Por: Maximiliano Catalisano
En muchas escuelas secundarias, el trabajo docente aún se vive como una tarea individual: cada profesor con su materia, sus tiempos, sus criterios y sus metas. Sin embargo, las necesidades actuales nos muestran que eso ya no alcanza. La realidad de los estudiantes, sus trayectorias fragmentadas y el deseo de hacer de la escuela un espacio con más sentido obligan a repensar cómo enseñamos. Y ahí aparece un gran desafío: cómo articular propuestas docentes en un mismo curso, cómo pasar de lo aislado a lo compartido, de la suma de materias a una experiencia colectiva.
Trabajar en conjunto no significa hacer lo mismo ni renunciar a la especificidad de cada área. Significa dialogar sobre los contenidos, las metodologías y las formas de evaluar. Significa tener una mirada común sobre los grupos con los que trabajamos, compartir información sobre lo que observamos y construir acuerdos sobre cómo acompañarlos. Eso lleva tiempo, exige encuentros reales entre docentes y una decisión institucional de habilitar esos espacios.
La articulación puede tomar muchas formas. Desde proyectos interdisciplinarios hasta simples acuerdos sobre fechas de entrega, tipo de actividades o modos de retroalimentación. Lo importante es que el grupo de docentes se vea a sí mismo como un equipo con un objetivo común: ofrecer a los estudiantes una experiencia formativa coherente, conectada y estimulante.
Cuando hay articulación, el conocimiento no se fragmenta. Se teje una red donde las materias se potencian entre sí. Historia aporta contexto a literatura, biología encuentra sentido en lo que matemática explica, arte se cruza con geografía. Y todo esto ayuda a que los estudiantes puedan conectar lo que aprenden con la realidad que habitan.
Pero también hay desafíos. Diferencias de criterios, tiempos que no coinciden, poca práctica en el trabajo colectivo. Por eso, es importante crear condiciones que lo hagan posible: horarios de encuentro, acompañamiento de la conducción, herramientas que ayuden a planificar en equipo y una cultura institucional que valore el intercambio como parte del trabajo docente.
Articular propuestas en un mismo curso no es solo una forma de mejorar la enseñanza. Es una manera de transformar la experiencia escolar para que sea más rica, más coherente y más cercana a lo que los estudiantes necesitan. Es, en definitiva, una apuesta por enseñar juntos.