Por: Maximiliano Catalisano

Hay una escena que se repite en muchas aulas: el docente anuncia una tarea grupal y, lejos de escucharse entusiasmo, se perciben miradas incómodas, gestos de fastidio y un silencio que lo dice todo. ¿Por qué algo que, en teoría, debería resultar más liviano y colaborativo, provoca tantas resistencias? Entender este fenómeno no solo ayuda a mejorar la dinámica en el aula, sino que también permite replantear prácticas para que el trabajo en equipo deje de ser un motivo de tensión y se convierta en una oportunidad real de aprendizaje.

El rechazo a las tareas grupales no siempre surge por falta de interés o compromiso. Muchas veces, las experiencias previas marcan la percepción de los estudiantes. Si en ocasiones anteriores la carga de trabajo no estuvo bien distribuida o algunos integrantes no participaron de manera justa, el recuerdo negativo pesa más que la expectativa de una nueva oportunidad. Esta memoria escolar influye en cómo se reciben las propuestas, incluso antes de conocer los detalles del proyecto.

Otro factor que alimenta la resistencia es la diversidad de ritmos de trabajo. No todos los estudiantes tienen la misma manera de abordar una tarea, y esto puede generar fricciones. Quien trabaja más rápido puede sentir que el resto lo retrasa, mientras que quienes necesitan más tiempo pueden sentirse presionados o expuestos. El problema no es la diferencia en sí, sino cómo se gestiona dentro del grupo.

La falta de claridad en las consignas también tiene un papel importante. Cuando las instrucciones son ambiguas o el objetivo no está bien definido, el grupo pierde tiempo debatiendo qué hacer en lugar de enfocarse en cómo hacerlo. Esta confusión inicial desgasta la energía y alimenta la sensación de que la tarea será más un obstáculo que un desafío enriquecedor.

Las personalidades y afinidades también influyen. No es lo mismo trabajar con compañeros con los que se tiene buena relación que con aquellos con quienes existen diferencias previas. Las tensiones personales pueden opacar el objetivo académico, desviando la atención hacia conflictos internos que nada tienen que ver con el contenido de la tarea. A veces, el simple hecho de que la conformación del grupo no sea elegida por los estudiantes despierta una sensación de imposición que dificulta la motivación.

Otro aspecto que rara vez se menciona es la percepción de injusticia en la evaluación. Cuando todos reciben la misma calificación sin importar el aporte individual, quienes se esforzaron más pueden sentir que su trabajo no fue reconocido, mientras que otros perciben que el sistema les permite aprobar sin involucrarse. Esta desigualdad percibida mina la confianza en la dinámica grupal y reduce las ganas de volver a intentarlo.

Es importante entender que la resistencia no es sinónimo de fracaso. Más bien, puede ser una señal de que es necesario revisar cómo se planifican, supervisan y evalúan estas tareas. El docente tiene un rol clave para anticipar los posibles puntos de conflicto y diseñar estrategias que los minimicen, como establecer criterios claros de evaluación individual y grupal, proponer instancias de autoevaluación o dar un marco más estructurado al trabajo.

También puede ser útil que el grupo, antes de comenzar, defina acuerdos básicos: cómo se dividirán las tareas, cuáles serán los plazos internos y de qué manera se comunicarán los avances. Este pequeño ejercicio inicial no solo ayuda a ordenar el trabajo, sino que también fortalece la responsabilidad compartida y reduce malentendidos. Cuando todos tienen claro qué se espera de ellos, es más fácil concentrarse en el contenido y no en los problemas de organización.

El rechazo a las tareas grupales, en realidad, es una oportunidad para repensar la enseñanza. Si se entiende que no todos disfrutan de la misma forma del trabajo colectivo, se pueden ofrecer alternativas que permitan desarrollar las competencias necesarias para colaborar sin que el proceso se convierta en un campo de batalla. A veces, una simple conversación inicial sobre las ventajas y desafíos del trabajo en grupo puede cambiar la disposición de los estudiantes.

El objetivo no debería ser eliminar el trabajo grupal, sino transformarlo en una experiencia que valga la pena. Con una planificación cuidadosa, un seguimiento activo y una evaluación justa, es posible que incluso aquellos que hoy suspiran con fastidio al escuchar “trabajo en equipo” puedan descubrir que, bien organizado, el esfuerzo compartido no solo da mejores resultados, sino que también deja aprendizajes que van más allá de la materia.