Por: Maximiliano Catalisano
Hay algo mágico en los ojos de un niño cuando descubre algo por primera vez. Esa chispa, ese asombro, es la manifestación más pura de la curiosidad. Y aunque muchas veces se da por sentada, la curiosidad es una de las fuerzas más potentes que impulsan el aprendizaje a lo largo de toda la vida. No nace de la obligación, ni de la rutina, ni del miedo al error. Nace de la conexión, del deseo de saber más, de encontrarle sentido al mundo. Mantenerla encendida es uno de los mayores desafíos —y también de las mayores oportunidades— que tiene la educación actual.
La curiosidad no se impone ni se exige, se contagia. Se despierta con preguntas, no con respuestas definitivas. Por eso, un aula en la que se valore la exploración y donde se pueda preguntar sin miedo es el primer paso para que el deseo de aprender no se apague. Si todo está estructurado, si todo tiene una única respuesta correcta, si los errores se castigan y el tiempo para pensar se limita, la curiosidad se silencia.
Las propuestas que conectan con intereses reales, que permiten observar, investigar, comparar, descubrir y crear, son grandes aliadas para mantener viva la curiosidad. No hace falta llenar de pantallas ni de estímulos llamativos para lograrlo. A veces, una pregunta bien planteada, una situación cotidiana o una historia atrapante pueden ser disparadores mucho más poderosos que cualquier herramienta tecnológica.
También es importante que los docentes puedan mantener viva su propia curiosidad. Un adulto que se sigue haciendo preguntas, que se muestra abierto a aprender junto con sus estudiantes, que reconoce que no siempre tiene todas las respuestas, transmite con su actitud que el conocimiento es algo vivo, en construcción constante.
Hoy más que nunca, en una época en la que abundan los datos, pero escasea el tiempo para pensar, la curiosidad es una brújula. No solo ayuda a aprender contenidos, sino que impulsa la creatividad, la resolución de problemas y la conexión con el entorno. Y lo mejor: cuando está presente, el aprendizaje deja de ser una carga para convertirse en una aventura.