Por: Maximiliano Catalisano

¿Qué sucede cuando la evaluación deja de centrarse solo en repetir conceptos y empieza a observar cómo el estudiante piensa, crea y resuelve situaciones? La llamada evaluación auténtica propone justamente eso: volver la mirada hacia lo que verdaderamente importa en el proceso educativo. En lugar de centrarse en pruebas memorísticas o resultados cerrados, esta perspectiva busca comprender cómo el estudiante usa lo aprendido en contextos reales, significativos y desafiantes.

Este enfoque se adapta muy bien a los desafíos del siglo XXI. En un mundo donde la información está al alcance de la mano, lo más valioso ya no es recordar datos, sino saber aplicarlos con sentido. Por eso, la evaluación auténtica invita a diseñar situaciones que reflejen la vida cotidiana, el trabajo colaborativo, la resolución de problemas y la toma de decisiones. Es una manera de hacer que el aula esté más conectada con la realidad.

Una de sus formas más conocidas son las tareas integradoras: proyectos, presentaciones, simulaciones o productos concretos que el estudiante debe diseñar a partir de lo que aprendió. Esto permite valorar no solo el resultado final, sino también la planificación, la creatividad, la búsqueda de información y la forma en que se comunica.

El portafolio también es una herramienta muy usada dentro de esta propuesta. Permite al estudiante reunir evidencias de su progreso, reflexionar sobre sus logros y observar su propia evolución. No es una acumulación de trabajos, sino una selección que muestra cómo se desarrollaron ciertas capacidades a lo largo del tiempo.

La retroalimentación cobra un papel central. Lejos de una simple nota numérica, se prioriza la devolución que orienta, que propone mejoras y que invita a seguir aprendiendo. Así, la evaluación no es el final del camino, sino parte del proceso. También permite incluir la mirada del propio estudiante y de sus compañeros, fortaleciendo la reflexión individual y colectiva.

Adoptar una mirada auténtica para evaluar no implica descartar todo lo anterior, sino ampliar la mirada. Combinar instrumentos tradicionales con otros más abiertos permite obtener una imagen más completa y justa del aprendizaje. Y, sobre todo, contribuye a que los estudiantes se sientan protagonistas y responsables de su camino escolar.

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