Por: Maximiliano Catalisano
En la convivencia familiar surgen desafíos diarios. A veces, el cansancio, la rutina o los problemas externos nos hacen perder la calma y responder con gritos o castigos que no construyen, solo apagan fuegos momentáneos. Pero ¿y si existiera una manera distinta de poner límites sin perder el vínculo? La disciplina positiva propone justamente eso: acompañar desde el respeto, con firmeza y cariño, construyendo una relación sólida entre adultos y niños sin necesidad de recurrir a premios, amenazas ni castigos.
Esta mirada parte de la idea de que los chicos se portan “mal” no porque quieran molestar, sino porque no saben expresar lo que sienten o necesitan. En lugar de preguntar “¿cómo lo corrijo?”, la propuesta es preguntarse “¿qué necesita aprender?” o “¿qué le está pasando?”. Eso cambia el enfoque y permite actuar desde la comprensión, sin dejar de establecer normas claras.
La clave está en enseñar habilidades para la vida. No se trata de permitir todo, sino de acompañar con límites firmes, pero con tono amable. Por ejemplo, podés validar una emoción sin aceptar una conducta: “Entiendo que estés enojado, pero no se grita para resolverlo”. Este tipo de intervenciones enseña a autorregularse, a comunicarse mejor y a resolver conflictos con respeto.
También es importante anticiparse y prevenir. Cuando el adulto se organiza, propone rutinas claras y acompaña con presencia, los chicos sienten seguridad. La anticipación baja la ansiedad y evita muchas discusiones. A eso se suma el poder del ejemplo: lo que decimos pesa, pero lo que hacemos enseña aún más.
La disciplina positiva también propone reparar en lugar de castigar. Si un niño rompe algo, en vez de un reto, se lo puede invitar a buscar una forma de arreglarlo. Esto promueve la responsabilidad y la toma de decisiones. Además, ayuda a que comprendan las consecuencias naturales de sus actos sin sentir vergüenza o miedo.
Educar con firmeza y cariño es un camino que requiere paciencia, pero los resultados son duraderos. Los vínculos se fortalecen, la comunicación mejora y la convivencia se vuelve más armónica. No es una fórmula mágica, pero sí una invitación a pensar distinto y a construir una crianza más consciente.