Por: Maximiliano Catalisano

Volver a la escuela después de un receso siempre genera movimiento interno. No solo se trata de poner el despertador más temprano o preparar la mochila de nuevo. También hay algo que se reactiva por dentro: las expectativas, los deseos, los miedos, el entusiasmo por reencontrarse con otros, y al mismo tiempo, el cansancio anticipado de lo que implica sostener una rutina. Este momento de reingreso al aula puede ser simplemente el reinicio de lo anterior… o puede transformarse en una verdadera oportunidad para encender de nuevo el deseo por aprender. Todo depende de cómo se prepare la vuelta, cómo se reciba a los estudiantes y qué tipo de clima se construya desde el primer día.

Para que el entusiasmo por aprender se renueve, es necesario que los chicos y chicas sientan que volver a la escuela tiene sentido. Eso no se logra únicamente con contenidos interesantes o actividades llamativas, sino con algo mucho más profundo: con la sensación de que se los esperaba. Un aula que los recibe con calidez, con una propuesta pensada especialmente para ellos, con un gesto que los mire más allá del boletín, puede generar un impacto difícil de olvidar. No se trata de hacer un gran acto o de llenar todo de globos. A veces, una conversación sincera sobre cómo se sienten con la vuelta, una actividad que los invite a compartir lo que vivieron durante el receso o una consigna que los conecte con sus intereses, alcanza para que sientan que el regreso no es solo una obligación.

La clave está en no repetir automáticamente lo que se venía haciendo antes del receso. El segundo tramo del año no tiene por qué ser una copia del primero. De hecho, puede ser una gran oportunidad para revisar lo que funcionó, lo que no, lo que se podría hacer distinto. En muchos casos, tanto docentes como estudiantes vuelven con una percepción más clara de cómo están las cosas, qué se necesita reforzar, qué se puede ajustar. Aprovechar ese momento de evaluación natural puede dar lugar a una nueva dinámica más conectada con las necesidades reales del grupo.

El entusiasmo por aprender también se renueva cuando se habilitan espacios donde los estudiantes puedan tomar decisiones. Proponer actividades donde puedan elegir cómo abordar un tema, en qué formato expresarse o incluso qué contenidos explorar en profundidad puede ser una forma poderosa de involucrarlos. Cuando la escuela abre esas puertas, el vínculo con el aprendizaje cambia. Ya no es solo recibir información, sino también crearla, interpretarla, apropiarse de ella.

Otro punto importante es cómo se acompaña emocionalmente el regreso. Muchos estudiantes vuelven con dificultades que no siempre se visibilizan. Algunos enfrentan situaciones familiares complejas, otros han tenido experiencias dolorosas durante el receso o simplemente están atravesando procesos personales que afectan su ánimo. Si no se tiene en cuenta esa dimensión emocional, cualquier intento por reactivar el interés por aprender puede parecer superficial. Por eso, es fundamental que los docentes y el equipo de conducción estén atentos a esas señales, generen espacios de escucha y trabajen con el equipo de orientación cuando sea necesario.

La renovación del entusiasmo también se alimenta con propuestas pedagógicas que conecten con el presente. Temas actuales, proyectos que vinculen saberes con la realidad, investigaciones que partan de preguntas genuinas, talleres interdisciplinarios… todo lo que rompa con la lógica repetitiva de la tarea escolar puede hacer que los estudiantes se involucren desde otro lugar. Y si además pueden compartir sus avances, errores y descubrimientos con otros, mejor aún. Aprender en colectivo tiene una fuerza que revitaliza el aula.

A veces, los pequeños rituales ayudan mucho. Armar una cartelera con metas del grupo para lo que queda del año, escribir una carta dirigida al “yo del futuro” para leer en diciembre, hacer una línea de tiempo con lo vivido y lo que se espera… estas actividades simbólicas ayudan a cerrar una etapa y empezar otra con energía renovada. Son formas simples pero significativas de darle un marco emocional al regreso.

El rol del equipo directivo en esta etapa es acompañar también a los docentes. No todos los grupos vuelven iguales, no todos los docentes sienten el mismo entusiasmo. Es importante que haya espacio para hablar entre colegas, para compartir estrategias, para reconocer lo que cuesta y también para celebrar lo que se logra. La motivación docente es un factor que impacta directamente en el clima escolar. Si quien enseña vuelve con ganas, se nota. Y si no, también.

Por eso, pensar el regreso como un momento para renovar el entusiasmo por aprender no es solo una propuesta para los estudiantes. También lo es para quienes enseñan, acompañan, organizan y hacen escuela cada día. Porque todos necesitamos, de vez en cuando, volver a conectar con el sentido profundo de por qué estamos ahí. El receso corta la rutina, y eso muchas veces es una ventaja. Da aire, permite mirar de nuevo, y si se lo usa bien, también permite reencantar la experiencia de aprender.