Por: Maximiliano Catalisano
Volver al aula después del receso escolar puede ser una mezcla de entusiasmo y desánimo. Por un lado, está la alegría del reencuentro, el deseo de retomar proyectos o la sensación de un nuevo comienzo. Pero también aparecen las señales de que, en muchas cabezas, parte de lo aprendido parece haberse desvanecido. Es común que al reiniciar las clases algunos estudiantes no recuerden temas clave, no conecten con lo trabajado antes o se muestren desmotivados al enfrentarse con contenidos que “ya vieron” pero no reconocen. Ante esto, muchos docentes se sienten frustrados, dudan de lo hecho o se ven tentados a repetir todo como si nada hubiera pasado. Sin embargo, existe otra forma de encarar este momento, una que no parte del juicio sino de la comprensión y la estrategia.
Primero es necesario aceptar que el olvido forma parte del aprendizaje. Lo que se olvida también fue aprendido, y eso significa que puede ser recuperado, reactivado y resignificado. En lugar de tomar el olvido como un fracaso, puede pensarse como una pausa, como un punto de partida para volver a tocar esos saberes desde otro ángulo. Las vacaciones modifican rutinas, desconectan de las prácticas escolares y eso no necesariamente es negativo. El descanso es necesario. Lo importante es cómo se vuelve.
El diagnóstico informal es una de las herramientas más valiosas en este momento. No hace falta tomar pruebas o pedir resúmenes. Basta con proponer una actividad que implique poner en juego lo trabajado en el semestre anterior. Puede ser un juego, una producción libre, una resolución de situación, un diálogo en grupo. Observar cómo se expresan, qué mencionan, qué confunden y qué recuperan permite tomar decisiones más acertadas que una evaluación tradicional. Desde ahí se puede elegir qué retomar, qué repasar, qué dejar pasar y qué profundizar.
Otro punto clave es la emocionalidad del regreso. Muchos estudiantes se sienten en falta por no recordar, se frustran al no entender algo que “ya vieron” o se bloquean si perciben un juicio por parte del adulto. Por eso es fundamental generar un clima de confianza, donde el repaso no sea vivido como un castigo, sino como una oportunidad de reconexión. Hacer explícito que es normal olvidar, que todos lo hacemos, incluso los adultos, y que el aula es justamente el lugar para recuperar lo aprendido.
La selección de contenidos también debe ser revisada. No es necesario volver, sobre todo. En muchos casos, basta con repasar los núcleos fundamentales, los conceptos que funcionan como pilares para lo nuevo que vendrá. Releer textos, revisar producciones anteriores, retomar ejemplos ya vistos, comparar lo que se sabía antes y lo que se recuerda ahora. Estas estrategias no solo ayudan a consolidar saberes, también revalorizan el trabajo hecho y devuelven confianza a los estudiantes.
Trabajar en espiral es otra forma de abordar los olvidos sin generar retrocesos. Volver a ciertos contenidos no como una repetición exacta, sino como una nueva entrada, más profunda, más conectada con otros aprendizajes. Esto permite que quienes recuerdan parcialmente puedan completar, quienes no recuerdan nada puedan volver a involucrarse, y quienes sí recuerdan puedan aportar desde un lugar más activo. Se trata de sostener el grupo sin fragmentarlo, integrando los diferentes niveles de apropiación.
El lenguaje que se usa al abordar estos olvidos también importa. Frases como “ya tendrían que saberlo”, “esto lo dimos el mes pasado”, “cómo puede ser que no se acuerden” generan desánimo y desconexión. En cambio, frases como “vamos a ver cómo lo retomamos”, “seguro algo quedó y lo podemos reactivar juntos”, “vamos a mirar esto con ojos nuevos” invitan a la participación sin culpa. El modo en que se plantea la recuperación de saberes influye directamente en cómo los estudiantes se vinculan con el contenido y con el docente.
Es importante también dar lugar a la metacognición: invitar a los estudiantes a pensar cómo aprendieron, qué estrategias les sirvieron, qué les costó más recordar. Esta práctica no solo ayuda a fortalecer la memoria, sino que los vuelve más conscientes de su propio proceso. Pueden hacerlo con frases incompletas, dibujos, mapas conceptuales, audios o incluso con actividades orales en grupo. Lo importante es que no sientan que “empiezan de cero”, sino que están construyendo sobre una base que, aunque parezca débil, existe.
El trabajo colaborativo puede ser una gran herramienta en este momento. Organizar parejas o grupos donde se retomen contenidos con apoyo mutuo permite que algunos estudiantes ayuden a otros sin sentirse evaluados. En muchos casos, al explicar a un compañero, se afianza lo que uno mismo pensaba que había olvidado. Estas dinámicas también favorecen el clima de aula y permiten que los repasos no se vivan como una obligación sino como un desafío compartido.
No se trata de convertir el inicio del segundo semestre en una maratón de repaso. Se trata de integrar los contenidos anteriores de modo natural, a través de proyectos, situaciones problemáticas, investigaciones o desafíos que hagan sentido. Cuando el conocimiento se vuelve necesario para resolver una situación concreta, la motivación por recuperarlo aparece de forma genuina. Eso vale mucho más que cualquier plan de revisión acelerada.
Finalmente, también es bueno que el docente pueda revisar sus propias expectativas. El regreso de las vacaciones no es una carrera por “recuperar lo perdido”, sino una etapa más del proceso. Dar lugar al reencuentro, al clima grupal, a la reactivación del deseo por aprender es tan valioso como cualquier repaso conceptual. Lo aprendido vuelve, pero no siempre a la misma velocidad ni en el mismo orden. Con tiempo, escucha y propuestas significativas, lo que parecía olvidado puede florecer de otra manera.