Por: Maximiliano Catalisano
En un mundo escolar que parece no detenerse, donde las clases se encadenan una tras otra y los estudiantes viven entre tareas, evaluaciones y pantallas, el valor de una pausa consciente se vuelve indispensable. Las pausas activas no son tiempo perdido, sino tiempo ganado: un momento breve que permite respirar, moverse, liberar tensiones y volver a concentrarse con energía renovada. Incorporarlas a la jornada escolar no es una moda ni una estrategia pasajera, sino una manera de cuidar el bienestar físico y emocional de los alumnos y docentes, potenciando además su atención y predisposición para aprender.
La escuela del presente, y más aún la del futuro, debe entender que no se aprende mejor por acumular horas sentados, sino por alternar momentos de esfuerzo con instantes de pausa, movimiento y conexión. En esa combinación está el equilibrio que sostiene el aprendizaje saludable. La pausa activa no es un recreo más: es un espacio breve y guiado que permite reconectar con el cuerpo y despejar la mente para continuar aprendiendo con sentido.
El cuerpo como parte del aprendizaje
Durante mucho tiempo, la escuela priorizó el trabajo intelectual y relegó el movimiento a los recreos o a las clases de educación física. Sin embargo, hoy se reconoce que el cuerpo también aprende, que el movimiento influye en la concentración, la memoria y el estado de ánimo. Las pausas activas permiten integrar esa dimensión corporal al aula sin interrumpir el proceso educativo, sino potenciándolo.
Unos pocos minutos bastan para marcar la diferencia. Estiramientos suaves, respiraciones profundas, pequeños juegos de coordinación o actividades rítmicas logran oxigenar el cerebro, relajar músculos tensos y recuperar la atención. Cuando se aplican con constancia, las pausas activas ayudan a prevenir el cansancio, mejorar la postura, reducir el estrés y aumentar la motivación. En definitiva, favorecen que los estudiantes se sientan mejor y aprendan mejor.
Más atención, menos cansancio
Las investigaciones en neuroeducación coinciden en que el cerebro necesita alternar períodos de actividad con momentos de descanso para mantener su rendimiento. Pasar horas seguidas frente al pizarrón o una pantalla genera fatiga cognitiva, que se traduce en distracción, irritabilidad o apatía. Las pausas activas actúan como un “reinicio” mental: despejan la mente y preparan al estudiante para volver a enfocarse.
No se trata de interrumpir la clase sin sentido, sino de hacerlo estratégicamente. Una pausa de dos o tres minutos puede insertarse entre temas complejos, al terminar una actividad grupal o antes de un examen. El resultado suele ser inmediato: los alumnos se sienten más despiertos, más atentos y con una disposición más positiva hacia el aprendizaje.
Bienestar docente y clima escolar
Las pausas activas también benefician a los docentes. Enseñar durante horas seguidas sin un respiro físico ni mental puede afectar el ánimo y la voz, generar tensiones o disminuir la paciencia. Cuando los maestros se suman a las pausas junto con sus estudiantes, se crea un clima compartido de distensión que fortalece el vínculo en el aula. No hay jerarquías en ese momento, solo personas que se mueven, respiran y se recargan juntas.
Además, las pausas activas contribuyen a mejorar el clima escolar general. Un grupo que aprende a autorregularse, que entiende cuándo necesita moverse y cuándo concentrarse, desarrolla mayor autocontrol y convivencia. En lugar de recurrir al castigo o la reprimenda frente a la distracción, se ofrece una alternativa saludable: moverse un poco y volver a empezar.
Cómo incorporar pausas activas en la escuela
No hace falta contar con material especial ni reorganizar el horario. Las pausas activas pueden adaptarse a cualquier edad y espacio. En el nivel inicial pueden transformarse en juegos corporales o canciones con movimiento; en primaria, en pequeños desafíos físicos o rítmicos; y en secundaria, en ejercicios de respiración o relajación que permitan aliviar tensiones.
Algunas escuelas crean un “momento de pausa” institucional después del segundo bloque de clases. Otras delegan en cada docente la decisión de cuándo realizarlas, promoviendo la creatividad. Lo importante es la constancia: que las pausas sean parte natural del día, no una actividad aislada. Incluso pueden integrarse a contenidos curriculares, por ejemplo, mediante juegos de conteo en matemáticas o movimientos rítmicos en música y lengua.
Educar para el bienestar integral
Incluir pausas activas en la jornada escolar no solo mejora el rendimiento académico, sino que enseña un mensaje mucho más profundo: cuidar el cuerpo y la mente también es parte del aprendizaje. Los estudiantes aprenden que descansar no es perder tiempo, sino una forma de cuidar su energía, que moverse no es distraerse, sino una manera de estar presentes.
Las pausas activas son una oportunidad para que la escuela enseñe algo que muchas veces se olvida: que el bienestar es condición para aprender, y que aprender también puede ser un acto placentero. Cuando los alumnos descubren que moverse, reír y respirar juntos los ayuda a concentrarse mejor, la dinámica del aula cambia. La energía se renueva, los vínculos se fortalecen y el aprendizaje se hace más humano.
Revalorizar la pausa activa es, en el fondo, revalorizar el ritmo natural de las personas. Enseñar a detenerse un momento para luego continuar con más claridad, más serenidad y más alegría. En tiempos donde todo parece acelerado, la escuela puede ofrecer algo muy valioso: el arte de la pausa.