Por: Maximiliano Catalisano
Las clases abiertas son una de las experiencias más valiosas que puede vivir una comunidad educativa. Abren las puertas del aula a las familias, transforman la rutina en celebración y convierten el aprendizaje en algo visible, compartido y sentido. Organizar una clase abierta no es simplemente invitar a los padres a mirar lo que hacen sus hijos, sino generar un espacio de encuentro donde la escuela se muestra, se explica, se piensa y se disfruta con otros. Pero lograr que ese momento sea significativo requiere preparación, acuerdos, ideas claras y una organización pensada en cada detalle. Esta nota te acompaña paso a paso para que puedas planear una clase abierta con la participación de las familias y que sea recordada por todos como un verdadero momento de comunidad y aprendizaje compartido.
Elegir el momento adecuado y definir objetivos
El primer paso para organizar una clase abierta es elegir el momento del año y el contenido a mostrar. No todas las etapas del ciclo escolar son iguales ni todos los grupos están en el mismo momento. Es importante pensar qué aprendizajes vale la pena compartir, qué actividades permiten la participación de las familias y en qué contexto se va a desarrollar el encuentro. Puede tratarse de una muestra de cierre de proyecto, una clase especial por una fecha significativa o simplemente una jornada de puertas abiertas que refleje el trabajo cotidiano. Tener un objetivo claro ayuda a tomar decisiones sobre lo que se quiere mostrar y cómo se quiere que participen las familias.
Diseñar una propuesta que convoque y respete los tiempos escolares
Una clase abierta no debe ser una obra de teatro ni un evento forzado. Debe ser fiel al estilo de trabajo del grupo, respetar los tiempos de los estudiantes y no convertirse en una exposición artificial. Para eso, conviene pensar una propuesta que sea auténtica, donde los estudiantes puedan sentirse protagonistas y las familias puedan participar sin presiones. Puede tratarse de una clase taller, una ronda de lectura, una feria de ciencias, una actividad artística o una clase de intercambio de saberes. Lo importante es que haya un eje pedagógico, un momento de bienvenida, desarrollo y cierre, y que el tiempo asignado permita que todos puedan intervenir sin apuro.
Invitar a las familias de forma clara y anticipada
Una buena convocatoria es fundamental. Las familias deben recibir la invitación con tiempo, con información precisa y con una comunicación que genere entusiasmo. La invitación debe explicar qué se va a hacer, cuánto va a durar, en qué espacio se realizará y qué se espera de quienes asistan. Si es necesario llevar materiales o si hay límites de espacio, también debe aclararse. Es importante utilizar distintos canales para que la información llegue: cuaderno de comunicados, cartelera, correo, grupo de mensajería o llamada telefónica. Cuanto más personalizada y clara sea la invitación, mayor será la participación.
Preparar a los estudiantes y trabajar la expectativa
La clase abierta no es solo para las familias: es una experiencia educativa para los propios estudiantes. Por eso, es necesario prepararlos, contarles con anticipación cómo será la actividad, ensayar si hace falta y trabajar sobre la idea de compartir con otros lo que se hace en el aula. Es una oportunidad para fortalecer la autoestima, el sentido del trabajo y la responsabilidad colectiva. También puede ser un momento para que los chicos y chicas planifiquen junto a los docentes cómo quieren mostrar sus aprendizajes y qué papel va a cumplir cada uno. Involucrarlos en la organización mejora la experiencia de todos.
Cuidar los detalles del espacio y el ambiente
El aula debe estar preparada para recibir a las familias. Eso incluye limpiar, ordenar, pensar la disposición de los muebles, preparar los materiales necesarios y prever espacios para sentarse o circular. También es importante pensar en cómo se va a presentar la información: carteles, pizarras, proyecciones o carpetas de trabajo. El ambiente debe ser acogedor, respetuoso y cómodo. A veces, pequeños gestos como una cartelera de bienvenida o una música de fondo hacen una gran diferencia. La ambientación no tiene que ser costosa ni artificial, pero sí debe mostrar que se pensó en cada detalle.
Coordinar con el resto del equipo escolar
Una clase abierta es parte de la vida institucional, por eso debe estar articulada con el resto del equipo. Avisar a la dirección, coordinar con el personal auxiliar, informar a los docentes que comparten horarios y, si corresponde, invitar a otros actores de la comunidad escolar. Si se trata de una actividad que involucra más de un curso o un proyecto interdisciplinario, es fundamental acordar tiempos, responsabilidades y roles. El trabajo en equipo garantiza que la jornada se desarrolle sin contratiempos y que todos sepan qué se espera de cada uno.
Acompañar a las familias durante la actividad
Durante la clase abierta, el rol del docente es acompañar, guiar y facilitar los tiempos. No se trata de hablar todo el tiempo ni de controlar cada gesto, sino de permitir que los estudiantes muestren lo que saben hacer, que las familias participen sin sentirse fuera de lugar y que se genere un clima de respeto mutuo. Es importante dar la bienvenida, presentar la propuesta, dar lugar a las preguntas y agradecer la presencia al final. También es recomendable tener previstas situaciones imprevistas: alumnos que se inhiben, familias que llegan tarde o dificultades técnicas. Con flexibilidad y calidez, todo se puede resolver.
Registrar y compartir lo vivido
Una vez finalizada la clase abierta, conviene registrar lo que sucedió. Se pueden tomar fotos, escribir una crónica, pedir a los estudiantes que hagan una reflexión o pedir a las familias que compartan sus impresiones. Estos registros pueden compartirse en redes, en boletines o en murales de la escuela. También sirven para evaluar la experiencia, mejorar futuras propuestas y dejar memoria institucional. Lo vivido en una clase abierta no termina cuando suena el timbre: puede seguir siendo fuente de aprendizajes y fortalecimiento de los vínculos entre la escuela y las familias.
Transformar la participación en parte de la cultura escolar
Las clases abiertas no deben ser una excepción ni un espectáculo aislado. Cuanto más frecuentes y variadas sean las oportunidades de participación familiar, más natural se volverá el lazo entre escuela y hogar. La participación no siempre tiene que ser presencial ni masiva. Pueden organizarse encuentros virtuales, compartir producciones por correo o invitar a las familias a colaborar con materiales o ideas. Lo importante es sostener en el tiempo una apertura que permita a las familias sentirse parte real del proyecto educativo.