Por: Maximiliano Catalisano
En muchas escuelas, la hora de tutoría se ha convertido en un espacio rutinario, lleno de tareas administrativas o charlas sin sentido para los adolescentes. Sin embargo, su propósito original es mucho más profundo: acompañar, escuchar, orientar y construir confianza. La tutoría debería ser ese momento de encuentro donde los estudiantes pueden hablar, pensar y sentirse parte de un grupo que los entiende. En tiempos donde los jóvenes enfrentan sobrecarga emocional, incertidumbre y necesidad de pertenencia, reinventar la hora de tutoría es una oportunidad para devolverle sentido a la escuela y fortalecer los vínculos que sostienen el aprendizaje.
Pensar una tutoría renovada implica cambiar la mirada. Ya no se trata solo de organizar actividades o resolver conflictos, sino de abrir un espacio donde los alumnos se reconozcan en sus emociones, en sus intereses y en su voz. La tutoría, bien pensada, puede ser un puente entre la institución y el mundo interior de los estudiantes, un momento que ellos esperen, no que quieran evitar. Es tiempo de transformar esa hora en una verdadera experiencia educativa y humana.
La tutoría como espacio de escucha real
Los adolescentes atraviesan etapas de cambio constante. En medio de esa vorágine, pocas veces encuentran un espacio donde puedan expresarse sin ser juzgados. La tutoría puede cumplir justamente esa función: ser un refugio donde se los escuche de verdad. No hace falta que cada encuentro tenga una estructura rígida. A veces, una simple ronda de conversación sobre cómo se sienten o qué les preocupa puede abrir caminos de comprensión más profundos que una clase tradicional.
Escuchar no es solo oír, es dar lugar a la palabra del otro y validarla. Cuando un tutor logra que sus alumnos confíen en él, puede acompañar mejor los procesos de aprendizaje, los conflictos grupales y las decisiones personales. En ese vínculo se construye el verdadero sentido de la tutoría.
De la charla a la experiencia compartida
Una tutoría significativa no puede basarse solo en discursos. Los jóvenes necesitan experiencias que les permitan reflexionar a través de la acción. Actividades como debates sobre temas actuales, juegos cooperativos, proyectos solidarios o dinámicas sobre convivencia ayudan a crear un clima distinto, donde el grupo se sienta unido y valorado. Lo importante no es la complejidad de la actividad, sino su intención: que cada encuentro deje una huella emocional y cognitiva.
Muchos docentes descubren que, cuando los alumnos participan en algo que los interpela, las conversaciones fluyen naturalmente. Dejar que el grupo proponga temas, planificar juntos o trabajar en pequeños proyectos dentro de la hora de tutoría hace que los estudiantes se sientan protagonistas, no simples receptores. Esa participación activa fortalece su sentido de pertenencia y su compromiso con la escuela.
El tutor como acompañante del proceso personal
Ser tutor no es tener todas las respuestas, sino acompañar los procesos de búsqueda. Cada alumno vive su adolescencia de manera distinta, con ritmos y necesidades particulares. El rol del tutor es observar, contener y guiar cuando hace falta, sin imponer ni controlar. A veces, una palabra oportuna puede cambiar la manera en que un joven enfrenta una dificultad o toma una decisión.
El tutor también puede ser un mediador entre los estudiantes y el resto del equipo docente. Puede detectar desánimos, conflictos o desintereses antes de que se transformen en problemas mayores. En ese sentido, su tarea es silenciosa pero fundamental: cuidar el clima del grupo y promover el bienestar emocional de los alumnos.
Integrar la tutoría al proyecto institucional
Reinventar la hora de tutoría no depende solo del tutor, sino de toda la escuela. Cuando la tutoría se integra al proyecto educativo, se transforma en una herramienta potente para mejorar la convivencia, fortalecer la participación y acompañar las trayectorias escolares. Las tutorías no deben ser espacios aislados, sino parte de una red que conecta docentes, preceptores, familias y directivos en torno a un mismo objetivo: cuidar el vínculo con los estudiantes.
Incluir los temas de la tutoría en la planificación institucional también permite darles continuidad. Hablar de emociones, convivencia, derechos o futuro no son temas menores, son los cimientos de una formación integral. En un mundo donde los jóvenes se sienten constantemente observados, pero pocas veces comprendidos, la escuela puede ofrecer algo único: un lugar de escucha sincera y contención.
Una tutoría que forme para la vida
La tutoría no solo debe mirar los conflictos, sino también los sueños. Los estudiantes necesitan hablar sobre lo que quieren ser, sobre sus miedos, sobre el futuro que imaginan. Es el momento ideal para trabajar la toma de decisiones, la autoestima y las habilidades sociales. Es enseñarles que aprender no se trata solo de contenidos, sino también de conocerse a sí mismos.
Cuando los jóvenes descubren que la escuela se preocupa por su bienestar y no solo por sus calificaciones, la relación cambia. Empiezan a abrirse, a confiar y a involucrarse más. La tutoría, entonces, se convierte en un espacio de crecimiento personal que deja huellas duraderas.
Reinventar la hora de tutoría no requiere grandes recursos, sino sensibilidad y creatividad. Escuchar, compartir, reflexionar, construir. Esos verbos sencillos pueden transformar por completo el sentido de una hora semanal. En tiempos donde el diálogo parece escaso y las pantallas dominan la atención, ofrecer un espacio de encuentro humano es quizás el mayor gesto educativo que una escuela puede hacer.