Por: Maximiliano Catalisano
En los últimos años, cada vez más familias buscan que sus hijos participen de múltiples actividades extracurriculares: inglés, deportes, música, robótica, arte, talleres de ciencias, entre muchas otras. La intención es buena: ampliar horizontes, potenciar habilidades, ocupar el tiempo libre en propuestas enriquecedoras. Sin embargo, cuando la agenda se llena de obligaciones fuera de la jornada escolar, aparecen señales de cansancio, falta de motivación y una presión que los estudiantes no siempre logran manejar. La sobrecarga de actividades, lejos de sumar, puede terminar restando bienestar y obstaculizando aprendizajes que deberían ser significativos.
La pregunta que surge es inevitable: ¿hasta qué punto más actividades significan más oportunidades? ¿Dónde está el límite entre estimular y exigir?
La intención detrás de las actividades
Muchos padres y docentes coinciden en que es valioso que los niños y adolescentes tengan experiencias diversas. Un deporte ayuda a la disciplina personal, un instrumento musical desarrolla la sensibilidad, un taller de tecnología despierta la creatividad. Cada propuesta aporta algo único, y en su justa medida, amplía la formación integral.
El problema comienza cuando la acumulación deja de tener sentido. Una tarde completa ocupada con traslados, ensayos, entrenamientos y cursos puede hacer que el estudiante termine agotado, sin tiempo para descansar, jugar, compartir en familia o simplemente aburrirse, algo que también resulta necesario para desplegar la imaginación.
El cansancio como señal de alerta
El cuerpo y la mente hablan cuando la agenda está sobrecargada. La fatiga constante, la irritabilidad, el bajo rendimiento escolar y la falta de entusiasmo por actividades que antes resultaban atractivas son señales claras de que algo no está funcionando bien.
La sobrecarga no solo incide en lo físico. También repercute en lo emocional: los chicos sienten que nunca alcanzan lo suficiente, que deben cumplir con todo y que equivocarse significa fallar. En lugar de disfrutar, viven las actividades como presiones que los persiguen incluso fuera del horario escolar.
La importancia del tiempo libre
El tiempo libre suele ser visto como tiempo perdido, pero en realidad es un espacio vital para el crecimiento. Descansar, jugar sin estructura, charlar sin apuro o simplemente no hacer nada son actividades que permiten procesar lo aprendido, liberar tensiones y fortalecer la creatividad.
La ausencia de tiempo libre por exceso de actividades puede generar un vacío paradójico: los estudiantes aprenden mucho en cantidad, pero poco en profundidad. Van de una experiencia a otra sin poder asimilar lo que cada una les deja.
El equilibrio como desafío
El desafío no está en eliminar las actividades extracurriculares, sino en encontrar un equilibrio. Una o dos propuestas semanales, elegidas según los intereses reales del estudiante y no solo por el deseo de los adultos, pueden resultar sumamente enriquecedoras. El objetivo debería ser complementar la formación escolar y abrir caminos de exploración, no imponer una rutina que agobie.
Las familias y las escuelas tienen un papel clave en este equilibrio. Escuchar al estudiante, observar sus reacciones y preguntarle cómo se siente frente a sus actividades es tan importante como inscribirlo en ellas.
Cuando el exceso afecta la escuela
La sobrecarga de actividades no queda aislada de lo que pasa en el aula. Muchos docentes observan que los estudiantes llegan cansados, desconcentrados o desmotivados después de largas jornadas. Esto impacta directamente en el clima de aprendizaje: un alumno agotado no puede participar plenamente ni aprovechar los contenidos escolares.
En algunos casos, la exigencia de sobresalir en varias áreas genera frustración y baja autoestima, porque el estudiante siente que no alcanza el nivel esperado en ninguna. Lo que empezó como un deseo de potenciar talentos termina siendo una experiencia de saturación.
El valor de elegir
En un mundo lleno de propuestas, enseñar a elegir se convierte en un aprendizaje fundamental. No se trata de hacer todo, sino de priorizar lo que realmente aporta bienestar y sentido. Dar a los estudiantes la posibilidad de opinar y decidir qué actividades quieren sostener es una manera de responsabilizarlos de su tiempo y de ayudarlos a descubrir sus intereses auténticos.
Ese ejercicio también les enseña a reconocer sus propios límites y a valorar la importancia de decir “no” cuando algo los excede. Es una lección que no solo sirve para la infancia o la adolescencia, sino que será clave en su vida adulta.
Hacia un uso más consciente del tiempo
La sobrecarga de actividades extracurriculares abre un debate necesario sobre el modo en que se organiza el tiempo en la niñez y la adolescencia. La escuela, la familia y la comunidad deben reflexionar sobre cuánto espacio se deja para el descanso, el disfrute y la creatividad personal.
El verdadero valor de las actividades no está en la cantidad, sino en la calidad de la experiencia. Un solo taller que inspire puede marcar más que cinco cursos seguidos sin descanso. Un deporte elegido con pasión puede dar más aprendizajes que una lista interminable de entrenamientos que se viven como obligación.
La clave está en no perder de vista lo esencial: las actividades extracurriculares deberían ser un puente hacia la curiosidad, la alegría y la formación integral, nunca una carga que robe energía y entusiasmo.