Por: Maximiliano Catalisano

Brasil está escribiendo una nueva historia educativa que combina el aprendizaje con la conciencia ambiental. En cientos de escuelas, los patios se han convertido en huertas, los techos en recolectores de agua de lluvia y las aulas en verdaderos laboratorios verdes donde los estudiantes aprenden con las manos en la tierra. Este movimiento, que crece desde hace más de una década, no solo enseña sobre el ambiente: transforma la manera en que los niños entienden su relación con el planeta. Las escuelas eco sostenibles brasileñas son mucho más que un modelo pedagógico; son espacios de convivencia, respeto y acción frente a los desafíos climáticos del presente.

En Brasil, la educación ambiental no se enseña como un tema aislado, sino como una experiencia diaria. Las huertas escolares, la gestión responsable de residuos, el reciclaje y las construcciones sustentables se han vuelto parte natural de la vida escolar. Desde el Amazonas hasta las grandes ciudades como São Paulo o Curitiba, las iniciativas buscan que cada estudiante se convierta en un agente de cambio en su comunidad. El aprendizaje ambiental está en la práctica cotidiana: plantar, cuidar, observar y cosechar se transforman en lecciones sobre responsabilidad, cooperación y futuro.

La escuela como espacio de transformación ambiental

Uno de los grandes avances en Brasil fue la inclusión de la educación ambiental como eje transversal en el currículo nacional. Esto significa que no se limita a una materia específica, sino que atraviesa todas las áreas: desde la ciencia hasta las artes, desde la matemática hasta la lengua. Los docentes integran actividades relacionadas con el cuidado del entorno, el uso responsable de los recursos y la conciencia sobre el impacto humano en el planeta. Así, los alumnos no solo aprenden contenidos, sino también valores que los acompañarán toda la vida.

En los últimos años, el Ministerio de Educación y las secretarías estatales han impulsado programas que incentivan la creación de escuelas sostenibles. Muchas de ellas incorporan paneles solares, sistemas de compostaje, separación de residuos y huertas comunitarias. Estas huertas no son solo un recurso didáctico: también contribuyen a la alimentación escolar. En zonas rurales, especialmente en el nordeste y el sur del país, los productos cultivados por los propios estudiantes se destinan al comedor escolar, promoviendo una alimentación más saludable y local.

Las escuelas que adoptan este modelo se convierten en ejemplos vivos de sostenibilidad. El aprendizaje ocurre en todos los rincones: los murales con materiales reciclados, los proyectos de arte con residuos reutilizados, los talleres de compostaje y las campañas de limpieza del barrio. Cada acción, por pequeña que parezca, construye una mentalidad colectiva basada en el respeto por la naturaleza y la responsabilidad compartida.

Huertas escolares: sembrar conocimiento, cosechar conciencia

Las huertas escolares son, sin duda, el corazón verde de muchas instituciones educativas brasileñas. En ellas, los niños aprenden sobre biología, nutrición, clima, economía y trabajo en equipo. Lo que comienza como un simple ejercicio de plantación termina convirtiéndose en una lección profunda sobre la vida y la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza. Cuidar una planta exige paciencia, observación y compromiso, habilidades que los estudiantes trasladan luego a otros ámbitos de su vida.

Un ejemplo inspirador es el proyecto “Escola Sustentável”, desarrollado en varios estados brasileños, que promueve la creación de huertas y espacios verdes dentro de las escuelas públicas. Estas huertas no solo mejoran el entorno físico, sino también la convivencia: estudiantes, docentes y familias participan juntos en el mantenimiento de los cultivos, generando un sentido de pertenencia y comunidad. El trabajo colectivo refuerza el vínculo entre la escuela y su barrio, demostrando que el aprendizaje puede ser un motor de cohesión social.

Además, la educación ambiental en Brasil está profundamente conectada con el respeto a la biodiversidad. En muchos programas se enseña sobre las especies nativas, la importancia de preservar los ecosistemas locales y la necesidad de consumir de manera responsable. Las huertas también se convierten en espacios para la conservación de semillas criollas, rescatando saberes tradicionales y fortaleciendo la identidad cultural.

El papel de los docentes y las comunidades

El éxito de la educación ambiental brasileña se sostiene, en gran parte, gracias al compromiso de los docentes. Ellos son los principales promotores de las prácticas sostenibles dentro de las escuelas. Muchos reciben formación específica en agroecología, reciclaje, energías renovables y metodologías participativas. No se trata de impartir teoría, sino de vivirla junto a los estudiantes. En este sentido, las escuelas eco sostenibles también son espacios de aprendizaje para los propios maestros, que redescubren su rol como mediadores entre la naturaleza y el conocimiento.

La participación de las familias y las comunidades es otro pilar fundamental. Los padres colaboran en el mantenimiento de las huertas, donan materiales, comparten saberes y participan en ferias ecológicas escolares. En muchos casos, las escuelas se convierten en centros de referencia ambiental para todo el barrio. Este vínculo fortalece la cohesión social y multiplica el impacto educativo más allá de los muros escolares.

Una lección que el mundo puede aprender

La experiencia de Brasil demuestra que la sostenibilidad no se enseña con discursos, sino con acciones concretas. Convertir las escuelas en espacios verdes es una apuesta por el futuro, una inversión en las nuevas generaciones y en el planeta. Los estudiantes que hoy aprenden a cuidar una planta son los ciudadanos que mañana cuidarán del mundo. La educación ambiental brasileña no solo siembra árboles, sino también esperanza.

El desafío ahora es seguir expandiendo estas prácticas, garantizando que todas las escuelas, urbanas o rurales, puedan acceder a los recursos necesarios para implementar programas sostenibles. En un contexto global marcado por la crisis climática, el modelo brasileño ofrece una respuesta educativa valiosa: enseñar a convivir con la naturaleza desde el respeto, la creatividad y la acción cotidiana.

El cambio comienza con una semilla, y en Brasil esas semillas ya están germinando en miles de escuelas. Cada planta que crece, cada compost que se transforma, cada niño que comprende el valor de un árbol representa un paso más hacia un mundo más consciente y equilibrado.