Por: Maximiliano Catalisano

La pandemia dejó marcas que no siempre se ven a simple vista, pero que siguen presentes en miles de estudiantes que intentan retomar un camino escolar que se detuvo de golpe. Muchos volvieron a las aulas, pero no todos volvieron a aprender del mismo modo. La desconexión prolongada, la pérdida de hábitos, la soledad, las emociones contenidas y la falta de acompañamiento educativo generaron trayectorias interrumpidas que hoy representan uno de los desafíos más profundos para las escuelas. Esta nota busca abrir una mirada honesta sobre lo que quedó después del cierre de las aulas, cómo se manifiestan esas huellas en la vida cotidiana y qué caminos concretos existen para reconstruir aprendizajes sin culpas, sin etiquetas y con un horizonte más humano.

A tres años del regreso a la presencialidad plena, todavía se observan consecuencias que no siempre se nombran. Muchos estudiantes llegan con vacíos en lectoescritura, en matemática, en comprensión de rutinas escolares y en habilidades sociales. Otros, incluso, arrastran dificultades emocionales que se manifiestan en retraimiento, desinterés o frustración. Estas huellas no dependen solo del nivel socioeconómico; también tienen que ver con el tipo de apoyo familiar recibido, la disponibilidad de dispositivos, la posibilidad de acceder a clases remotas y la capacidad de sostener un clima de aprendizaje en un contexto de tanta incertidumbre.

Reconstruir trayectorias no significa únicamente recuperar contenidos. Implica volver a conectar con el sentido de aprender, brindar acompañamiento emocional, reorganizar expectativas, generar oportunidades de reencuentro y reconocer que cada estudiante vuelve a la escuela con una historia diferente.

Las marcas invisibles de la interrupción escolar

Para comprender estas trayectorias interrumpidas, primero hay que reconocer que la pandemia no afectó a todos por igual. Hubo quienes lograron sostener clases virtuales, mantener hábitos de estudio y recibir acompañamiento familiar. Pero también hubo quienes pasaron meses sin contacto con un docente, quienes trabajaron para ayudar a sus familias o quienes no contaron con un espacio tranquilo para estudiar. Estas diferencias, muchas veces invisibles desde afuera, condicionan la manera en que los estudiantes vuelven a aprender hoy.

En las escuelas primarias, por ejemplo, se observan dificultades en los procesos de alfabetización y en la adquisición de rutinas básicas como copiar del pizarrón, organizar materiales o concentrarse durante períodos prolongados. En la educación secundaria, los problemas aparecen en la comprensión de textos, en la resolución de problemas matemáticos, en la asistencia regular y, sobre todo, en la sensación de desconexión con el sentido de estudiar.

También hay un impacto social: la pandemia interrumpió vínculos, redujo la interacción entre pares y limitó oportunidades para aprender de manera colaborativa. Esto produjo inseguridades nuevas, miedo a participar, dificultades para resolver conflictos y una falta de confianza en las propias capacidades.

¿Qué significa realmente reconstruir trayectorias?

Reconstruir trayectorias no implica volver al punto exacto donde todo se interrumpió. Más bien se trata de reconocer que el camino cambió y que, a partir de esa realidad, deben construirse nuevas oportunidades de aprendizaje. Este proceso requiere sensibilidad, tiempo y estrategias que tomen en cuenta tanto lo académico como lo emocional.

El primer paso es escuchar. Las escuelas que dialogan con los estudiantes y sus familias logran entender mejor qué vivió cada uno durante la pandemia: cómo se organizaron, qué pudieron sostener, qué se les dificultó y qué esperan de la escuela hoy. Esa información permite orientar decisiones pedagógicas de forma más justa y cercana.

El segundo paso es diagnosticar sin etiquetar. Los diagnósticos no deben convertirse en rótulos que acompañan a los estudiantes por años. Deben servir para planificar, no para señalar carencias. Se necesita una mirada amplia que combine pruebas, observación, actividades que permitan detectar necesidades y diálogos en los que los estudiantes puedan expresar sus dificultades sin miedo.

Finalmente, el tercer paso es acompañar con coherencia. Esto implica ajustar metodologías, ofrecer apoyos personalizados, proponer actividades que recuperen confianza, planificar proyectos que integren contenidos y permitir que los estudiantes avancen según su ritmo sin perder de vista los objetivos a largo plazo.

Estrategias concretas para fortalecer el retorno al aprendizaje

Reconstruir trayectorias requiere acciones sostenidas en las aulas. Algunas propuestas que se han mostrado útiles incluyen:

  • Crear tiempos específicos para recuperar habilidades de lectura, escritura y resolución de problemas, pero integrados a actividades significativas y no solo como ejercicios aislados.
  • Desarrollar proyectos colaborativos que permitan aprender a través del vínculo con otros, fortaleciendo habilidades sociales y académicas al mismo tiempo.
  • Incorporar actividades que trabajen emociones, autocuidado, escucha, motivación y confianza en las propias capacidades.
  • Reorganizar horarios y materiales para que los estudiantes puedan transitar el aprendizaje sin saturación.
  • Identificar a quienes necesitan apoyo más intensivo y ofrecer tutorías, acompañamiento cercano y espacios seguros para expresar dudas o frustraciones.

Estas estrategias deben estar acompañadas por una mirada institucional que valore el trabajo docente, que brinde capacitación continua y que permita adaptar tiempos, metodologías y expectativas según la realidad del grupo. La reconstrucción de trayectorias no puede recaer solo en el aula: es un esfuerzo que debe involucrar a toda la comunidad educativa.

Mirar hacia adelante: una oportunidad para una escuela más humana

Las huellas de la pandemia no son únicamente un problema a resolver: también son una oportunidad para repensar la escuela. Permiten revisar qué prácticas funcionaban por inercia, qué rutinas ya no tienen sentido y qué aspectos del aprendizaje se vuelven imprescindibles en un mundo cambiante. También invitan a valorar la importancia del vínculo entre docentes y estudiantes, de la presencia cotidiana, de la escucha y del acompañamiento emocional.

Si algo mostró la pandemia es que la educación no se sostiene solo con contenidos, sino con relaciones. Recuperar trayectorias implica volver a poner en el centro a las personas: estudiantes que buscan volver a confiar en sí mismos, docentes que intentan sostenerlos en un contexto complejo y familias que necesitan sentirse acompañadas.

México —como muchos otros países— enfrenta el desafío de reparar lo que quedó interrumpido. Pero también tiene una enorme oportunidad: construir una escuela más humana, más cercana y más consciente de la realidad de cada estudiante. Una escuela donde aprender sea posible para todos, incluso después de la tormenta.