Por: Maximiliano Catalisano

El regreso a las aulas después de un receso escolar o al inicio de un nuevo tramo del año puede sentirse como un salto abrupto si se intenta volver de lleno a los contenidos curriculares. Sin embargo, hay una forma más natural, motivadora y potente de reactivar aprendizajes: el juego. Cuando se propone revisar lo enseñado a través de propuestas lúdicas, se abren espacios de participación auténtica, baja el nivel de ansiedad y se reactiva la memoria con mayor fluidez. Los estudiantes no solo recuerdan más, sino que se comprometen desde otro lugar. Jugar para repasar no es perder tiempo, es una manera inteligente de consolidar lo aprendido sin generar rechazo.

El juego tiene una ventaja fundamental: transforma la actividad escolar en una experiencia de placer. Si bien muchas veces se piensa que el repaso debe ser serio, riguroso o casi solemne, lo cierto es que cuando los estudiantes se divierten, también están pensando, elaborando y asociando ideas. No se trata de cualquier juego, sino de aquellos diseñados con una intención pedagógica clara. Juegos de memoria, desafíos por equipos, trivias temáticas, juegos de rol o recorridos tipo escape room adaptados al aula permiten recuperar conceptos sin que la actividad sea vivida como una evaluación encubierta.

Cada grupo tiene su propio ritmo de reconexión. No todos los estudiantes vuelven del receso con el mismo nivel de atención o disposición. Por eso, una propuesta lúdica tiene la virtud de nivelar sin excluir. A través del juego se pueden dar pistas, reformular consignas, repetir desafíos o colaborar entre compañeros. En este sentido, lo lúdico permite que cada estudiante se reintegre desde donde está, sin sentirse en falta o menos capacitado que los demás. El juego no juzga, invita.

El uso de tarjetas con preguntas y desafíos rápidos es una estrategia simple y poderosa. Se pueden organizar juegos como el «preguntados» con contenidos de ciencias, historia, lengua o matemática, usando tarjetas de colores con distintos niveles de dificultad. Otra posibilidad es convertir la clase en un tablero gigante y moverse por casilleros que exigen responder, actuar, dibujar o resolver situaciones. Estas dinámicas no solo permiten revisar contenidos, sino que promueven el trabajo en equipo y la colaboración.

La música también puede ser una gran aliada para repasar de forma creativa. Canciones que retomen contenidos, karaokes con letras modificadas, juegos de adivinanzas cantadas o creación de rimas temáticas son recursos que combinan lenguaje, memoria y creatividad. Lo mismo ocurre con el uso del cuerpo: dinámicas como «veo veo» de conceptos, mímicas de definiciones o representaciones teatrales de procesos o personajes ayudan a fijar los aprendizajes desde lo corporal y expresivo.

Para los niveles más avanzados, el juego puede tomar la forma de desafíos intelectuales. Competencias tipo «olimpiadas del saber», juegos de rol simulando situaciones sociales o científicas, investigaciones con pistas ocultas o elaboración de juegos por parte de los mismos estudiantes generan un compromiso más profundo. No se trata de simplificar el contenido, sino de cambiar el modo en que se accede a él. Al usar el juego como herramienta didáctica, se recupera el contenido con más libertad y menos presión.

Los juegos digitales también son una opción válida. Herramientas como Kahoot, Word Wall o Genially permiten construir actividades interactivas que los estudiantes pueden realizar en clase o en casa. A veces basta con que una consigna esté presentada de forma distinta para que despierte el interés. Hacer clic, competir sanamente o superar niveles genera un tipo de implicación que potencia la revisión de contenidos sin necesidad de repetir ejercicios de forma tradicional.

El docente también juega. El modo en que se presenta la actividad, el entusiasmo con que se propone, las consignas creativas o la disposición para dejar que las reglas del juego tomen un poco el control del aula son señales que contagian. Cuando el adulto se permite jugar, el grupo se siente más habilitado para disfrutar sin culpa. Esta dimensión humana del juego escolar, muchas veces desvalorizada, puede ser la clave para retomar contenidos de manera potente.

Una ventaja extra del juego es que permite recuperar la idea de proceso. Al jugar se ensaya, se vuelve a intentar, se modifica la estrategia, se conversa sobre lo que pasó. En lugar de corregir un error, se vuelve a jugar. Esta dinámica refuerza el aprendizaje mucho más que una devolución escrita. Además, permite al docente observar sin interrumpir, tomar registro real de lo que los estudiantes recuerdan, aplican o necesitan volver a revisar.

Integrar propuestas lúdicas al repaso no implica dejar de enseñar ni perder el control del aula. Implica confiar en que se puede aprender también desde el disfrute, que jugar no es sinónimo de perder tiempo y que el aprendizaje verdadero se fortalece cuando se siente cercano. Las actividades de repaso lúdico no reemplazan otros momentos de la enseñanza, pero sí son una excelente puerta de entrada al contenido, sobre todo cuando es necesario volver a conectar.

La planificación del repaso lúdico puede pensarse con la misma seriedad que cualquier otro momento del ciclo. Seleccionar qué contenidos vale la pena revisar, elegir el formato más adecuado para cada grupo, tener en cuenta los intereses de los estudiantes y dar espacio para que también propongan juegos es parte del trabajo docente. Al final del día, una clase donde se juega, se recuerda, se participa y se construye sentido tiene más valor que cualquier repaso repetitivo o mecánico.