Por: Maximiliano Catalisano
Tomar decisiones es algo que todos hacemos a diario, pero enseñar a decidir bien, con conciencia y responsabilidad, es uno de los grandes desafíos educativos del presente. En un mundo que ofrece múltiples opciones, donde las redes, las modas y los grupos de pertenencia influyen constantemente, enseñar a los estudiantes a tomar decisiones éticas se vuelve una tarea central de la escuela. No se trata solo de transmitir normas, sino de formar pensamiento crítico, empatía y sentido del bien común. Los jóvenes que aprenden a decidir con valores no solo se preparan para convivir mejor, sino también para construir una sociedad más justa, respetuosa y humana.
En la escuela, cada día ofrece una oportunidad para pensar en decisiones. Desde cómo actuar ante un conflicto con un compañero hasta cómo afrontar una situación de injusticia o una consigna que invita a reflexionar sobre dilemas sociales, éticos o ambientales. La enseñanza de la ética no se reduce a una materia o a un tema puntual, sino que atraviesa todo el hacer educativo. Está en la manera en que se resuelven los problemas cotidianos, en el clima del aula, en la forma de comunicarse y en los ejemplos que los adultos transmiten.
Educar la conciencia moral desde la experiencia
Las decisiones éticas no se enseñan con discursos, sino con experiencias. Los estudiantes aprenden mejor cuando se los invita a reflexionar sobre situaciones reales, a analizar las consecuencias de sus actos y a ponerse en el lugar del otro. Las actividades que promueven el debate, la argumentación y la empatía son clave para este tipo de aprendizaje. Un dilema ético, un caso de actualidad, una situación simulada o un conflicto vivido en el grupo pueden convertirse en oportunidades pedagógicas valiosas para aprender a pensar antes de actuar.
El rol del docente es acompañar ese proceso, ayudando a los alumnos a hacerse preguntas que los lleven más allá de lo inmediato: ¿Por qué actué así?, ¿Qué hubiera pasado si elegía otra opción?, ¿Cómo se sintió la otra persona?, ¿Qué valores están en juego? Este tipo de preguntas promueven la autorreflexión y fortalecen la conciencia moral.
La ética no se impone, se construye. Enseñar a decidir éticamente significa dar espacio al diálogo, reconocer los desacuerdos, escuchar las razones de los demás y sostener el respeto mutuo. Una escuela que fomenta la participación, el pensamiento crítico y el debate responsable está enseñando a decidir con libertad y responsabilidad.
Modelos, coherencia y clima escolar
Nada enseña más que el ejemplo. Los adolescentes observan constantemente a los adultos, y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace tiene un enorme peso educativo. Un docente que reconoce sus errores, que trata con respeto, que cumple lo que promete, está enseñando ética sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
También el clima escolar influye. En entornos donde se promueve la confianza, el respeto y la cooperación, las decisiones tienden a ser más reflexivas y empáticas. Cuando los estudiantes sienten que su voz es escuchada, que sus ideas son valoradas y que pueden participar en las decisiones del grupo o de la institución, se comprometen de otra manera con la responsabilidad de decidir bien.
Por eso, los espacios de participación estudiantil —como los centros de estudiantes, las asambleas o los proyectos solidarios— son una excelente oportunidad para poner en práctica decisiones éticas. En ellos, los jóvenes experimentan qué significa deliberar, elegir, acordar y asumir las consecuencias de sus elecciones.
Aprender a pensar antes de actuar
Tomar decisiones éticas implica reconocer que nuestras acciones tienen efectos en los demás. Este es un aprendizaje que se construye con el tiempo, a través del diálogo, la observación y la práctica. Por eso, enseñar ética en la escuela requiere tiempo, paciencia y continuidad. No se trata de impartir un conjunto de reglas, sino de ayudar a los estudiantes a construir criterios propios, que les permitan actuar con responsabilidad incluso cuando nadie los observa.
Las historias, el cine, la literatura o las noticias pueden ser recursos poderosos para analizar decisiones éticas. Cuando los alumnos comparan lo que harían en una situación determinada o debaten sobre las decisiones de un personaje, están ejercitando su pensamiento moral. Cada debate es una oportunidad para aprender que no todas las decisiones son simples, que muchas veces hay conflictos de valores, y que actuar éticamente requiere reflexión.
La ética como parte de la vida cotidiana
Enseñar a tomar decisiones éticas es enseñar a vivir en sociedad. Significa preparar a los estudiantes para enfrentar dilemas con sensibilidad, criterio y humanidad. En la escuela, esto se traduce en cada pequeño acto: compartir, respetar turnos, cuidar el ambiente, ayudar a un compañero, asumir la palabra con respeto. No son gestos menores, sino los cimientos de una ética vivida.
Los adolescentes que aprenden a tomar decisiones éticas se vuelven más conscientes de su entorno, más atentos al otro y más capaces de construir relaciones basadas en la confianza. La ética no es un concepto abstracto, es una práctica diaria que se ejerce en cada elección. Por eso, el aula debe ser un espacio donde pensar, dialogar y decidir sea parte del aprendizaje.
Educar para la ética es, en definitiva, enseñar a elegir con sentido. Significa acompañar a los jóvenes a reconocer lo que está bien, lo que hace bien, lo que contribuye al bien común. La escuela tiene la oportunidad de ser ese lugar donde se aprende a mirar el mundo con empatía, a decidir con conciencia y a actuar con respeto. Y si cada alumno se lleva esa enseñanza, habrá aprendido mucho más que contenidos: habrá aprendido a ser persona.