Por: Maximiliano Catalisano
Cada día, sin que casi lo notemos, las escuelas generan y administran una cantidad inmensa de datos: información académica, trayectorias, comunicaciones con las familias, registros de asistencia, evaluaciones internas, plataformas de aprendizaje y hasta comportamientos en entornos digitales. Vivimos un momento educativo en el que los datos escolares circulan más rápido de lo que se reflexiona sobre ellos. Y en ese movimiento constante surge una pregunta indispensable: ¿Cómo garantizar un uso ético de la información en una comunidad donde conviven niños, adolescentes, docentes y equipos directivos? Esta nota invita a mirar de frente una problemática urgente: la necesidad de una ética digital que proteja la privacidad, acompañe la innovación y sostenga un vínculo de confianza entre la escuela y quienes la integran.
El crecimiento de plataformas educativas, formularios en línea, sistemas de gestión escolar y aplicaciones de comunicación generó un escenario donde la información personal se multiplica. Ya no es solo un cuaderno de actas o un legajo físico: ahora hablamos de nubes, servidores, contraseñas, accesos y posibles filtraciones. Por eso, la ética digital no es un accesorio ni una moda; es un pilar para garantizar que el entorno educativo utilice los datos con responsabilidad, con transparencia y con una mirada respetuosa de los derechos de los estudiantes.
La escuela ocupa un lugar único: es una institución que resguarda información sensible de menores, muchas veces sin que ellos mismos comprendan la magnitud de los datos que generan. Esto exige decisiones conscientes y políticas claras que orienten qué se registra, quién accede y cómo se protege. Sin estas definiciones, cualquier comunidad educativa queda expuesta a riesgos que afectan tanto lo pedagógico como la confianza social.
Por qué hablar de ética digital hoy
La ética digital es el marco que ayuda a decidir qué es correcto, qué es seguro y qué es respetuoso en el manejo de información personal dentro de la escuela. No se limita a aspectos técnicos, sino que implica decisiones culturales: cómo se educa sobre privacidad, cómo se resguarda la identidad digital y cómo se establecen acuerdos internos para administrar datos sin caer en prácticas invasivas.
En la vida cotidiana escolar, el uso de plataformas digitales se volvió natural, pero muchas veces se usa sin leer términos, sin analizar permisos o sin revisar qué cantidad de datos recopilan. Esa falta de conciencia puede provocar situaciones delicadas: datos de salud expuestos, trayectorias académicas compartidas sin autorización, mensajes que circulan más allá de su propósito o historiales que quedan almacenados durante años sin motivo.
La ética digital busca frenar esa tendencia hacia el uso impulsivo, proponiendo una mirada reflexiva. La escuela tiene la responsabilidad de detenerse a pensar antes de subir información a la nube o antes de pedir datos que quizá no son necesarios. El criterio es tan importante como la tecnología, porque las decisiones se toman desde la cultura institucional, no solo desde una herramienta.
Además, los estudiantes necesitan comprender cómo se gestionan sus datos. La brecha entre lo que usan y lo que entienden es enorme: participan en plataformas, aceptan cookies, envían trabajos, ingresan con cuentas personales y comparten información sin dimensión del impacto. Educar en ética digital es enseñar que sus datos valen, que tienen derechos y que existen riesgos que pueden evitar.
Riesgos habituales en el uso escolar de datos
Uno de los riesgos más frecuentes es el acceso indebido. A veces, por descuido o falta de protocolos, información personal queda disponible para personas que no deberían verla. Contraseñas mal resguardadas, equipos compartidos sin cerrar sesión o plataformas sin doble autenticación abren puertas que no deberían abrirse.
Otro riesgo es la recopilación excesiva. Las escuelas solicitan datos que no siempre son necesarios para el trabajo pedagógico. Pedir información “por si acaso” puede derivar en almacenamientos gigantes que no tienen sentido educativo y que incrementan las posibilidades de fuga o mal uso.
