Por: Maximiliano Catalisano

El mapa de la educación superior ya no tiene límites tan definidos como antes. Cada vez más universidades de distintos países se asocian para ofrecer grados compartidos o “joint degrees”, que permiten a los estudiantes cursar parte de su carrera en una institución y completarla en otra, recibiendo un título reconocido en ambas. Este modelo no sólo amplía horizontes académicos, sino que también transforma la forma en que los jóvenes se preparan para un mundo interconectado, diverso y exigente. Estudiar en dos o más universidades, bajo currículos diseñados en conjunto, se ha convertido en una experiencia que combina lo mejor de cada sistema educativo y que redefine la internacionalización del conocimiento.

Las universidades que participan en estos programas establecen acuerdos de cooperación profunda. No se trata de simples intercambios estudiantiles, sino de una planificación académica compartida, donde docentes, investigadores y equipos de gestión diseñan currículos, reconocen créditos mutuamente y establecen evaluaciones conjuntas. Esto implica confianza, compatibilidad y un entendimiento común de los estándares académicos. Los grados compartidos pueden adoptar diferentes formas: algunos otorgan un solo diploma firmado por las dos instituciones, mientras que otros entregan dos títulos separados pero equivalentes. En ambos casos, el estudiante obtiene una formación que atraviesa culturas, idiomas y sistemas educativos.

Las ventajas de este modelo son múltiples. En primer lugar, amplía el horizonte de los estudiantes al permitirles experimentar distintas formas de enseñanza y evaluación. Un alumno que cursa ingeniería entre una universidad europea y otra asiática, por ejemplo, no sólo adquiere competencias técnicas, sino también habilidades interculturales y de adaptación. Además, estos programas fomentan la movilidad y el intercambio de conocimientos entre docentes e investigadores, fortaleciendo la cooperación académica internacional. Las universidades, por su parte, se benefician al enriquecer sus currículos, mejorar su visibilidad global y crear redes de colaboración que perduran más allá de un convenio puntual.

Sin embargo, este tipo de cooperación no está exento de desafíos. La homologación de títulos entre distintos países implica un complejo entramado de normativas, ministerios y agencias de acreditación. A menudo, los sistemas educativos difieren en duración de las carreras, criterios de evaluación o requisitos de grado. Por eso, los programas conjuntos requieren un trabajo minucioso de coordinación institucional y diplomática. También existen barreras idiomáticas, diferencias en la carga académica y dificultades para armonizar los calendarios académicos. Pero la voluntad de cooperación y la visión global de las universidades suelen superar estas dificultades cuando el objetivo es formar graduados con competencias internacionales reales.

Una tendencia que crece en todos los continentes

En Europa, el Espacio Europeo de Educación Superior y el proceso de Bolonia han sido clave para promover la creación de programas de doble y múltiple titulación. Universidades de Francia, Alemania, Italia y España han desarrollado cientos de convenios conjuntos que permiten a los estudiantes obtener un título reconocido en distintos países de la Unión Europea. En América Latina, las alianzas entre universidades de Argentina, México, Brasil y Chile con instituciones europeas y norteamericanas también han crecido, impulsadas por programas de cooperación internacional y becas de movilidad. Estas experiencias no sólo apuntan a la excelencia académica, sino que además fortalecen el diálogo cultural y científico entre regiones.

Asia ha mostrado un dinamismo notable en este terreno. Universidades de China, Corea del Sur, Singapur y Japón han establecido alianzas con instituciones de Estados Unidos, Australia y Europa para ofrecer grados compartidos en áreas como ingeniería, negocios, informática y ciencias sociales. En África, algunos países han comenzado a impulsar acuerdos similares, con el apoyo de agencias internacionales que buscan promover la calidad universitaria y la cooperación sur-sur. El objetivo común es claro: formar profesionales capaces de pensar globalmente y actuar localmente, con experiencias educativas que trasciendan las fronteras nacionales.

El interés por los grados compartidos también refleja una transformación más profunda del sistema universitario global. En un mundo donde la ciencia y la tecnología se desarrollan de manera interconectada, las universidades ya no compiten únicamente por atraer estudiantes, sino también por integrarse en redes académicas que potencien su impacto. Los “joint degrees” funcionan, en este sentido, como puentes de conocimiento, donde cada institución aporta sus fortalezas y donde el estudiante se convierte en un embajador del aprendizaje compartido.

Los organismos internacionales, como la UNESCO y la OCDE, han subrayado la importancia de la cooperación interuniversitaria como una forma de fortalecer la educación superior a nivel mundial. La UNESCO, a través de sus directrices para el reconocimiento de títulos y estudios, promueve acuerdos entre países que faciliten la movilidad académica y profesional. La OCDE, por su parte, ha identificado que los programas conjuntos generan egresados con mayores oportunidades laborales, ya que poseen no sólo una sólida formación técnica, sino también una comprensión cultural amplia y habilidades para trabajar en equipos internacionales.

En el plano individual, estudiar en un programa de grado compartido implica un compromiso importante. Los estudiantes deben adaptarse a distintos estilos de vida, métodos de enseñanza y entornos culturales. Esta experiencia, sin embargo, resulta enriquecedora: fortalece la autonomía, la comunicación intercultural y la capacidad de resolver problemas en contextos diversos. Muchos egresados de estos programas destacan que el aprendizaje fuera del aula —en la convivencia, en los proyectos grupales, en los desafíos de vivir entre dos países— es tan valioso como el conocimiento académico adquirido.

Desafíos y perspectivas futuras

El futuro de los grados compartidos dependerá en gran medida de la capacidad de las universidades para sostener alianzas duraderas y equilibradas. Será necesario seguir avanzando en marcos de reconocimiento mutuo de títulos, en políticas de movilidad accesibles y en la digitalización de procesos que permitan estudiar desde distintos lugares del mundo. La pandemia aceleró esta transformación, mostrando que la enseñanza híbrida puede complementar la experiencia presencial y expandir el alcance de los programas conjuntos.

En un contexto donde las fronteras geográficas se desdibujan gracias a la tecnología, la educación superior enfrenta la oportunidad de consolidarse como un bien verdaderamente global. Los grados compartidos y los joint degrees no son sólo una opción académica más, sino una apuesta por un futuro donde el conocimiento circule sin barreras y donde la cooperación internacional sea el motor del aprendizaje. Formar profesionales con una mirada mundial, capaces de comprender y actuar en entornos multiculturales, será una de las grandes tareas de las universidades del siglo XXI.

Al final, un título compartido es mucho más que un papel con dos firmas: es la prueba de que la educación puede ser un puente entre culturas, una herramienta para construir entendimiento y una invitación a imaginar una universidad sin fronteras.