Por: Maximiliano Catalisano
A veces, las respuestas que buscamos sobre cómo aprenden nuestros estudiantes están frente a nuestros ojos. Pero para verlas, hay que detenerse a observar con intención. La observación en el aula no es solo una práctica para supervisores o especialistas. Es una herramienta poderosa al alcance de cualquier docente que quiera ajustar sus propuestas, conectar mejor con sus alumnos y encontrar nuevas formas de enseñar.
Observar no significa controlar, sino prestar atención a lo que sucede cuando los estudiantes trabajan, dialogan, preguntan o se equivocan. Es registrar gestos, actitudes, tiempos de respuesta, estrategias que usan, silencios, dudas. Esa información es valiosa porque permite interpretar qué comprenden, cómo se sienten, qué los motiva y qué los detiene. La observación abre una ventana a procesos que muchas veces no aparecen en una prueba escrita.
Además, observar ayuda a tomar decisiones con más fundamento. Por ejemplo, si un grupo necesita más tiempo para una tarea, si es necesario cambiar la forma en que se plantea una consigna, o si una dinámica está funcionando mejor de lo esperado. Incluso permite anticipar situaciones que podrían afectar la convivencia o la participación.
Para que esta práctica sea útil, es importante anotar lo que se ve. Pueden usarse cuadernos, planillas simples o aplicaciones de notas. Lo clave es tener un criterio claro de qué se quiere mirar: la interacción entre pares, el uso de recursos, la forma en que resuelven consignas o la expresión oral, por mencionar algunos ejemplos. Con el tiempo, se pueden detectar patrones, registrar avances y ajustar las propuestas con mayor precisión.
La observación también invita a revisar nuestras propias prácticas. ¿Qué efecto tienen nuestras preguntas? ¿Cómo reaccionan los estudiantes ante determinadas rutinas? ¿Cuánto espacio damos para que se expresen libremente? Mirar con atención lo que ocurre en el aula nos permite entender mejor nuestra tarea y descubrir aspectos que, en la vorágine diaria, suelen pasar desapercibidos.
Observar no requiere grandes recursos, solo disposición para frenar el ritmo por un momento y ponerse en modo escucha visual. Es una forma simple, pero poderosa, de reconectar con la esencia de enseñar: mirar para comprender, comprender para acompañar, acompañar para que cada estudiante pueda aprender a su manera.
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