También es peligroso el intercambio informal de datos. Mandar fotos por grupos de mensajería, enviar listados por correo sin encriptación o compartir capturas de pantalla son prácticas habituales que vulneran la privacidad sin intención de hacerlo. Lo que en la urgencia parece práctico, en la realidad puede exponer información sensible de manera innecesaria.
Un riesgo adicional aparece cuando la escuela utiliza plataformas que comercializan datos. Muchos servicios gratuitos funcionan gracias al análisis de información del usuario. Si la institución no revisa políticas de privacidad o contratos, puede estar cediendo información sin saberlo. Esto es especialmente grave cuando se trata de menores.
Finalmente, existe el riesgo de interpretar datos sin contexto. Las estadísticas internas, las calificaciones o los historiales de conducta pueden volverse etiquetas. Cuando la información se usa sin sensibilidad pedagógica, deja de ser un recurso para acompañar y se convierte en un sello que condiciona la trayectoria.
Construir una cultura ética en torno a los datos
La ética digital no depende solo de la tecnología, sino de la cultura interna de la escuela. Una comunidad educativa que valora la privacidad establece acuerdos claros: qué datos se guardan, durante cuánto tiempo, con qué propósito y quién puede acceder. Esta claridad reduce riesgos y fortalece la confianza entre familias, estudiantes y docentes.
En primer lugar, es fundamental establecer protocolos. No basta con “sentido común”: se necesitan criterios institucionales visibles y compartidos. Protocolos sobre uso de plataformas, resguardo de contraseñas, almacenamiento de archivos y comunicación interna ayudan a ordenar prácticas cotidianas.
En segundo lugar, es clave capacitar a todos los actores. Docentes, equipos directivos y personal administrativo deben conocer buenas prácticas. Desde cómo crear contraseñas sólidas hasta cómo archivar documentos sin dejar rastros visibles. La ética digital no es un saber técnico aislado; es parte del funcionamiento escolar.
En tercer lugar, se debe promover el consentimiento informado. Las familias y los estudiantes deben entender para qué se usan sus datos y tener la posibilidad de aceptar o rechazar ciertas prácticas. Un consentimiento real implica claridad, no un formulario incomprensible lleno de tecnicismos.
En cuarto lugar, es necesario revisar las plataformas que se utilizan. No todas son adecuadas para el ámbito escolar, y no todas garantizan protección suficiente. La escuela debe priorizar entornos que respeten la privacidad antes que aplicaciones rápidas o populares.
Finalmente, se debe enseñar a los estudiantes a cuidar su identidad digital. Esto incluye saber qué comparten, con quién, en qué contexto y qué huella dejan. La ética digital no solo protege datos; también forma ciudadanos conscientes.
Hacia una escuela que respete y cuide la información
La ética digital en el uso de datos escolares es un desafío constante. Requiere revisión, actualización y diálogo permanente. Las tecnologías cambian rápido, pero el compromiso con la privacidad y el respeto debe mantenerse firme.
Una escuela que gestiona datos con responsabilidad transmite un mensaje poderoso: “tu información importa”. Ese mensaje fortalece la confianza, genera seguridad emocional y crea una comunidad donde la tecnología se usa con cuidado, no con descuido.
La ética digital es, en esencia, una práctica diaria. Se construye en decisiones pequeñas: no reenviar un archivo sensible, revisar una configuración, elegir una plataforma confiable, pensar antes de pedir un dato, borrar lo que ya no se necesita. Cuando estas prácticas se vuelven parte del funcionamiento escolar, la comunidad educativa gana en transparencia, respeto y coherencia.
Proteger los datos escolares no es una tarea técnica: es una tarea humana. Implica cuidar la información de quienes aún están aprendiendo a cuidarse en el mundo digital. Es acompañar, resguardar y enseñar. Y sobre todo, es asegurar que la tecnología sea un puente, nunca una amenaza.
