Por: Maximiliano Catalisano

Las escuelas actuales conviven con una enorme variedad de realidades familiares que hace apenas unas décadas no figuraban en los documentos escolares ni en las conversaciones cotidianas. Hoy, cualquier docente o equipo directivo puede encontrarse con hogares ensamblados, familias monomarentales o monoparentales, parejas del mismo sexo que crían niños, cuidadores que no son madres ni padres, tutores legales, abuelos al frente del hogar o adultos significativos que asumen funciones de acompañamiento. En ese escenario cambiante, la comunicación escolar deja de ser un trámite y pasa a ser un puente delicado que sostiene vínculos, aclara expectativas y permite construir un clima escolar más inclusivo y atento a la diversidad presente. Pensar cómo comunicarse con estas familias no es un tema accesorio: es un aspecto que define la experiencia educativa cotidiana.

En este contexto, la escuela del siglo XXI enfrenta el desafío de revisar sus formas tradicionales de comunicación. Durante décadas, se asumió que todos los estudiantes vivían en una estructura similar y que las dinámicas familiares eran prácticamente uniformes. Las reuniones de padres, los cuadernos de comunicación y los mensajes oficiales estaban diseñados con esa lógica. Sin embargo, hoy esa mirada ya no alcanza. La labor docente se encuentra con interlocutores múltiples, con responsabilidades repartidas entre distintos adultos y con situaciones que requieren sensibilidad, precisión y una comprensión profunda de cómo se definen las familias en la actualidad. Ignorar esta diversidad genera malentendidos, tensiones y una sensación de distancia que la escuela debe evitar.

Comprender la diversidad familiar actual

Hablar de familias diversas no es enumerar categorías, sino reconocer que cada hogar tiene su propia organización, historia, acuerdos internos y modos de acompañar la escolaridad. En algunos casos, la comunicación fluye con naturalidad porque los adultos responsables se reparten tareas de manera clara; en otros, la escuela necesita crear canales alternativos, más flexibles, para garantizar que todos los cuidadores reciban la información necesaria. Esta mirada no implica hacer distinciones que marquen a los estudiantes, sino adaptar las prácticas para que ninguna familia quede al margen por no encajar en modelos tradicionales.

La escuela debe comprender que, para ciertos hogares, asistir a una reunión en horario laboral no es viable; que no todos los adultos responsables pueden firmar comunicaciones con la misma frecuencia; que algunos tutores legales requieren explicaciones adicionales sobre trámites escolares; y que hay estudiantes que se sienten más cómodos cuando la institución reconoce el valor afectivo de sus vínculos más allá de lo biológico. Este entendimiento favorece la participación real de todos.

Comunicación que respeta, acompaña y orienta

El lenguaje que utiliza la escuela es un punto de partida fundamental. Expresiones como “mamá y papá” pueden resultar inapropiadas o dejar fuera a quienes no encajan en esa fórmula. Reemplazar esas expresiones por “familias”, “adultos responsables” o “cuidadores” es una práctica sencilla que tiene un impacto positivo y duradero. A su vez, las comunicaciones deben evitar supuestos: no todas las familias tienen los mismos recursos digitales, no todos los hogares responden con rapidez a mensajes electrónicos, y no todos los adultos manejan el mismo nivel de alfabetización. Esto exige claridad, sencillez y una estructura de comunicación pensada para ser accesible.

Al mismo tiempo, la comunicación debe ser oportuna. En un contexto donde los tiempos familiares son sumamente dinámicos, informar con anticipación y mantener una frecuencia clara evita confusiones. Las familias se sienten acompañadas cuando la escuela no solo transmite obligaciones sino también orientaciones, sugerencias y explicaciones sobre decisiones institucionales. Esto fortalece la confianza.

Estrategias que la escuela puede poner en marcha

Una primera estrategia es diversificar los canales de comunicación. No todas las familias revisan los cuadernos, no todas usan aplicaciones digitales y no todas responden llamadas telefónicas. La combinación de herramientas —correo electrónico, cuaderno, carteleras, WhatsApp institucional, reuniones breves, llamados programados— permite que cada familia acceda a la información por el medio que mejor maneje.

Otra estrategia es planificar encuentros más cortos y específicos. Las reuniones masivas pueden ser necesarias en algunos momentos, pero muchas familias valoran conversaciones breves, personalizadas, que les permitan expresar dudas sin sentirse expuestas. Un cronograma anual de encuentros, organizado con anticipación, reduce tensiones y facilita la participación.

También es fundamental establecer protocolos claros para situaciones delicadas. Cuando se presentan conflictos entre adultos responsables, desacuerdos sobre decisiones escolares o dificultades para coordinar comunicaciones, la institución debe ofrecer procedimientos que protejan al estudiante y organicen el diálogo entre los cuidadores. La claridad en estos procesos evita malentendidos y transmite seguridad.

Además, la escuela puede fortalecer la comunicación mediante la escucha activa. Esto implica no solo transmitir información, sino también preguntar, sondear expectativas, comprender contextos laborales, atender inquietudes y considerar propuestas de las familias. Muchas veces, un pequeño ajuste en los horarios, en la redacción de un comunicado o en la dinámica de un encuentro puede resolver tensiones que de otro modo se prolongarían durante meses.

El lugar del equipo docente y directivo

Los docentes y directivos ocupan un rol esencial en esta trama. Para ellos, reconocer la diversidad familiar implica una disposición constante a revisar prácticas, adaptarlas y encontrar un equilibrio entre lo institucional y lo particular. La comunicación con las familias no es una tarea añadida, sino parte de la enseñanza. Un estudiante que siente que su hogar es reconocido por la escuela transita el aprendizaje con mayor tranquilidad y confianza.

Sin embargo, este trabajo no puede recaer solo en la buena voluntad individual. La institución debe ofrecer formación, espacios de reflexión y lineamientos que orienten la comunicación. Esto incluye capacitaciones sobre redacción clara, el uso de plataformas digitales, el abordaje de conflictos entre adultos responsables y la comprensión de distintos modelos familiares. Cuando los equipos se sienten acompañados, la comunicación fluye mejor.

Hacia una comunicación escolar que represente a todas las familias

La pluralidad familiar llegó para quedarse, y la escuela del siglo XXI debe asumirla con naturalidad. Esto no significa modificar su función pedagógica, sino fortalecer su capacidad para vincularse con todos los hogares sin distinción. La comunicación escolar se convierte así en un puente que sostiene, orienta y acompaña sin imponer modelos únicos. En un mundo donde la diversidad es parte del paisaje cotidiano, la escuela tiene la oportunidad de convertirse en un espacio donde cada familia se sienta bienvenida y valorada. Ese es el camino hacia relaciones más sólidas y una vida escolar más armoniosa.