitas para crear quizzes, mapas mentales, podcasts o cómics educativos. Incluir estas opciones no reemplaza el contenido, pero sí lo presenta de una forma más cercana a sus intereses.
Otro aspecto importante es el vínculo emocional. Un estudiante que se siente invisible, poco valorado o permanentemente corregido va perdiendo ganas de estar. Por eso, una palabra de aliento, una conversación breve al inicio del día o un mensaje personalizado puede hacer una diferencia. La motivación nace también del sentirse mirado y respetado.
Cuando un estudiante está desinteresado, muchas veces también está desconectado de sus propios objetivos. Ayudarlo a visualizar metas concretas puede reactivar su compromiso. No se trata solo de hablar del futuro lejano, como una carrera o un trabajo, sino de metas cercanas: aprobar una materia, participar en un proyecto, presentar un trabajo. Anotar esos objetivos, pensar juntos los pasos y acompañarlo en el camino marca una diferencia.
La planificación de clases también puede incorporar momentos que conecten con la realidad del grupo. Proponer actividades relacionadas con sus contextos, inquietudes o experiencias de vida hace que el contenido deje de parecer abstracto. Un texto literario, un problema matemático o una noticia de actualidad pueden transformarse en puntos de partida para discusiones significativas.
Es importante, además, pensar en el clima del aula. Un ambiente donde se permite el error, donde no se compite por respuestas perfectas, donde el humor, el respeto y la escucha están presentes, suele generar más participación. Un aula tensa, con presiones constantes o sin espacios de expresión, tiende a desalentar incluso a los más entusiastas.
Las estrategias para motivar no funcionan igual con todos. Lo que entusiasma a uno puede no resonar en otro. Por eso es clave ir probando, adaptando, combinando herramientas. Tener un “kit de estrategias” permite no quedarse sin recursos cuando aparece la apatía. Y, sobre todo, recordar que la motivación no es un estado permanente, sino algo que se construye cada día.
Ningún estudiante nace desinteresado. En muchos casos, ese desinterés es una defensa. Lo interesante es pensar cómo correr esa barrera sin forzar, cómo volver a despertar la curiosidad que alguna vez estuvo. Para eso, hay que mirar más allá del rendimiento y enfocarse en el proceso, en las preguntas, en el vínculo.
Motivar no significa cargar con todo el peso del aprendizaje. Significa habilitar las condiciones para que la chispa vuelva a encenderse. Y a veces esa chispa está en una charla después de clase, en una actividad inesperada, en una pregunta que nadie había hecho. Lo importante es no rendirse, porque incluso los estudiantes más desmotivados pueden volver a encontrar sentido.