Por: Maximiliano Catalisano
Hablar de Grecia es hablar del nacimiento de la reflexión, del arte, de la política y de una idea de educación que trascendió los siglos. En aquel territorio montañoso, donde las ciudades-estado se alzaban entre mares y templos, surgió una manera de pensar la formación humana que todavía inspira nuestras escuelas y universidades. Grecia no solo enseñó filosofía o retórica: enseñó a formar ciudadanos, personas capaces de participar, dialogar y decidir sobre el destino común. Hoy, cuando la sociedad busca nuevos modos de educar, mirar hacia esa antigua civilización no es un ejercicio arqueológico, sino una forma de reencontrarnos con el sentido más profundo de la educación.
La Grecia antigua comprendió que una comunidad no se sostiene únicamente con leyes o ejércitos, sino con ciudadanos que piensen y actúen con conciencia. Por eso, la paideia, palabra que resume el ideal educativo griego, no se limitaba a instruir en saberes técnicos, sino que buscaba moldear el carácter, la sensibilidad y la inteligencia. Educar era formar el alma. El objetivo era que cada persona alcanzara su plenitud y contribuyera al bien común. Esa visión sigue siendo una de las herencias más poderosas de la antigüedad.
La paideia: el arte de educar al ciudadano
La paideia era el proceso mediante el cual los griegos formaban a sus jóvenes para vivir en las polis, la ciudad-estado. No era solo una educación intelectual, sino también moral y física. El ciudadano debía aprender a pensar, hablar y actuar con armonía. En Esparta, por ejemplo, el énfasis estaba en la fortaleza, la obediencia y la disciplina, porque la prioridad era la defensa del Estado. En cambio, en Atenas, el corazón cultural de Grecia, el propósito educativo se orientaba hacia la libertad y el pensamiento crítico. Allí la educación se vinculaba con el arte, la filosofía y la participación pública.
En Atenas, el joven aprendía desde pequeño en la casa, con su familia, pero más tarde asistía a los gimnasios y escuelas donde se le instruía en música, poesía, matemáticas, y ejercicios físicos. El ideal era el equilibrio: mente y cuerpo en armonía. Se valoraba tanto la habilidad para razonar como la belleza del movimiento y la palabra. El ciudadano debía ser completo.
Sócrates, Platón y Aristóteles: los maestros de la reflexión
La historia de la educación no puede contarse sin ellos. Sócrates enseñaba sin libros, sin escuela formal, sin cobrar honorarios. Su método consistía en hacer preguntas, en sembrar la duda, en provocar el pensamiento. No ofrecía respuestas, sino caminos. Creía que el conocimiento verdadero nacía del diálogo y que la ignorancia reconocida era el primer paso hacia la sabiduría. Su manera de enseñar fue un acto político en sí mismo: formar ciudadanos críticos en lugar de seguidores ciegos.
Platón, su discípulo, transformó esas ideas en un sistema. En su obra “La República”, imaginó una sociedad ideal donde la educación era la base del orden y la justicia. Fundó la Academia, una institución que puede considerarse la primera universidad del mundo occidental. Allí se estudiaban matemáticas, astronomía, filosofía y ética. Para Platón, la educación debía guiar al individuo hacia la verdad, y solo quienes pasaban por ese largo proceso formativo estaban preparados para participar en la vida pública.
Aristóteles, alumno de Platón, llevó la reflexión un paso más allá. En su “Política”, afirmó que el fin de la educación es formar buenos ciudadanos, no solo personas cultas. La ciudad existe para que sus habitantes vivan bien, y educar es enseñar a vivir en comunidad. Esa frase, escrita hace más de dos mil años, conserva una actualidad sorprendente: el objetivo de la educación no es producir profesionales únicamente, sino hombres y mujeres que comprendan su responsabilidad social.
El ciudadano como protagonista
La educación griega no se pensaba desde la obediencia, sino desde la participación. Ser ciudadano era un privilegio y una responsabilidad. Participar en la asamblea, debatir, votar o ser elegido para un cargo eran actos reservados a quienes se habían formado en la virtud y el pensamiento. En la plaza pública, la palabra era tan importante como la acción. Saber hablar significaba saber convivir.
En la Grecia clásica, la educación no buscaba la perfección individual aislada, sino la excelencia compartida. El ideal del “kalós kagathós” —bello y bueno— expresaba la unión entre la estética, la moral y la conducta pública. Un ciudadano debía ser justo, valiente y sabio. Esa visión integradora fue el germen de muchas ideas que hoy seguimos considerando esenciales: la educación cívica, el pensamiento crítico, la formación ética, la argumentación y la búsqueda del bien común.
Aprendizajes para nuestro tiempo
Volver la mirada a Grecia no implica idealizar su pasado, sino rescatar lo que todavía tiene sentido. En una época donde las pantallas ocupan tanto espacio y el conocimiento parece fragmentarse en miles de partes, los griegos nos recuerdan que educar es formar el juicio, la sensibilidad y el compromiso. La ciudadanía no se hereda: se aprende.
En nuestras escuelas, la formación del ciudadano sigue siendo un desafío. Aprender a convivir, debatir con respeto, cuidar lo público y participar en la comunidad son metas que no se alcanzan con exámenes, sino con experiencias compartidas. La educación griega no se apoyaba en notas o certificados, sino en la práctica cotidiana de la reflexión y el diálogo.
Hoy, cuando se habla de innovación educativa, conviene recordar que hace más de dos milenios ya existía una forma profundamente moderna de enseñar: aquella que invitaba a pensar por uno mismo. La pregunta socrática, el ideal platónico y la observación aristotélica siguen siendo caminos vigentes para repensar qué tipo de ciudadanos queremos formar.
Grecia nos enseñó que una sociedad educada no es la que más sabe, sino la que mejor comprende su destino común. Que la palabra puede ser tan poderosa como la espada, y que la educación, cuando se orienta al desarrollo humano, puede sostener la convivencia durante siglos. La herencia griega no está en los templos de mármol, sino en cada escuela donde alguien enseña a preguntar, a pensar, y a cuidar del otro.
