Por: Maximiliano Catalisano
Cuando el aula se convierte en un espacio donde todos saben hacia dónde van, la experiencia educativa se transforma. Las expectativas de logro son más que una expresión escrita en la planificación; son una invitación a compartir un camino, a construir un horizonte común entre quien enseña y quien aprende. Cuando estas expectativas se comparten, se comprenden y se asumen, el aprendizaje cobra otra profundidad.
Muchas veces los docentes diseñan su planificación con claridad, pero esa claridad no siempre se transmite del mismo modo a sus estudiantes. Las expectativas quedan implícitas o, en el peor de los casos, se mantienen en un plano formal, sin resonar en quienes deben alcanzarlas. Y allí aparece un desajuste: el docente espera una cosa, el estudiante entiende otra y el proceso se resiente. Por eso, hablar de expectativas de logro no es sólo redactarlas bien, sino asegurarse de que estén presentes, visibles y vivas a lo largo de toda la propuesta.
Las expectativas compartidas invitan a una relación más genuina entre la enseñanza y el aprendizaje. Cuando el estudiante sabe qué se espera de él, puede tomar decisiones, asumir compromisos, desplegar sus recursos. No se trata de anticipar resultados perfectos, sino de brindar un marco claro para que cada quien transite el proceso con mayor conciencia. Y desde ahí, también se potencia la reflexión, la autoevaluación y la mejora.
Para lograrlo, es importante que las expectativas estén expresadas con un lenguaje accesible, que estén conectadas con situaciones concretas y que sean revisadas en distintos momentos del recorrido. No es lo mismo enunciar lo que se espera en la primera clase y no retomarlo más, que construir desde allí una narrativa que acompañe cada experiencia de aula. Cuando las expectativas se sostienen como hilo conductor, los estudiantes pueden mirar hacia atrás y hacia adelante con sentido.
Además, el trabajo con expectativas compartidas permite al docente ajustar su propuesta. Escuchar cómo los estudiantes entienden lo que se les propone es clave para adaptar, reformular, enriquecer. Porque planificar no es imponer, sino crear condiciones para que algo significativo ocurra. Y ese algo cobra más fuerza cuando todos los involucrados conocen el propósito y se sienten parte de él.