Por: Maximiliano Catalisano
A veces se piensa que dirigir una escuela es tomar decisiones, marcar rumbos, resolver problemas y organizar tareas. Todo eso es cierto. Pero hay algo más sutil, menos visible y, sin embargo, decisivo: saber escuchar. Escuchar con atención, con paciencia, con interés genuino, no es una habilidad secundaria. Es lo que permite a un equipo de conducción conocer lo que realmente pasa, anticiparse a conflictos, generar confianza, y construir vínculos duraderos. Escuchar de verdad no es dejar hablar al otro mientras uno espera su turno para responder. Es una práctica profunda que puede transformar la forma en que una institución se vincula con sus docentes, estudiantes y familias.
En una escuela, todos tienen algo para decir. El personal auxiliar necesita ser tenido en cuenta. El cuerpo docente tiene inquietudes, propuestas, preocupaciones. Los estudiantes también reclaman ser escuchados, aunque no siempre lo hagan con palabras. Las familias traen preguntas, temores y expectativas. Cuando quien conduce no escucha, o escucha a medias, todo eso se acumula y se transforma en tensión. Por el contrario, cuando hay espacios reales de escucha, se abren caminos de trabajo más fluidos, humanos y sostenibles.
La escucha activa implica estar presente. No alcanza con oír. Es necesario prestar atención, hacer preguntas abiertas, no interrumpir, tomar nota mental o escrita de lo que se dice, y mostrar interés en lo que el otro siente. En la gestión escolar, esto se traduce en algo tan simple como no mirar el reloj todo el tiempo, no responder con frases hechas, no juzgar antes de comprender. Escuchar activamente es dar lugar a que la otra persona se exprese con libertad, sin temor a represalias ni descalificaciones.
Quienes integran equipos directivos muchas veces se encuentran con agendas saturadas, presiones externas, reuniones interminables y urgencias que no dan tregua. En ese contexto, puede parecer que no hay tiempo para escuchar. Sin embargo, la paradoja es que escuchar bien, al principio, ahorra conflictos y reprocesos más adelante. Una situación mal entendida, un enojo no atendido o una sugerencia ignorada pueden escalar rápidamente y volverse más difíciles de resolver. En cambio, cuando hay disponibilidad para el diálogo, los pequeños problemas encuentran resolución antes de convertirse en grandes obstáculos.
Además, la escucha activa no es solo una herramienta para atender quejas o resolver conflictos. Es también una fuente valiosa de ideas, de mejoras, de innovación. Muchas veces las mejores propuestas surgen de quienes están en contacto directo con las aulas. Escuchar a esos actores no es perder el control: es enriquecer la mirada. Un equipo directivo que se abre a otras voces demuestra que no teme aprender ni cambiar. Esa actitud se contagia, genera un clima institucional más abierto y estimula la participación.
Escuchar también tiene que ver con reconocer que las personas no solo traen contenidos: traen emociones. Alguien que está angustiado, desmotivado o frustrado no podrá trabajar ni enseñar ni aprender en plenitud. Detectar eso a tiempo, a través de una escucha atenta, es un acto de cuidado. A veces, con solo preguntar “¿cómo estás?”, sin apuro, se abre una conversación que ayuda a destrabar una situación compleja.
La escucha activa es fundamental en las reuniones de personal. No se trata de “bajar línea”, sino de habilitar espacios de intercambio genuino. Cuando se percibe que las decisiones ya están tomadas antes de consultar, la participación decae. En cambio, cuando se abre el juego, incluso si no se puede cumplir con todas las sugerencias, se valora el gesto de haber sido escuchado.
También es clave en la convivencia diaria. En vez de imponer normas sin explicación, escuchar lo que los estudiantes piensan al respecto puede mejorar su cumplimiento. Lo mismo sucede con las familias. Escuchar no implica hacer siempre lo que el otro quiere, pero sí mostrar que su palabra importa.
Para desarrollar esta capacidad, no hace falta hacer cursos caros. Se puede comenzar por revisar las propias prácticas: ¿interrumpimos cuando alguien habla? ¿Prestamos atención o respondemos automáticamente? ¿Escuchamos para comprender o solo para responder? ¿Cuántas veces el apuro nos impide registrar lo que la otra persona está tratando de decirnos?
Una buena conducción no necesita alzar la voz, sino saber escuchar. No para quedar bien, sino para conocer mejor. Escuchar activas relaciones sanas, construye respeto y permite tomar decisiones más conscientes. La gestión educativa no puede pensarse como una torre desde la cual se observa todo. Más bien, es un espacio de diálogo continuo, donde la escucha es tan importante como la palabra.
En definitiva, escuchar para conducir no es una frase linda: es una manera concreta de ejercer el rol. Las mejores decisiones nacen cuando se escucha bien. Las mejores relaciones también. Y las mejores escuelas son, en general, aquellas donde todos sienten que su voz vale la pena ser oída.