Por: Maximiliano Catalisano
Hay reuniones que empiezan bien y terminan mal. Situaciones que todos ven menos quienes más cerca están. Adultos que justifican lo injustificable, que se enojan con los docentes, que cierran el diálogo antes de abrirlo. En cada escuela, hay al menos un caso así: un estudiante con dificultades que necesitan atención urgente, y una familia que lo niega. No por desinterés, no por maldad, muchas veces por miedo, por vergüenza, por falta de herramientas. ¿Cómo se interviene en estas situaciones sin entrar en conflicto? ¿Cómo se sostiene el vínculo sin dejar de decir lo que hay que decir? Esta nota propone pensar modos posibles de abordar estos casos tan delicados como frecuentes.
Una escuela que detecta, pero no puede sola
Muchas veces, el problema aparece en el aula: dificultades de aprendizaje, conductas que llaman la atención, vínculos agresivos, desinterés marcado o episodios que se repiten. El docente observa, registra, comparte con el equipo, y cuando se busca abrir el diálogo con la familia, se encuentra con una pared. “Eso no pasa en casa”, “Siempre fue así”, “No es para tanto”, “El problema es la escuela”. Las respuestas se vuelven una barrera.
La escuela, por sí sola, no puede intervenir a fondo en muchas situaciones. Pero sí puede encender alertas, orientar, acompañar. Para eso necesita que las familias escuchen, aunque al principio les cueste aceptar. Cuando la negación se instala, se vuelve difícil avanzar, y muchas veces los chicos quedan en el medio.
Por qué cuesta aceptar lo que pasa
Ninguna familia desea que su hijo tenga un problema. Aceptar que algo no anda bien implica renunciar a una imagen previa, revisar modos de crianza, exponerse a la mirada de otros. No es un paso sencillo. Por eso, muchas veces la negación funciona como una defensa. Es más fácil decir que la culpa es de la escuela que mirar de frente una situación que duele.
Comprender esto no significa justificar todo, sino entender desde qué lugar se responde. La resistencia de algunas familias es parte del proceso. El desafío está en no reaccionar con enojo ni con autoritarismo, sino en buscar formas de seguir abriendo puertas.
El modo en que se dice, importa
A veces no es tanto el mensaje, sino cómo se lo transmite. El tono puede cambiarlo todo. Si una familia se siente juzgada o acorralada, lo más probable es que se cierre. Pero si se la convoca a construir juntos una mirada, si se presenta lo que se observa desde el cuidado, si se evitan etiquetas duras y se abre un margen de acción, hay más chances de generar escucha.
No se trata de “convencer” o de imponer diagnósticos. Se trata de compartir lo que se ve con claridad, de dejar constancia institucional, y de invitar a pensar qué se puede hacer. El respeto no impide la firmeza. Y la firmeza no necesita perder la calma.
Cuando la negación se sostiene en el tiempo
Hay casos en los que la negativa familiar no cede, aun cuando la situación empeora. En esos casos, la escuela no debe resignarse, pero sí actuar con cuidado. Documentar cada intervención, dejar constancia de lo conversado, pedir acompañamiento de los equipos distritales o servicios de orientación puede ayudar a sostener una intervención más sólida.
También puede ser útil diversificar los canales de comunicación. A veces, lo que no se puede hablar cara a cara se puede expresar por escrito. Otras veces, una mirada externa (psicopedagogos, médicos, servicios de salud, asistentes sociales) puede aportar otra perspectiva.
No enfrentarse, pero no callar
Una trampa frecuente es dejar de intervenir para evitar conflictos. Pero eso también tiene consecuencias. Cuando un problema no se nombra, crece. Cuando no se actúa, se vuelve invisible. Y cuando se prioriza evitar el conflicto por sobre el acompañamiento, se termina perjudicando a quienes más ayuda necesitan.
No es sencillo sostener el vínculo con una familia que niega. Pero es necesario. La escuela puede y debe seguir siendo un espacio que cuida, aunque no siempre logre resolver todo. A veces, el simple hecho de insistir en nombrar lo que pasa, de abrir una conversación posible, de acompañar sin juzgar, es un gesto que siembra algo. Tal vez no se vea al instante, pero puede marcar la diferencia.